Capítulo 9. Día 1

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Ella.

El pequeño reloj de su escritorio indicaba las tres con diez, el sonido de las teclas del computador siendo presionadas por sus dedos me tenía impaciente e interiormente me seguía cuestionando porque había accedido a aquella babosada. Pero vamos, debía ver esto como un simple trabajo, todo iba a ser como una relación laboral. Una... relación amorosa laboral de mentira.

—¿Deseas agregar algo más de lo que ya hablamos?
—No, creo que está todo bien así.

Literalmente esto iba a estar regido por un idiota contrato, donde el beneficio era más para mí que para él, pues no importaba si por algo todo se iba a un carajo, yo de igual manera obtendría mi dinero. La cosa era que yo debía acceder a cualquier cosa que él me pidiese que hiciéramos, claro dentro de los parámetros ante los demás, no estando solos.

—¿Y a todo esto, porque nunca me dijiste tu nombre? —cuestione espontáneamente, recordando que, en realidad, nunca lo había hecho.
—Vaya... —se quedó pensando­—. Creo que tienes razón, me llamo...
—Ricardo, lo sé.
—¿Cómo?
—Lo note en tu placa, quizá... —comente irónicamente.

Cuando había entrado a su oficina, cada detalle llamo mi atención, esta no era la típica oficina de película. No dios, esto era realmente lujoso. Y al momento en que me pidió sentarme, un pequeño letrero frente a mi indicaba con letras en acabado de oro, Ing. Ricardo Mulliez Ortega. Había sido imposible no notarlo.

Además, el día anterior, Fernando lo había llamado por ese nombre.

—De ahora en adelante no lo olvides.
—No podría, querido novio.

Una vez que imprimió el pequeño contrato, lo firmó el primero para después pasármelo y hacerlo yo. Ya no había marcha atrás.

—Bien, creo que es todo, ¿cierto?
—Si, haz lo que tengas que hacer hoy, mañana necesitamos vernos para ponernos un poco al día de lo básico sobre nosotros.
—Bien, te dejo mi número y me marcas para ponernos de acuerdo

Tome una pluma de su escritorio para escribir en un block de notas mi número telefónico. Lo mire dedicándole una pequeña sonrisa.

—Me voy, tengo un trabajo al que renunciar... nos vemos, Ricardo.
—Claro, nos vemos mañana, señorita —y sintiendo su mirada penetrante desde que me levante del asiento hasta que camine a la puerta, salí de ahí.

Una vez fuera del enorme edificio, respire el fresco aire de la ciudad, el tráfico invadía las calles, las personas caminaban de un lado a otro y yo estaba ahí en medio del panorama procesando lo que acababa de aceptar. Hacia dos horas me dirigía a mi trabajo y ahora ya tenía un novio derrochado en dinero.

Me coloque los audífonos, los conecte a mi celular y reproduje la primera canción que apareció en el playlist. Lo primero que tenía que hacer era ir y renunciar a Bolzano, la excusa de la presión de la escuela nunca me fallaba. Y lo segundo, era simplemente prepararme para todo lo que se avecinaba. Todo ese mundo al que Ricardo se encontraba ligado me daba temor, me daba nervios, no sabía que esperar de esas personas, o mejor dicho, de aquel chico que apenas conocía.

Pero vamos, ¿Qué tan malo podía ser? Me estaba quitando el estrés del trabajo, podría enfocarme mejor en la escuela, y mi preocupación financiera para la beca al extranjero estaba resuelta. No cualquiera te paga por ser su pareja. Parecía un trabajo soñado por cualquiera, y así debía verlo desde ahora.

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Mas tarde cuando salí de dar explicaciones en Bolzano a mi gerente, y por supuesto, a mis queridos compañeros, sentí una tranquilidad increíble, se habían sentido como años desde que no tenía un fin de semana libre. Así que antes de ir a casa, pase a Santa Clara por un helado y tome el autobús, a esta hora se encontraba un poco vacío, así que, con la compañía de la música, disfrute el tranquilo trayecto y finalmente llegue a mi casa.

Bonita mentira. (Mariana Soriano)Where stories live. Discover now