Capítulo 26: Un secuestro prohibido

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El color del atardecer ya daba paso a la profunda y oscura noche que con su manto caería sobre Ghildeón, en donde Alexander miraba por la ventana que daba desde la sala del trono hacia los vastos rincones de su territorio. Él y un grupo de sus más entrenados soldados oscuros estaban ya preparados para el asalto de aquella noche, pues era un evento importantísimo para así poder prevenir el terrible mal que caería en su condado. Conseguir orejas de elfo no era un objetivo menor, ya que desde la caída de los dragones, los elfos huyeron hacia sus ciudades y con su magia lograron ocultar sus huellas y todo rastro visible de su ubicación. Casi lo mismo pasó con los enanos, quienes se adentraron en las profundidades de las montañas para continuar ahí con sus vidas. Es por esa razón que al enterarse Alexander de la existencia de la oculta ciudad de Eirusland, último bastión de los elfos en Ghildeón, sus labios esbozaron una sonrisa de triunfo, al fin obtendría lo que su corazón deseaba.

–Señor, los preparativos para el viaje están listos, sólo esperamos su orden para partir. – Mencionó uno de sus soldados de élite.

–Perfecto. Reúne a los otros y nos vemos en la entrada. Recuerda que nadie debe saberlo. Ahora vete. – Espetó el Conde y el soldado, como movido por arte de magia, salió de la sala a cumplir las órdenes encomendadas.

A pesar de que los planes y los preparativos para poder tomar al elfo ya estaban listos, Alexander sentía que algo no andaba bien, que quizá llegar a medidas tan desesperadas podía causar casi el mismo daño que si no hiciera nada y se resignara a cumplir con su destino. En su corazón comenzaron las dudas y hasta podía sentir una especie de vacío en su pecho...¿Miedo? ¿Ansiedad? Los sentimientos subieron hasta su cabeza y comenzaron a revolotear como los cuervos que con tanta dedicación ha ido entrenando para que cumplan sus órdenes, sólo que en ésta ocasión, los pensamientos revoloteaban de forma molesta, intentando hacer retroceder todo lo que habían avanzado en pos de la búsqueda y captura del elfo en cuestión.

¿Qué te aqueja, Jinete? – Una voz irrumpió en la cabeza del Conde y al instante todos los pensamientos se desvanecieron. –¿Acaso no recuerdas nuestro objetivo? Sabes que todo lo que ejecutamos en este lugar es para un bien mayor. – La voz del dragón sonaba cada vez más convincente.

–Pero...¿Es necesario que debamos romper la tregua con los elfos para poder conseguir lo que necesitamos? ¿Por qué no buscamos a un mercader que tenga las malditas orejas y ya?

¿Y perder la emoción de tomar una vida? – La presión del dragón se hizo un poco más fuerte en la cabeza de Alexander. –Acaso... ¿Acaso te estás volviendo débil, jinete? – Al instante, una gran masa comenzó a moverse entre los rincones oscuros de la sala, una masa que se veía tan oscura como la noche misma y al pasearse alrededor de la sala daba la sensación de que la muerte había encarnado en tal densa oscuridad. Luego de unos segundos que parecían interminables, un enorme dragón color rojo sangre se posó frente al Conde; con una apariencia tan antigua como el tiempo mismo. Alexander jamás lo había visto con tal imponencia y eso inevitablemente le intimidó.

–Eh...No...no es eso, simplemente quiero...quiero evitar confrontación innecesaria...– El conde, con la cabeza mirando hacia el piso, se esforzó en levantar la mirada para encontrarse con los ojos color plata del dragón; esos ojos penetrantes y brillosos que cualquiera caería poseído ante tal demostración de poder.

¿Acaso no recuerdas nuestro objetivo, Jinete? ¿Tú y yo, volando libres por el mundo, sin oposición? – Al mismo tiempo que el dragón le hablaba, nuevas imágenes comenzaron a aparecer ante los ojos del Conde, en donde se veía a sí mismo montado en un gigante e imponente dragón color rojo sangre ante la desesperación de todo aquél que tenía la desgracia de cruzarse en su camino.

Las Crónicas de Ghildeón 1: El gran ViajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora