Tan inteligente

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Tan inteligente.

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Mirando fijamente los planos frente a ella, frunció el ceño con fuerza al no poder distinguir en qué consistía ese dato anotado a un lado. ¿Eso era la presión en la cual la capsula iba a estar expuesta en la bóveda ?¿O era los segundos que les tendría que tomar el soldarla a la puerta? Chasqueando su lengua con rudeza, revolvió sus cabellos con estrés mientras mordisqueaba el capullo de ese bolígrafo, con el cual estaba tratando de comparar ese plano con los datos que tenía anotados en su libreta. Manoseando un poco sus anillos de manera estresada, trató de calmarse.

El Profesor, le había dado a cada uno una tarea en específica esa tarde. Y la de ella, estaba junto a ese tipo llamado Bogotá. Ambos debían estudiar por completo de pies a cabeza, esa capsula que ya se encontraba siendo construida en algún lugar del mundo por parte del Profesor.

Mirando de reojo a su compañero de trabajo, lo vio comparar entre sus manos dos pares de materiales de acero. Posibles metales que se podrían encontrar dentro de esa bóveda, que ese soldador debía derribar para continuar con el plan. Concentrado en su deber, él hizo un par de anotaciones en un gastado cuaderno, cubierto de rayones, sin prestarle atención.

¡Demonios! Cuanto hubiera deseado que el Profesor estuviera aquí. Por lo menos, con eso podría sacarse de esa duda, que la tenía más confundida que lo usual. Rascando su cabeza con el bolígrafo, llevó su olvidado cigarro del cenicero a su boca para darle una calada relajante. Necesitaba nicotina, para pensar. Para que su cansada mente que no había dejado de trabajar desde las ocho de la mañana cuando el Profesor los despertó para desayunar, se aclarará.

—Buenas tardes, mis queridos compañeros— hablo una voz ronca, entrando en la habitación con una caminata pastosa y relajada. Nairobi y Bogotá alzaron su cabeza para verlo entrar con un vaso de vino en sus manos.

—¿No es muy temprano para andar con eso en la mano?— dijo ella divertida, notando cómo él sin ofenderse en lo más mínimo, le tendía su vaso medio lleno hacia ella para que lo tomara.

Encaminándose hacia un mueble cercano a ellos, él pareció buscar un poco entre un par de papeles viejos cubiertos de telarañas, como si supiera perfectamente dónde se encontraba lo que buscaba, él sonrió ladeadamente estirándose un poco. Antes de alzar una sucia botella de vino cubierta de polvo y tierra, producto de los años que seguramente se encontraba allí escondida. Tomando dos vasos más del mismo mueble, le tendió uno a Bogotá junto con la botella.

—Vaya...¿Y esto?— preguntó Bogotá leyendo la etiqueta del vino con el ceño fruncido y una sonrisa de par a par en su cara. Acercándose un poco más hacia él, ella leyó la blanca etiqueta con una sonrisa. "Egon Muller Scharzhofberger Riesling Trockenbeerenauslese, Mosela, Alemania". Se escribía en una caligrafía elegante sobre una etiqueta blanca.

—Ni siquiera puedo leerlo correctamente.—comentó ella divertida, mirando fijamente cómo esa pesada mano curtida y cubierta de cicatrices de quemadura, producto de las soldaduras de años, limpiaba el polvo de la botella antes de servirla sobre los dos vasos vacíos sobre la mesa.

—Es un vino muy caro...Jamás pensé que pudiera tener la posibilidad de probarlo— soltó Bogotá, tomando su vaso para arrojar lejos las pocas gotas de vino tinto que aún quedaban en él. Entregándole uno de los vasos nuevos a Nairobi, él se sirvió sobre el vaso usado, para llevarlo rápidamente a sus labios.

—¿De dónde lo has sacado, tío?— dijo ella con una sonrisa, al distinguir el pintoresco y fuerte sabor de un viejo vino. Era llamativo. Un pintoresco vino blanco, con aroma delicioso que fácilmente disgusto contra sus pupilas con pastoso gusto a nicotina producto de su cigarro.

—Berlín me lo trajo una vez. –le confesó, dándole un sorbo a su vaso, antes de acercar los planos que Nairobi tenía frente a ella, para darles una leída con una mirada concentrada— Me lo regaló, junto con otros más que no recuerdo dónde los metí. Una mitad nos la tomamos, pero la otra deben estar escondidos, alrededor de esta casa. ¡Para vos, Bogotá! Que yo sé cuánto te gustan— río divertido, acompañado del hombre a su lado que simplemente alzó su vaso en alto cómo respuesta— ¿Pudiste resolver esto, Nairobi?— preguntó con tranquilidad, señalando el mismo jodido dato que la había tenido todo este tiempo con su culo pegado a la silla.

—¡Joder!¡Ese jodido dato me ha tenido toda la maldita mañana aquí, coño!— gruñó, parándose de su asiento para acercarse un poco más hacía el asiento a su lado y leer juntos ese boceto bien dibujado a lápiz. –Mira, mira. Tú eres el ingeniero aquí ¿No?—viéndolo asentir con una sonrisita arrogante, ella lo vio tomar un lápiz para sostenerlo contra sus dedos— ¿A cuántos grados debe estar los hornos para fundirlos definitivamente? La presión que debe estár la capsula, lo he comprendido. ¿Pero qué significa este jodido número que se encuentra aquí? En ocasiones el Profesor tiene una letra de mierda— escupió, sacándole una carcajada divertida.

Tomando su lápiz, él paso delicadamente su punta por alrededor del número para redondearlo con firmeza.

—Este numerito que vez acá, mi querida Nairobi. Son los grados que tienen que tener si o si los hornos para lograr el punto de fusión del oro. –anotando un par de datos rápidamente sobre otro papel, él comenzó a explicar cada concepto de ese colorido boceto uno por uno, con una explicación perfectamente detallada a un lado, para que ella comprendiera en todo momento qué era lo que debía hacer con cada parte de esa máquina y sus diferentes componentes— Es química básica, pero para este plan, debemos jugar un poco con ella, para lograr que el oro se solidifique en pequeñas pepitas de oro, del tamaño de granos de arroz...—Nairobi abrió sus ojos sorprendida al leer detenidamente cada uno de esos datos que él colocaba en un fluido y sencillo lenguaje, explicando a la perfección cada detalle, cada sistema. Tan fácilmente. Con ninguna de esas palabras difíciles que el Profesor tendía a usar en cada uno de sus planes. En donde ella debía consultarle más de una vez cómo proseguir al verse enfrentada a alguna palabra irreconocible dentro de su diccionario.

Palermo seguía hablando, explicando fácilmente con esa voz aterciopelada y ronca que tendía a tener en las clases cuando acompañaba en frente de todos al Profesor. Tomándose todo el tiempo del mundo para contestar a cada duda que ella tenía, no con palabras difíciles y poco claras, sino con la más completa soltura, como si estuviera hablando del mismísimo clima. Mientras que pasó a pasó, esa pequeña libreta que Nairobi tenía para sus apuntes, se iba llenando de su letra elegante y refinada. En una explicación que fácilmente solamente le debía dar una sola leída antes de poder aprendérsela de memoria.

¡Joder! La madre que lo pario...¡El tipo definitivamente era un cerebrito, tanto o más que el Profesor!

Una persona tan inteligente...

¡Su puta madre! Ahora entendía porque ese sujeto tenía tan fascinado a alguien tan raro y narcisista, cómo lo era Berlín.

Sin embargo, ella fiel a su propia palabra. Guardo silencio. Escuchándolo.

Escuchándolo e imaginándose, cuantas veces Berlín también se sentó a su lado tal y cómo  ella misma se encontraba ahora. Fascinado, completamente atento a cada palabra que él le estaba diciendo, compartiendo un caro vino que él mismo se había encargado de traerle del culo del mundo, solo para ese tipo. Para Palermo.

Para la persona tan importante para Berlín, cómo para recordarla con esa sonrisa tan melancólica y distraída en sus labios.

Pero sobre todo, para la persona que ella lentamente comenzaba a formar en base a pistas dichas al azar y que ahora se estaban materializando ante ella, frente a un rostro de ojos azules con sonrisa arrogantemente soberbia. Esa persona, estaba perdiendo el anonimato que ocultaba una careta en forma de Dalí, en el recuerdo de un compañero. En el relato dicho por alguien del pasado, sin pensar en ningún momento que ella podría encontrarse con esa persona y establecer los cabos sueltos. 

Una persona [Berlín x Palermo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora