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La década prometía retos excitantes a la humanidad, a cada uno de los más de cinco millones que habitaban el planeta. Los jóvenes cobraban más protagonismo en toda esfera; tenían apetito y venían dispuestos a comerse al mundo. Por supuesto, las mentes y corporaciones que ya tenían control sobre las áreas donde las nuevas promesas buscaban incursionar encontrarían la manera de aprovechar tal espíritu emprendedor.

La Universidad Federal había hecho convenios con varias instituciones, organismos y corporaciones para promover la vinculación de sus estudiantes y egresados con el campo laboral, de modo que cientos de jóvenes se vieron beneficiados de tal acuerdo que prometía cimentar carreras exitosas y posicionar profesionistas que harían historia.

El proyecto Millenium Innovative Research había aceptado a cinco estudiantes para colaborar en una investigación internacional en el campo de la neurobiología y química clínica. Bastante ambicioso para el sitio donde tendría lugar el trabajo a realizarse, un complejo colosal, eso sí, aunque ubicado en la nada, a las afueras de San Francisco, rodeado de árboles frondosos que dificultaban la vista más allá de ellos, y si algo era perceptible, era la altísima cerca ubicada a 500 metros de ahí.

Las instalaciones parecían un gigantesco almacén de alguna empresa, con un exterior de aspecto lúgubre, como si llevara décadas en el abandono. Era un contraste sorprendente con el interior, que contenía una infraestructura propia de una corporación ubicada en Silicon Valley. Ahí es donde los seleccionados debieron presentarse el 5 de marzo de 1990 para el primer pase de lista y los exámenes médicos.

Dos perfiles llamaban la atención de entre los cinco universitarios.

Masculino, 24 años. Estudiante de la Maestría en Ciencias, énfasis en Neurobiología de la Universidad Federal; Licenciado en Bioquímica, egresado de la misma institución, titulado con mención honorífica y el promedio más alto de la generación 84-88. De estatura 182 centímetros, complexión mediana, tez morena, ojos negros, cabello negro. Responde al nombre de José González Mendoza.

Femenino, 19 años. Estudiante del tercer año de la Licenciatura en Bioquímica de la Universidad Federal, con promedio íntegro y participación destacada en proyectos de investigación en el área como asistente de investigadores nacionales e internacionales. De estatura 176 centímetros, complexión delgada, tez clara, ojos verdes, cabello rubio. Responde al nombre de Catalina Vanessa Arreola Rivera.

Ambos tenían la particularidad de un currículum ambicioso y competente, la misma escuela de formación, la misma línea de investigación, y además, llevaban saliendo más de un año. Se habían conocido un par de años atrás en un verano de investigación, y desde entonces, se estableció entre ellos una /relación que había trascendido no sólo el plano personal sino también el profesional. Uno impulsaba al otro a seguir superándose; ella más a él, tanto, que fue Catalina quien tuvo la iniciativa de inscribirse al programa, y convenció a José de unirse, ya que se trataba de la oportunidad de mejorar su futuro; planeaban casarse el año próximo.

Su primer día en el programa fue una inducción al mismo, sus objetivos, la misión y la visión de la corporación al realizarlo. Luego del recorrido y una serie de exposiciones, les hicieron firmar un documento; un contrato de confidencialidad vitalicio que los comprometía a no revelar en lo absoluto detalles acerca del programa en el cual colaboraban.

Qué... inusual.

A continuación, se les proporcionó un documento rotulado con la leyenda "Manual de narrativa institucional y comunicación social "; todo un guion acerca de lo que se debe explicar a individuos ajenos al proyecto y la comunidad en general, siempre que surjan interrogantes acerca del rol de los involucrados al interior de la institución.

Domingo de retiroWhere stories live. Discover now