Capítulo 13: Una trampa esperada

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–Considero que esta vez te demoraste más tiempo en seguir mi huella, Albert.

–Sólo es cuestión de perspectiva, Alabaster. Necesitaba tiempo para coordinar un plan efectivo, eres un hombre difícil de rastrear. – El Comandante se acercó lentamente hasta donde estaba sentado Alabaster, cada paso que daba resonaba en el suelo de una manera particular, como si cargara un peso mucho mayor al de su cuerpo. Dio un paso, luego el siguiente y al tercero se quedó sólo a unos centímetros del mago.

–Ahora, nuestro dilema es el siguiente: Tienes dos opciones. La primera opción es que te entregas y te llevamos hasta el castillo del Conde Alexander, o la segunda opción es que si te resistes, acabamos con las pobres chicas que están escondidas en el arbusto más alejado de aquí y te llevamos hasta el castillo del Conde Alexander; Tú elige.

Las chicas dieron un grito ahogado y todos los soldados se voltearon hacia donde estaban escondidas las chicas al mismo tiempo. Parecía que actuaran como una sola persona, pues sus movimientos eran totalmente coordinados. Ellas decidieron que no era necesario seguir escondidas, ya que no habían tenido oportunidad de pasar desapercibidas; así que se pusieron de pie y caminaron a cortos pasos hacia el costado izquierdo del claro, en donde quedaron completamente al descubierto.

Tanto Margaret, como Kate y Angel miraron con temor a los soldados y descubrieron detalles que antes habían pasado por alto. Pudieron observar que éstos portaban una armadura negra como el carbón, desde el yelmo hasta el escarpe –la parte final de las botas de los soldados–, lo cual infundía terror a la distancia, sumado a su altura; cada soldado medía por lo menos un metro con noventa centímetros, les hacía parecer gigantes dispuestos a arremeter contra un grupo de hormigas indefensas. Además contaban con una espada de mano atada con un cinto al costado derecho de la armadura y en la mano izquierda tenían una lanza que medía un poco más que cada uno de los soldados. Sólo habían dos detalles que variaban del negro de sus armaduras: El pequeño escudo de armas plateado que emitía un extraño fulgor en el sector izquierdo de las armaduras, justo al lado del corazón. Ésta figura obtenía un brillo mayor al deseado, ya que era lo único más brillante que resaltaba entre toda la armadura y su color contrastaba con todo el contorno, absolutamente negro. Y lo segundo era el color de sus ojos. Absolutamente todos los soldados tenían sus ojos ocultos dentro del yelmo, el cual cubría desde la mollera hasta la barbilla, cerrándose ahí y dejando un espacio libre sólo en el área de los ojos. Pero ahí dentro había un brillo azul de un tono muy obscuro, como si al mirar hacia sus ojos, ellos te absorbieran hasta las profundidades de su mente, algo que era casi imposible de evitar, pero estaban seguras que si caían en esos ojos, se perderían en ellos.

Albert las observó con interés y se volteó hacia Alabaster, diciéndole:

–Y para colmo, acabas –nuevamente– rompiendo un contingente de esclavos que iban dirigidos hacia el castillo; otro crimen por el cual deberás pagar, hechicero.

–No pienso pagar absolutamente nada, idiota. –Respondió Alabaster, y abriendo sus ojos, soltó un par de palabras extrañas y su talismán se iluminó de un tono rojizo, y en el instante en que acabó de hablar, se oyó un silencio alrededor del claro, un silencio que a las chicas e incluso a Albert dejó con los pelos de punta, los sonidos de los pajarillos se silenciaron, no se oía el pasar del viento, el valle se sumió en la obscuridad; pero los soldados –que permanecían estáticos mirando fijamente a las chicas– parecían inmutables, sólo se veía a su alrededor una especie de aurora que cubría todo su cuerpo de un tono rojizo, color idéntico al del talismán. Luego de unos segundos, la luz del amuleto se apagó y el sonido del bosque volvió a la normalidad, como si nada hubiera sucedido.

Albert volvió en sí y al notar lo cansado que el mago quedó luego de su hechizo, soltó una carcajada que resonó en todo el valle, era una carcajada de triunfo, de burla, de locura incluso; las chicas intentaron moverse hacia atrás; pero al dar el primer paso en reversa, los soldados se movieron junto con ellas al unísono, tomando sus lanzas y colocándolas frente a ellos. Ellas se detuvieron al instante y Albert observó a sus soldados con orgullo. Con esa misma mirada, volvió a mirar a Alabaster, quién ya le miraba fijamente a los ojos, esperando una respuesta –casi obvia para él a esas alturas–, pero deseaba que el Comandante se la confirmara.

Las Crónicas de Ghildeón 1: El gran ViajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora