Capítulo 20: Entre cazadores y traidores

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El muchacho estaba espantado y a la vez asombrado; nunca creyó ver realmente al que todos alababan como el famoso Albert Callen, el "sabueso de la corte" como en muchos lugares le decían; ya que era conocido por siempre seguir las órdenes del Conde, incluso cuando éstas fueran las tareas más peligrosas o complejas que pudieran existir, siempre las llevaba a cabo con buenos resultados; al parecer, sólo hasta ahora.

–Lamento el haber entrado de esta forma a tu casa, muchacho; pero necesito a alguien de confianza que me pueda ayudar y así también ayudar a la corte de nuestro Conde Alexander.

–Primero; Alexander no es mi conde. Segundo, aunque pedí verte, no creí que fuera en estas condiciones y tercero, si deseas que te entregue algún arma o herramienta, tendrás que pagar. –Erick se sentía defraudado, toda la gran imagen que había formado de aquél comandante se desvaneció al verlo de esa forma.

–Tranquilo, no necesito armas, sólo alojamiento y que sea un tanto...discreto. –Se escuchó un ruido en la calle que alertó a Albert un poco más de lo normal. Cuando el ruido hubo pasado, continuó– Hay alguien que me persigue, Erick; un cazarrecompensas y sólo tú me puedes ayudar; escóndeme en algún lugar que tengas y si no me quieres ayudar, te pagaré lo que sea necesario por el alojamiento y tu silencio.

–¿Y por qué no vuelves donde tu Conde? Supongo que si eres alguien de renombre por allá te darán alojamiento en las mejores habitaciones y las camas con telas de seda que jamás encontrarás en mi casa.

–No es tan fácil como parece...¿Recuerdas la última carta que me enviaste? Llevé un contingente de soldados como recomendaste, pero ese maldito supo arreglárselas, como lo ha hecho en ocasiones anteriores...–Las palabras de Albert finalizaron cargadas de un odio contra quién le avergonzó de esa forma.

–Pero las veces anteriores volviste al castillo, ¿No? ¿Por qué no puedes volver ahora?

–Porque el contingente que llevé conmigo eran soldados especiales; fueron encantados con magia proveniente del Conde en persona...Si vuelvo sin los soldados y con las manos vacías...lo menos que puede hacer es colgarme en la plaza pública...

Erick comprendió la situación y eso confirmaba los rumores del dragón y los soldados que murieron calcinados en sus armaduras; esto confirmaba que Alice realmente tenía razón y ahora más que nunca habían posibilidades de que "algo más" pudiera pasar y que el Conde podría caer pronto.

Albert vio como el muchacho se perdía en sus pensamientos y se puso en pie con dificultad, dispuesto a salir por la puerta de atrás de la herrería.

–Hey, espera; te daré alojamiento, pero no esperes un trato especial sólo por ser alguien de la corte. Tendrás tres comidas al día y me pagarás la noche por adelantado, no quiero que te escapes sin pagar y dejarme con las manos vacías.

–Descuida, no te fallaré. Gracias por la oportunidad, muchacho; recordaré esto que haces cuando atrape a ese maldito hechicero y te recomiende ante el conde. –Le mencionó Albert con una fingida sonrisa.

El herrero acompañó al comandante hacia una de las habitaciones vacías de la casa y le indicó que esperara mientras le traía ropa más "acorde" al entorno en el que se encontraba. Pasadas unas horas, Albert lucía como uno más del pueblo, sólo que su rostro arrogante y despectivo no le ayudaba a ocultar su verdadera identidad.

El día transcurrió con normalidad, pese a las órdenes inconscientes que Albert le daba a Erick para que le sirviera comida o le trajera agua para beber o lavarse el rostro, ya que había pasado varias semanas cazando en el bosque y comiendo lo que encontrara en el camino. Llegada la noche, Erick encendió una fogata dentro del lugar y mientras calentaba agua se acercó al fuego para calentar sus manos. Albert salió de su habitación y se acercó al lado de Erick a hacer lo mismo.

Las Crónicas de Ghildeón 1: El gran ViajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora