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—Sólo enfermos desquiciados como tú harían una barbaridad como esa, ¿por qué lo hiciste, animal infeliz?—recriminaba el oficial que conducía la patrulla, viendo con mirada de juicio al sospechoso a través del retrovisor—¿No me vas a responder o qué? ¿No que muy bravo?

—Cálmate, Saucedo, no deberíamos hablar con él—razonó el novato compañero, quien hacía de copiloto—Todo lo que tenga que decir, será ya en presencia de su abogado; a nosotros no nos toca. Mejor, vista al frente, que hay mucha neblina aún.

—Ni el abogado de OJ podría liberar a este animal de esta.

José sólo escuchaba, sin mayor remedio, la charla de sus captores, sin dejar de pensar en dónde estaría su hija; era lo que más le preocupaba ahora, más que incluso la posibilidad de caer tras las rejas. Quería pedir a los oficiales que por favor la buscaran, pero sabía que sus intentos serían en vano.

Luego de varios minutos observando sus pies, atrapado en sus pensamientos, José levantó la mirada y advirtió a los oficiales de un riesgo que él había logrado sortear: dos vehículos acercándose de frente, uno al lado del otro. "¡Cuidado!". Pero no hubo tiempo suficiente. Las dos patrullas y el par de vehículos chocaron de forma estrepitosa en una carambola que dejó a las cuatro partes fuera del juego, a ambos lados de la carretera, aún en terrenos suburbanos.

Mirada borrosa. Todo está de cabeza.

Un zumbido en los oídos de José lo ensordece. Sube. Crece. Sube. Crece.

Cierra los ojos. Oscuridad.

De un salto, José reacciona. Esta es quizá su oportunidad de librarse de un encierro ajeno a sus culpas. Como puede, patea la puerta a su izquierda; estaba tan dañada que derribarla fue tarea fácil. Arrastrándose, consigue salir de la patrulla y correr sin rumbo, lejos de la nueva escena de un crimen imprudencial. ¿Las esposas? Se preocuparía por ellas en cuanto estuviera lejos y a salvo.

Llegó a un punto cercano a la gasolinera en la que estuvo por última vez. Desde ahí sería más fácil ubicarse y continuar con su búsqueda. Corrió hasta el establecimiento, en donde pidió socorro al despachador con quien se había encontrado horas atrás. "¡Ayúdame, por favor! Robaron mi camioneta e intentaron secuestrarme", gritaba mientras mostraba las esposas que aprisionaban sus manos. De inmediato, el hombre, espantado por el aspecto de José y al verlo tan lleno de sangre, lo auxilió quitando la llave al artefacto de metal. "Por fortuna, estas cosas tienen llave universal; bien fácil se les quita", aseguró el despachador.

Una vez más agradecido, José pretendía ofrecerle una generosa propina al hombre; se espantó al esculcar entre sus bolsillos y no encontrar su billetera. "Debí extraviarla al escapar", pensó para, después, disculparse con el sujeto y disponerse a continuar.

—Amigo, ¿está seguro que no necesita ayuda? ¿Una ambulancia o quizás un teléfono?—añadió el despachador, quien mantenía un semblante de estupefacción ante el otro tipo.

—En verdad, estoy bien.—José permanecía aún agitado; apenas le salían las palabras—Tengo carga suficiente y crédito en mi teléfono; puedo seguir.

Tronó sus dedos y giró su cuello hasta que éste también tronara y continúo con su camino, alejándose de las zonas concurridas para evitar ser visto por la policía, o quien quiera que ahora pudiera estar buscándolo. Para la los agentes de la ley, ya se había convertido en un sospechoso, y ante cualquier extraño, sin duda también lo sería, tanto por su aspecto como por su andar un tanto errático.

"Debería arreglarme un poco".

Se acercó a una zona habitacional, en cuyas casas sus ocupantes aún yacían en brazos de Morfeo. En domingo, a cualquier hora es temprano. Mojó su cara y brazos, procurando quitarse la sangre de encima. Robó del tendedero de una casa vecina un par de prendas para cambiarlas por la camisa ensangrentada que aún portaba. Una camiseta lisa color negro, "por si de nuevo me manchara", y una chamarra ligera, también negra; aquella era una mañana, por mucho, bastante fría.

Con más tranquilidad, continuó su camino, aún cuidando el no ser encontrado por la policía. En su mente pensaba en las posibilidades que tenía de encontrar un autobús blanco o cómo localizarlo en la ciudad; lo mismo pasaba con el sujeto que usaba cuello de tortuga. Era probable que ahí estuviera Vanessa; en definitiva, con Leonel ya no podía estar, con sus amigas, en lo absoluto no.

Diez dígitos. De nuevo esa grabación.

«El número que usted marcó no está disponible; intente más tarde»

Los minutos transcurrían, para luego convertirse en horas, y con su paso, menos las probabilidades de encontrar con bien a su hija. ¿De qué manera localizarla? En un momento de iluminación casi celestial, José recordó que ella le enseñó y descargó una aplicación con la cual podría rastrear la ubicación de algunos dispositivos móviles, aún si estos estuvieran apagados.

"¡Eureka!"

La conexión al internet de la red celular era deficiente, pero bastaba para realizar el rastreo. «Buscando... Buscando... Se encontró una coincidencia». José copió las coordenadas para realizar la búsqueda en la aplicación de mapas y tener una referencia más precisa. Al dar con la ubicación, supuestamente precisa, no lo pudo creer. Otro intento. "Es que no puede ser". Un intento más. La misma ubicación.

No podía ser un error. A veces las casualidades son despiadadas; escalofriantes, en este caso. Sin más alternativas, José resopló antes de caminar hacia el punto de su vida que creyó olvidado. Ni siquiera era preciso consultar de nuevo el mapa; conocía muy bien el sendero a seguir.

Domingo de retiroWhere stories live. Discover now