La mente de José no dejaba de pensar. Seguía trayendo a la mesa recuerdos que sólo le evocaban un malestar tormentoso, sensación que se acentuaba al saberse cada vez más cerca de aquel sitio al que pensó que no volvería, en principio, por haberse visto involucrado con una corporación que le arruinó la vida de muchas formas, y en segundo lugar, porque en el 95 se había concluido el proyecto por instrucción del principal inversionista.
Pero ahí estaba. Había vuelto.
Una hora invirtió en el traslado que tenía el peso y la sensación de 24 largos años.
La imponente cerca que rodeaba el complejo seguía ahí, en perfectas condiciones para llevar 22 años abandonado. Luego de cerciorarse de que no estuviera electrificada, la escaló y se apoyó en uno de los árboles cercanos para cruzar al otro lado con facilidad.
Caminó con prisa pero con cautela de no ser descubierto. Entonces, se halló frente a aquel infame edificio que se mantenía en el mismo estado que en el pasado tuvo, lúgubre e intimidante. Al rodear en busca de una forma de entrar, se encontró con un autobús blanco.
No había lugar para las dudas.
El estado de inquietud que José experimentaba lo había hecho pasar por alto la música que se oía a lo lejos. Se concentró por un momento en averiguar la fuente de aquellas melodías, ya que por la ubicación en la que se encontraba, era imposible que procediera de algún lugar cercano. Por lo tanto, la única opción sensata para él fue que tenía su origen en el interior del complejo.
Le extrañaba que en un rincón tan macabro como aquel hubiera música tan festiva como la que sonaba. Teclados armoniosos, líneas de bajo producidas por sintetizadores, ritmos desempacados de una caja; era la cadencia ideal para una intromisión en la pista de baile. La noche ideal para quien vivió en los ochentas.
Más extraño aún.
Al recordar que algunas de las ventanas funcionaban como salidas de emergencia, José escaló hasta alcanzar una de ellas para entrar. Antes, se asomó para ver con qué se encontraba. En efecto, la música tenía su origen en el interior del edificio, donde parecía que tenía lugar una fiesta en la que todos la pasaban increíble; la gran mayoría bailaba, mientras unos cuantos charlaban, ya sea en lo que suponía ser una barra, y otros hacían un círculo de conversación.
Con cautela, abrió la ventana.
Logró entrar.
Con mayor precaución, bajó hasta integrarse con las demás personas. Todos eran hombres y mujeres jóvenes, de tez clara y cabellos entre rubios y castaños; vestían ropas que hacían contraste con los ritmos que danzaban, pero todos se mostraban extasiados con lo que estaban viviendo. No les parecía importar el hecho de que muchos de ellos tenían sangre encima, algunos incluso con raspones y golpes en la cara.
En definitiva, eran ellos.
José avanzaba entre los muchachos, tratando de pasar desapercibido imitando con torpeza los bailes a su alrededor. Nunca había sido diestro a la hora de bailar en la pista; algunas cosas nunca cambian. A pesar de ello, y los múltiples tropezones que tenía con los demás, nadie notaba su presencia.
Ni siquiera Vanessa.
Ella bailaba de manera desenfrenada entre un círculo de aproximadamente doce personas. Danzaba como si se tratara del último baile en toda su vida, y sonreía como no lo hacía desde hace una década. Al verla, José no pudo evitar encontrar en ella a Catalina cuando era joven; en verdad, era su retrato exacto.
Sonrío embriagado en recuerdos.
Parpadeo. Dolor en la sien. Zumbido en los oídos; la música bajaba su intensidad desde la percepción de José.
"¡Reacciona, José!".
Avanzó dispuesto a abordar a su hija cuando una voz captó al instante la atención de todos los presentes, quienes cambiaron su disposición física, casi de manera militar, hacia un mismo punto, la cabina del DJ. José retrocedió para ocultarse; pensó que lo habían localizado e identificado como intruso.
Todas las luces disminuyeron, creando un ambiente aún más tenue y de misterio. En la cabina se alcanzaba a distinguir la silueta de una persona que tomó un micrófono para dirigirse a los presentes.
—¡Compañeros! El momento se acerca. Llegó la hora de cumplir con aquel compromiso que les fue dado.
Conforme la iluminación se concentraba en la cabina, la silueta adquiría apariencia; parecía ser un adulto joven, de estatura alta, tez clara, voz gruesa e imponente, y vestía un cuello de tortuga que lo hacía adquirir cierto aire interesante y de intriga. "Es el nova", "es el novatos Gregorio", musitaban con emoción unos cuantos.
—Aunque este grupo ya es especial y el elegido para alcanzar un nivel más alto de espiritualidad y eternidad, todavía tenemos que encontrar a nuestro iluminado o iluminada, aquel individuo que nos muestre el camino predicando con su admirable ejemplo.—aquel hombre hablaba con una seguridad envidiable, e imponencia que hacía que todos aplaudieran cada vez que él hacía una pausa; continuó—Aquel que sea el elegido, no sólo atenderá al llamado mayor, sino que demostrará ser el único gracias a una prueba de fortaleza, ímpetu y espíritu. Mientras tanto, aún tenemos un par de horas antes de la gran revelación, ¡que siga la pinche fiesta!
La ovación no se hizo esperar, y con ella, hizo su arribo la locura y el desenfreno, que estallaron al tiempo de música trance. José estaba confundido, desconcertado. Lo que sea que ahí estuviese pasando, era orquestado por ese hombre que al parecer tenía a todos comiendo de su mano, y Vanessa no podía ser parte de eso.
Lo que sea que fuera.
La multitud experimentaba un éxtasis de proporciones colosales, y para alcanzar a Vanessa, José debía navegar entre el mar de sudor, adrenalina y al parecer litros de alcohol. El panorama era aún más complicado al sumar a la fórmula que la música estaba en su punto máximo; el beat golpeaba a un ritmo que aceleraba el corazón, el bajo resonaba en las entrañas y la atmósfera le haría sentir a cualquiera que está volando, aún sin haber comprado el boleto a besos.
Por fin la alcanzó.
—¡Vanessa! ¡Hija! Qué bueno que te encuentro—José la tomó del brazo para llamar su atención; los altos decibeles lo orillaban a gritar.
—¿Qué pasó? ¿Quién eres tú?—Vanessa parecía confundida y desorientada.
—Hija, estás drogada, borracha, no sé... —suspiró—No me voy a enojar contigo, pero por favor, vámonos de aquí.
—¡¿Qué?! ¡Claro que no te vas a enojar conmigo! ¡¿Pues tú quién eres?!—Vanessa alzaba aún más la voz, con evidente molestia, llamando la atención de quienes la acompañaban.
—Hija... ¿cómo es que no reconoces a tu padre?—Vanessa enmudeció; José la jaló hacia una orilla, cerca de una salida de emergencia.
Entonces, ella gritó.
La atención de la multitud se dirigió de repente hacia una de las puertas, ubicada a la derecha del complejo. Era Vanessa siendo arrastrada y oponiendo resistencia. Cuando varios muchachos corrieron a socorrerla, la puerta se cerró frente a ellos; al momento de abrirla, vieron que ella era subida al autobús blanco estacionado al exterior.
Decenas de jóvenes corrieron detrás del vehículo que, sin ella recordarlo, la transportaba como rehén una vez más. A toda velocidad, José comenzaba a alejarse del tormentoso edificio que, al parecer, se empecinaba en arruinarle la vida una vez más.
Acelera.
Tercera, cuarta, quinta.
Ámbar. Acelera. Rojo.
Sólo se permite frenar una vez.
YOU ARE READING
Domingo de retiro
Short StoryLas pesadillas que han atormentado a José lo hacen despertar de golpe una vez más, ahora para enfrentarse a una realidad más cruda que cualquier sueño que haya tenido. Vanessa, su hija, se ha fugado y no hay rastro de ella, por lo que el atormentado...