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Cuatro horas, cinco... diez, nada sucede. Han pasado ya diez horas e incluso tuvimos que dejar el aeropuerto porque estaba siendo demasiado tenso para todos. Y ahora, siendo las cinco de la mañana, no escuchamos que se tengas buenas noticias aun.

El rescate estaba siendo complicado según lo que escuché.

Yo había llegado hace solo media hora, no pude dormir nada, y apenas desayuné, estoy demasiado cansada y aturdida. Las listas aun no son publicadas, y durante todas estas horas solo he podido suplicarle a Dios que Ruggero solo forme parte de los heridos.

Son las siete de la mañana, el aeropuerto sigue lleno de personas intentando saber algo, y por lo que sé, falta poco para que las listas sean publicadas, y por supuesto, unas horas más para que los aviones de rescate lleguen.

Sigo sentada en la misma banca de ayer viendo hacia el mostrador en donde Bruno pregunta una vez más por las famosas listas que debieron salir hacía mucho. Y mientras la señorita le explica algo, Antonella llora abrazando a su hijo menor.

Y diría que me duele la posibilidad de no volver a ver a Ruggero, pero estaría mintiendo porque mi único miedo es que él regrese, pero no solo, sino con su hijo y Candelaria. Esa maldita posibilidad me ha estado torturando demasiado.

Y me siento mal.

Solo quiero que todo esto termine ya.

Giovanna se acerca a mí con una tarrina en las manos y yo solo me rio negando. No quiero comer, no quiero hacer nada más que descansar mi mente de todo esto. Es mucha tensión para mí y para cualquiera.

─ Tienes que comer, y vas a hacerlo sin protestar. ─ ordena poniéndose frente a mí. ─ Compramos esto afuera, te hará bien.

─ No tengo hambre. ─ confieso. ─ Pero gracias.

─ Come.

Vuelvo a negar y ella solo me dice que soy una estúpida antes de entregarme la tarrina con lo que reconozco como una ensalada de frutas. Al menos no es pollo como he visto que la mayoría de personas tiene.

Esto es incómodo de cualquier modo.

Cuando ya no queda ni un solo trozo de fruta, Giovanna se marcha satisfecha y yo suspiro viendo la pantalla de mi teléfono. Siete y cincuenta de la mañana. Estamos a nada de que se cumplan doce horas del accidente.

Nadie dice nada, nadie hace nada. Esto es martirizante.

─ ¿Cómo estás? ─ Agustín se sienta a mi lado y me ofrece un chocolate.

─ Mal. ─ admito. ─ Esto es difícil para mí, no solo por el accidente. También porque, no sé qué va a pasar después con Ruggero y conmigo.

─ ¿A qué te refieres?

─ Bueno, él encontró lo que buscaba, y nosotros no estábamos bien antes del accidente. En el último mensaje prácticamente me termino.

─ Diablos, estas en una difícil situación. ─ se lamenta y yo asiento. ─ Pero, de cualquier modo, tú ya sabes lo que quieres. De otra manera, no estuvieses sentada aquí.

─ Yo realmente quiero estar con él. Estoy enamorada, Agustín. Muy enamorada.

Él me sonríe y besa mi frente antes de avisar que dentro de unos minutos van a estar publicadas las listas en la entrada. Y que es mejor que nos adelantemos allá antes de que un montón de gente nos impida verlas.

Yo asiento y lo acompaño en silencio hasta la entrada del lugar. Y aunque todos han intentado ignorar a los periodistas en las calles es imposible. Cada vez hay más prensa intentando saber del accidente. Y cualquier persona que entre o salga del aeropuerto es un buen material.

2.- El verde de sus ojos; Por segunda vez.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora