—¿A dónde vamos, papi?
—Ah, no sé, princesa, tienes que adivinar.
—Ay, ¡papi! Dime, por favor, ¡mami! Dile que me diga, ándale.
—Yo tampoco lo sé, mi amor. Es una sorpresa que papá nos preparó, ¿no te emociona?
—¡Sí! Me gustan las sorpresas. ¿Vamos a los brincolines?
Catalina rió con ternura. Se sonrojaba cuando eso pasaba, lo cual enternecía a José, quien sentía una presión en el pecho, una indescriptible, de las que dan gusto no saber cómo explicar.
Parpadeo.
Una lágrima cayó por su mejilla derecha. Sólo es posible viajar al pasado a través de los recuerdos. Ahora, la única mirada hacia atrás que debía echar era para asegurarse de que nadie lo seguía.
Aquella carretera por lo general no era transitada, de modo que el escape se podía efectuar en menor tiempo; lo difícil sería llegar a casa. Vanessa había permanecido quieta y en silencio en uno de los asientos detrás de José, quien contrario a su hija, se conducía con terrible ansiedad y temeroso de lo que fuera a ocurrir.
—¿A dónde me llevas?—preguntó Vanessa, casi susurrando.
—No sé, princesa...—José tragó saliva; amargo pasado—... no te puedo decir a dónd...
—¡¿A dónde me llevas, chingada madre?!—Vanessa parecía perturbada.
—¡Cállate, hija! Y no me hables así, que soy tu padre.
—¡Yo no tengo padre!—a José se le cristalizaron los ojos; Vanessa lo veía con rencor—Yo no tengo padre, tú no eres mi padre.
—¿Cómo puedes decir esas cosas?—la voz de José comenzaba a quebrarse.
—Mi único padre y creador es el supremo. Él me ha dado todo, y yo daría todo por él.
Silencio.
Una vez más silencio. Era lo que solía haber entre ellos dos desde que Catalina murió; José llegó a pensar que con ella se había esfumado el alma y la esencia de la familia. Aún cuando ambos hacían el intento por tener algún tema de conversación, esta siempre se sentía forzada, poco natural.
Tanto como el actuar de Vanessa ahora.
El silencio fue acribillado por los alaridos de dos sirenas; eran dos patrullas que habían comenzado a seguir a aquel autobús blanco. No había otra forma de escapar; aquella era una carretera en línea recta y la próxima salida estaba a cinco kilómetros de distancia. Consciente de sus implicaciones, José giró el volante a la izquierda y se adentró en un sendero de estabilidad incierta.
Quizás ya era experto en eso.
En algún momento de la persecución, las patrullas lo alcanzaron, situándose una a cada lado. Hacían señas a José, indicando que se detuviera, pero él los ignoraba por completo; estaba enfocado en lograr su escape a salvo con su hija, quien tenía otros planes. Golpeteaba los cristales del autobús, en un intento de ser vista por la policía.
Unos metros más.
El vehículo blanco logró sortear los obstáculos del camino pedregoso, pero al salir de nuevo a carretera, se estampó con una de las patrullas que ya circulaban por ahí esperándolo. Sólo así fue que se detuvo. Entre dos oficiales abrieron la puerta y apuntaron a José. Vanessa comenzó a gritar con desesperación a los oficiales, pidiendo que la liberaran de su captor.
—Este sujeto me secuestró y dice cosas desquiciadas, como que es mi papá y no es cierto, ¡eso no es cierto! ¡Enfermo!—concluyó su súplica escupiéndole a José en la cara.
—¡No, oficiales! ¡Esperen por favor!—José mantenía las manos arriba; lucía desesperado—Ella es mi hija, en verdad, ella fue secuestrada en Santa Graciela por un demente, y yo la seguí para salvarla, ella estaba en...
—¡Cállate! Tú eres el demente que hizo todo eso en el rancho; ya te habían arrestado mis compañeros.
—¡Sí! ¡Sí, fue él!—Vanessa intervino una vez más; sollozaba—Este hombre fue quien llegó y masacró a mis amigos.
—Ya estuvo bueno, ¡arréstenlo!—ordenó el jefe; cuatro oficiales subieron al autobús, dispuestos a esposar a José.
—¡Espéreme, por favor! Puedo probar que digo la verdad, ¡mi identificación!
—Bueno, pues...—el jefe resopló harto—A ver, denme los dos sus identificaciones.
Vanessa extendió la suya al oficial, mientras José manoteaba en su persona, buscando con desesperación su billetera.
Olvidó que la había perdido.
—Ya estuvo de cosas, sólo arréstenlo. Además, ni se parecen tú y ella; ni cómo creer que pueda ser tu hija.
Parpadeo. Pulsaciones en la sien. Forcejeo, forcejeo. Ya estaba esposado. Todo comenzó a transcurrir en cámara lenta, mientras parpadeaba compulsivamente y, sin más, lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.
José fue subido a un furgón; Vanessa en una patrulla.
Su trayecto se trazó distinto.
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Domingo de retiro
القصة القصيرةLas pesadillas que han atormentado a José lo hacen despertar de golpe una vez más, ahora para enfrentarse a una realidad más cruda que cualquier sueño que haya tenido. Vanessa, su hija, se ha fugado y no hay rastro de ella, por lo que el atormentado...