III

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Laboratorio. Tubos de ensayo. Reportes, y más reportes. Vasos de precipitado. Dos hombres meciéndose con desesperación en sus sillas mientras, paulatinamente, caen al suelo. "Funcionó". Reporte, corrección, reporte. Registrar. Gritos, llanto, una que otra maldición. Pulsaciones en la sien; frotarse no funciona. Ibuprofeno 200 mg. Más gritos, más llanto. De pronto, es Vanessa.

Despertar de golpe. 5 de noviembre, 6:47 am, y no hay noticias de ella. "En domingo, todo el día es temprano", solía pensar. No el día de hoy; ya era inusualmente tarde.

José era un escéptico de las corazonadas, o aquello que la gente llama "un sexto sentido", sin embargo, aquella sensación que experimentaba luego de despertar así lo inquietaba sobremanera. Comenzó a sentir que los latidos se aceleraban; después, como si le faltara el aire. "Algo", no sabía qué, pero algo le provocaba un escalofrío que de inmediato le hizo pensar en Vanessa y preocuparse más de lo que ya estaba; llamarle calmaría ese malestar, quizás.

Quizás no.

Ella no dejaba pasar más de dos horas sin comunicarse con su padre cuando estaba fuera de casa, por lo que al haber llegado la madrugada del domingo sin noticias de su hija desde la mañana anterior le generó aquella sensación inexplicable.

«El número que usted marcó no está disponible; intente más tarde», enunciaba la grabación de la compañía telefónica, para frustración de José, quien hizo varios intentos adicionales, encontrando la misma respuesta. Antes de poder alarmarse, decidió intentar, a pesar de la hora, llamando a Giselle, una de las amigas de Vanessa; por suerte, ella respondió de inmediato.

—Sí, don José, aquí estamos todas en la laguna, y estamos bien, no se preocupe.—decía la joven mientras trataba de ocultar un bostezo.

—Ah, qué bueno, Giselle. —frunció el ceño con sorpresa— Oye, ¿pero no habían ido al rancho en San Graciela?

—Ah...—Giselle continuó nerviosa, titubeante— Sí, es que... me equivoqué, perdón, sí estamos en el rancho. Estamos todas: Raquel, Ximena... eh, también Paola, Claudia, obvio Vanessa y pues yo.

—Gracias, Giselle. ¿Ya me puedes decir dónde está en verdad Vanessa?— sentenció tajante.—Ella me dijo que Claudia no iría porque se había resfriado el día anterior.

—Ay, don José... perdóneme, por favor. Ella me pidió que le dijera eso, es que... —hizo una pausa, como evaluando la prudencia de decir lo que diría— ay, me va a matar Vane, pero es que se iba a ir con Leonel al rancho, a los conciertos que iba a hab...

—Gracias, Giselle. —la interrumpió de forma abrupta— Luego hablo contigo y Vanessa, ¿sale? Y perdón por la hora. Adiós.

Apenas colgó, se dispuso a marcarle ahora a Leonel, mientras en su cabeza crecía la cantidad de escenarios posibles que prefería no imaginar; la mente puede ser traicionera a veces. Su teléfono sí sonaba, pero no había respuesta, más allá del tono de marcado y de nuevo la grabación, ahora pidiendo dejar un mensaje en el buzón de voz. Sin más, se vistió con las prendas que dejó en el suelo la noche anterior y salió de prisa hacia su camioneta para ir en busca de su princesa, y el plebeyo que tenía por novio.

Absorto en sus pensamientos, apenas y advirtió el indicador de combustible, que ya marcaba la necesidad de una nueva carga, por lo que se detuvo en una gasolinera y, aprovechando el alto, consultar las rutas que podía seguir para llegar al rancho Santa Graciela con mayor rapidez. A sus 51 años, José era un hombre que procuraba mantenerse al día en cualquier menester, por lo que no era de extrañar que hiciera uso de las herramientas digitales que tenía a su alcance, como la aplicación para consulta de mapas. Aún así, prefería cerciorarse a la antigua y pedir referencias a algún extraño.

Domingo de retiroWhere stories live. Discover now