Capítulo Cinco

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Agua que no has de beber, déjala correr

El lunes de la siguiente semana resultó tan poco novedoso como el martes y aún más tranquilo fue el miércoles.

Durante tres agotadores días había pulido todo tipo de superficies, sacado brillo a los cuadros de la cabaña de la administración, limpiado pisos hasta dejarlos resplandecientes y hasta había arrastrado una cantidad impresionante de basura desde las cabañas hasta los contenedores ─inconvenientemente lejos del Borough─. Por suerte los baños no habían sido de su dominio dentro del conjunto de personas que componían del departamento de limpieza.

Sabía que en unos días rotaría y tendría que aprender de otro tipo de funciones hasta saber en qué se desempeñaba mejor.

«Solo cuatro meses, solo cuatro meses».

Toda condena tenía un límite de tiempo. A menos, claro, que fuese perpetua. Aquella casi lo parecía.

Se levantó echando un vistazo a la cocina aún llena de papeles y manchas de grasa por aquí y por allá. La pequeña cocina del check out continuaba acumulando basura y mugre a pesar de que era la segunda vez que la limpiaba en la semana.

A falta de música, Lisa se contentaba con cantar una y otra vez la estrofa de una canción ─no recordaba el resto─. Cambiaba la letra, murmuraba los acordes y acompañaba la pegadiza melodía con movimientos de caderas deliberados.

─It's raining men, hallelujah, it's raining men, amen / I'm gonna go out to run and let myself get

Absolutely soaking wet /It's raining men, hallelujah /It's rainging men, every specimen /Tall, blonde, dark and lean/ Rough and tough and strong and mean.

Una sonrisa brotó de sus labios cuando pensó en cómo la influencia musical de su mejor amiga la había trastocado. Ya no había vuelta atrás. La pequeña radio que escondían de los chismosos estaba destinada a reproducir canciones de los setentas y ochentas.

Por suerte el incidente de la broma había caído en la ignorancia. No había vuelto a cruzarse con Brent ni con Anker y, a pesar de que el comentario malicioso de Dante era necesario para que este fuera feliz, en general los había evitado a los tres.

Lo que no había caído en balde era la influencia que las palabras de Anker habían hecho en ella. Aquella escena en la galería se reproducía en su mente sin cesar. Riley siempre le advertía del peligro de la curiosidad excesiva. Pues Lisa Starling era así. Comenzaba con una pequeña semilla de duda que germinaba en hipótesis de todo tipo. No podía quedarse en suspenso, dentro de ella había una necesidad primaria de saciar aquella sospecha.

A medida que la cocina quedaba impecable, su inicial inhibición fue dando paso a un volumen más moderado de voz. Ya no eran murmullos. Si alguien entraba en ese momento probablemente la escuchase pero no lo suficiente como para escucharse desde afuera. Entonces abrió la puerta de un tirón para ir en busca del ambientador con olor a limón. Lo que no se esperaba era la fuerza con que la madera le dio de lleno en plena cara.

Lanzó un quejido ahogado por sus manos cuando cubrieron su nariz por instinto. Pestañeó con celeridad para alejar las lágrimas y a través de su vista emborronada distinguió una silueta de un hombre. Apretó los ojos con fuerza y volvió a abrirlos aunque deseó cerrarlos cuando la cara sorprendida de Anker se aclaró frente a ella.

─Vaya, creo que saludos normales no existen entre nosotros. Lo siento, reina. Uno no espera que haya alguien al otro lado para darle un cabezazo a la madera, la verdad.─ Anker hizo el intento de acercarse pero ella negó con la cabeza y se alejó. ─ Déjame ver. No te la has roto pero puede que...

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