i. Robot olvidadizo

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492, 3 AÑOS LUZ es la distancia exacta del segundo gran salto de la humanidad, el primero se lo ha llevado un sujeto ahora irrelevante, Armstrong era el apellido. Aquella cantidad es imposible de olvidar, incluso después de diez mil quinientos un años (o diez ezer- cinco zentiper- un yil, utilizando el Sistema Internacional de Unidades del sector espacial de Kepler-186f).

Amigable Kepler-186f, hermano perdido de la devastada Tierra azotada por la contaminación inminente, tanto tiempo ha transcurrido de sus desgracias y casi nadie puede recordarlo, o más bien, a nadie le interesa. 

La vida de los colonias en Kepler-186f, es feliz. No se puede pedir más. Hay aguas cristalinas, el aire que se respira entra a los pulmones sin ningún escozor, la tierra es próspera, entablan lazos diplomáticos con otros planetas, la tecnología avanza y lo mejor ¡Por fin podemos navegar entre las estrellas!

Los colonos promedios como Erik Lehnsherr, anhelan varias cosas. Sin embargo, vivir una vida cómoda en un planeta gemelo, arrullado en la constelación del cisne, no es la gran cosa para él. Pero sus ojos se iluminan con deseo cada vez que observa los puertos de despegues.

¡Oh! Bellas máquinas con potencia y colores lustrosos que navegan en el espacio en busca de aventuras. Capitanes que portan uniforme con elegancia y cuya voz hace vibrar su pecho. Pero lo que más entusiasma al pequeño niño que observa a través de su ventana, no son aquellas personas, sino, las que se observan hasta el fondo del escenario. Con sus overoles añiles cubiertos de aceite de balthyos, con sus manos cargadas de planos y con máquinas a medio fabricar; los ingenieros se han convertido en el sueño favorito de Erik.

«Cruzar el inmenso espacio sólo es divertido, si eres tú el que crea su propia nave», es la frase que a un pequeño chiquillo de cabellos claros, hoyuelos tenues y gran sonrisa soñadora, hace burbujear su interior con inmenso anhelo. Aquel que sabe que será capaz de propulsarlo a miles de años luz de distancia.

Pero la vida es dura. Mucho más si nunca perteneciste al espacio.

En un pequeño tik (o parpadeo, según el anterior lenguaje terrano) los que siempre fueron el eslabón más alto de la cadena jerárquica, te superan. Enseñándote cual es tu posición en este inmenso espacio. Los colonos no son la excepción a esta universal regla, mucho menos Erik Lehnsherr. 

«El espacio es frío y puedes perderte en él», es uno de los dichos más populares entre las viejas de Kepler-186f. Erik siempre renegaba aquella frases, porque sabía que no era así. Pero cuando aconteció en su vida, no pudo estar más de acuerdo que nunca.

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El overol añil le da comezón en la espalda, aunque es imposible rascarse por el aparato que cuelga por detrás. Es terriblemente pesado y anticuado a las últimas tecnologías textiles, se aferra terriblemente al diseño convencional que no ha cambiado durante los últimos siglos y eso disgusta al personal de labor. Es lógico, considerando que es la clase baja a quien van destinados la vestimenta. A esta hora del anochecer la temperatura en la termosfera suele descender considerablemente, quizá Erik ya esté acostumbrado a aquel hecho, pero sus herramientas de trabajo siempre se ven afectadas por ello. No le sorprende que al tomar el extremo del aspirador magnético de basura, se encuentre frío como un témpano.

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⏰ Última actualización: Jun 02, 2020 ⏰

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