Cuando te imaginas a una prostituta, ¿qué es lo primero que piensas? La mayoría crea una imagen de una mujer impotente, esclava de los hombres con los que se acuesta. Otros piensan en una idiota que ha echado a perder su vida y que se ha dispuesto a recaer entre escombros en un inútil esfuerzo de supervivencia. Y, estoy segura de que prácticamente nadie piensa en una mente maestra que vive sin compromisos, sin ataduras, libre.
No les culpo, las malas lenguas distorsionan el sexo y hacen que este parezca un pecado y aquellas condenadas a participar en el sucio juego de practicarlo sin escrúpulos las hacen ver como fracasadas, como el escalón más bajo de una sociedad que presentan como justa, como equitativa y esperanzadora. Muchas de las excusas que oigo de la boca de clientes que se avergüenzan de pagar por mis servicios e intentan mantener un anonimato, apostando siempre por moteles cutres en la otra punta de la ciudad, son que tienen un nombre que mantener, una apariencia. Y, en efecto, así es cómo se ve el negocio desde dentro; los compradores son mayores presas que el producto y jamás lo reconocerían, están más solos, más consumidos por esa moral social que ellos mismos defienden. ¿No resulta fascinante que gran parte de la clientela sean hombres exitosos que han levantado imperios inmensos de la nada, pero se ven incapaces de levantar su propio pene? En el fondo todo lo que dicen tener no es más que un castillo de naipes que se esfuerzan por mantener en pie, aunque ello les saque de quicio y terminen entre mis piernas en busca de un consuelo, de un ánimo o de una recompensa.
Creo que detrás de cada persona hay una lucha del mismo modo que detrás de una reina se oculta, en numerosas ocasiones, un peón que ha sabido cómo y por qué casillas avanzar. Pero sí, tienes razón, no todo peón logra llegar a la otra punta del tablero; no todo peón se vuelve reina. ¿Dónde me hicieron jaque? ¿Cuándo se comieron a mis alfiles, a mis caballos y a mis torres? ¿En qué momento perdí la partida? Esas son muy buenas preguntas.
Comenzaré por el primer peón que moví mal. Hará unos veinte años, con unas amigas decidimos hacer un viaje a Ibiza para celebrar que habíamos entrado juntas en la Facultad de Química. En aquel entonces teníamos unas ganas insaciables de hacer locuras, de dejarnos llevar en las discotecas, de bailar con desconocidos. No nos importaba tener el control sobre nuestras acciones, es más, gozábamos estando bajo el influjo de una botella de champán barato.
Y, allí estábamos Sawi, Mogu y yo, dispuestas a darlo todo en esa gigantesca pista de baile. No obstante, las luces parpadeantes, los bruscos movimientos de caderas y los chupitos no hubieran bastado para hacer de aquella una noche memorable. De hecho, por más que me esfuerce, no logro revivir detalles, sólo he sido capaz de retener escasas imágenes de aquella ambulancia yendo a toda pastilla; todo son diversión y juegos hasta que se suma el éxtasis y te deja tonta, hasta que Sawi me intentó salvar de una sobredosis y lo pagó caro. Me atreveré a confesar que siempre supe que, de las tres, ella tendría el futuro más brillante ya que era la única que sabía compaginar diversión con responsabilidad. Resulta irónico que precisamente fuera esa virtud el cálculo que arruinaría la ecuación y nos haría sentir a Mogu y a mí endeudadas el resto de nuestras existencias.
No hay palabras que describan lo devastada que me sentí a la mañana siguiente, cuando el efecto de las drogas y el alcohol dejó de ser suficiente para esquivar la despiadada realidad de que había perdido a una de las personas más importantes de mi vida en un abrir y cerrar de ojos. Ese había sido el primer peón en caer, Sawi, una veinteañera dulce que sin duda alguna hubiera llegado a reina si aquella bala no hubiera interferido. Ojalá hubiera sabido desde el principio que había comenzado a perder la dichosa partida; en la vida real ni hay vuelta atrás ni hay dos peones iguales.
Mogu y yo hemos estado intentando llenar ese vacío de mil y una maneras, por desgracia, el llanto nunca tarda demasiado en encontrarnos. Cualquier ajedrecista que se precie lo sabe; un paso en falso marca la diferencia y, por muchas hijas que llames Sarah en su nombre, jamás podrás reemplazar aquel rostro al que tú misma condenaste.
Sawi tenía un aura pacífica, transmitía amor con la mirada. Por si no fuera suficiente, la muy cabrona era inteligente, tenía un don para resolver problemas de todo tipo y sentía pasión por todo lo que hacía. Si mi memoria no falla, ella solía llevar una cámara de fotos siempre encima que dominaba con mucha soltura, en síntesis, se trataba de una tipa divergente, que se escapaba de la norma y se interesaba tanto por la ciencia como por el arte.
Con los años, mis recuerdos pierden nitidez y me atormenta la idea de olvidarla. Soy una Overthinker, pero no porque me pase el día haciendo cálculos raros, más bien me dedico a ocupar mi mente obligándola a analizar el tablero, a estudiarlo en profundidad con el único fin de perdonarme por haber sido torpe e insensata.
Tras ese innombrable verano, dejé los estudios y poco a poco me fui metiendo en el mundo del puterío, siempre aspirando a ahogar mis penas en billetes. No os voy a mentir, comencé siendo una puta cara hasta que me vi tan seducida por el dinero que rebajé mi precio para explotar mi cuerpo al máximo. Sé que no estarías orgullosa de mí, por ello me he aferrado a la esperanza de que el tiempo logrará sanar mis heridas, de que podré volver a ser digna de una amistad como la que tuvimos. Descansa en paz, Sawi.
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Overthinker [Completa ❤️]
NouvellesPensar de más y pensar de menos no ha hecho otra cosa que meterme en líos, que hacerme sentir miserable e insuficiente, que convertirme en un fantasma. Toda partida de ajedrez va bien hasta que alguien mueve la pieza equivocada, y no siempre está un...