Un frío lunes de marzo del año 2011, estaba a punto de descubrirse el crimen más horrible en Punta Arenas.
Todo había ocurrido a medianoche y a orillas de la Costanera. El frío de esa mañana, junto al viento, hacía pensar que en las próximas horas caería una lluvia fuerte, por lo que la mayoría de los puntarenenses decidieron quedarse dentro de sus hogares, tomando una rica taza de café o leyendo un buen libro mientras pasaba la lluvia. Nadie sospechaba que quince minutos después del comienzo de la lluvia, el grito de una mujer sería lo que alertara al resto de la población de que algo muy malo había sucedido.
El cuerpo de la víctima estaba bañado en un charco de sangre, sin identificación y con más de diez puñaladas en todo su cuerpo.
¿Qué persona sería tan enferma como para cometer un asesinato de ese tipo?
Lo encontraron a orillas de las frías aguas magallánicas, diciendo casi a gritos que nadie fue capaz de evitar que lo asesinaran de esa forma ni de prestarle ayuda mientras le estaban quitando la vida.
¿Dónde estaban los Carabineros? ¿Hubo algún testigo cerca de la escena del crimen?
Uno de los testigos se comunicó con la Oficina de Investigaciones criminales y les avisó lo que estaba viendo a orillas del Estrecho de Magallanes. En menos de 10 minutos llegó hasta el lugar una patrulla color azul oscuro, luciendo en la parte frontal el logo característico de la compañía, con la sirena prendida y causando un sentimiento de alarma entre las demás personas.
Según las teorías de los investigadores, todo había pasado durante la medianoche, cuando el o los autores llegaron a la escena del crimen, llevando a la fuerza a la víctima y lo habían golpeado hasta dejarlo tirado en la arena. Después de algunos minutos, uno de ellos sacó un arma desde el bolsillo de su chaqueta, la levantó hasta dejarla a pocos centímetros de su cabeza y le disparó tres veces, hasta tirarlo al suelo, inconsciente y con varias líneas de sangre cayéndole por el cuerpo. Para terminar el crimen perfecto, le habían dado 20 puñaladas en los brazos, las piernas y su pecho. Sin duda, era uno de los peores crímenes de la historia.
C
arla Bustamante, que era la mujer que aceptó ir a declarar al cuartel, subió a una de las patrullas, acompañada por dos funcionarios de investigaciones, quienes le prometieron que la interrogación no duraría más de media hora.
Con la hipótesis que levantaron los investigadores, todos los funcionarios entendieron que: 1) el hombre llevaba más de 8 horas tirado en la Costanera, 2) el autor del crimen no había actuado solo y 3) hasta ahora no había más testigos que la mujer que encontró al cuerpo tirado en la arena y que se atrevió a declarar su versión cuando los investigadores llegaron hasta el sector con las alarmas de sus patrullas sonando con fuerza y atrayendo la atención de los demás habitantes. Sin duda, este crimen despertaría la atención de los diarios magallánicos y sería tendencia en los canales de televisión en la Patagonia, apenas los periodistas obtuvieran más información sobre este caso.
E
duardo y Felipe se conocieron en una clase de inglés, cuando eran estudiantes en la universidad de Punta Arenas. Al principio no se llevaban muy bien y casi no se hablaban durante los momentos de descanso, pero en la mitad del semestre tuvieron que juntarse para hacer un extenso informe en pareja. Desde ese día empezó una larga, pero complicada amistad, que terminó pocos meses después cuando Felipe Rodríguez sorprendió a Eduardo Martínez intimando con su ex polola.
Desde ese día, Felipe prometió que se iba a vengar de Eduardo, aunque pasaran los días, los meses y los años. Él nunca se iba a olvidar de la persona que le quitó al amor de su vida, a la única que había amado con todas sus fuerzas. Unos años más tarde Eduardo formó una familia con ella. La única hija de esa unión, la niña de pelo rubio y ojos azules representaba el fruto de una traición. Felipe nunca llegó a quererla y siempre que la veía caminando de la mano de sus padres, aparecía en su alma un profundo odio.
–Me voy a vengar de esos dos –se dijo a sí mismo todas las noches, durante varios años seguidos.
Lo que él no sabía era que en el octavo básico A estudiaba aquella niña.
Emilia tenía trece años, era una de las chicas más inteligentes del colegio y se había olvidado completamente de aquella dolorosa experiencia de sus primeros años de vida en la que Rodríguez era el protagonista.
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El profesor sustituto
Short StoryDos profesores de matemáticas, Eduardo Martínez y Felipe Rodríguez, que fueron compañeros, y rivales, en la universidad, se vuelven a encontrar después de muchos años. Uno de ellos cobra venganza contra su enemigo del pasado, por el daño que le hiz...