IX - Ausencia

15 4 3
                                    

Bruna salió de su guardia en el hospital y buscó en el aplicativo del móvil algún mensaje de su novio, pero no había nada. Ansiosa por pasar una noche maravillosa a su lado, fue a una tienda de ropas femeninas y compró una lencería sexi, preparó una cena deliciosa y puso en la nevera, para enfriar, el vino blanco que a él más le gustaba.

Esperó un tiempo y arregló la mesa; se quedó esperándole, pero las horas pasaron y ninguna señal de Samuel. Ella empezó a sentirse angustiada, imaginando que había pasado algo. Sabía cómo la profesión de él era peligrosa.

Fijó los ojos en el anillo de compromiso que recibiera el día anterior y reflexionó sobre el tiempo en que estaban juntos. Se acordó de los momentos únicos, de las alegrías que él le proporcionaba y un extraño aprieto en su pecho surgió. Las lágrimas empezaron a salir involuntariamente de sus ojos, mientras la piel se le erizaba. Su corazón parecía decirle que algo había ocurrido, pero la razón insistía en negar aquella hipótesis. Miró una vez más el aplicativo de mensajes... Nada.

Recordó el último viaje que hicieron juntos, a Buenos Aires. Cenaban y conversaban a la luz de velas en el restaurante El Tango, mientras la música sonaba al fondo.

— ¿Qué tal? ¿Vamos a bailar?

— No sé si debemos, Samuel. Hace poco tiempo que empezamos a tener clases de baile...

— Aunque nos equivoquemos en algún paso, aquí nadie nos conoce... Y la intención es divertirnos, ¿no?

— Tienes razón. Vamos.

Él la cogió de la mano y la llevó a la pista de baile. Empezaron con los movimientos, uniendo las miradas de forma sensual en medio del salón. Las manos entrelazadas, los pies en armonía con los acordes, los sentimientos aflorados.

Las personas pararon de bailar para verles. Las mujeres parecían paralizadas, hipnotizadas, observando los pasos firmes de la bella rubia de ojos verdes con su compañero. Los movimientos armonizados de la pareja con la música hacían parecer que bailaban juntos hacía mucho tiempo, pero en verdad tenían pocas horas de clases los fines de semana, por causa de la rutina ajetreada de los dos. Pero no había dudas: habían nacido el uno para el otro.

Ella volvió en sí, alargó la mirada hacia allí afuera, cerca de la ventana, en la expectativa de ver el coche de Samuel llegar. Allí abajo vio en la acera a una pareja empujando un carrito de bebé. Su visión se esforzó para intentar ver al pequeño, pero estaba muy lejos. Aunque la idea de tener un hijo estuviera bien cerca de ella en su corazón. Imaginó que un día Samuel también pudiera aceptar la idea de ser padre. De repente, la preocupación de la espera volvió a su mente.

"Algo debe haber ocurrido", Bruna miraba una foto, en su smartphone, de él sonriendo. Se acordó de cuánto Sam hacía las cosas que a ella le gustaban y cómo tenía que medir la dosis correcta para no ser demasiado controladora.

Después de buscar noticias en las redes sociales, encendió la tele, consultó el sitio de noticias para buscar alguna información. Pensó que tal vez la operación fuera en algún lugar de frontera donde no había comunicación y por eso la tardanza en saber algo.

Si no supiera nada más en aquella hora, no esperaría más y llamaría al Departamento de la Policía Federal, pue su preocupación no la dejaría estática. Fue entonces que empezó a oír las palabras del titular en el telediario:

— Hace algunas horas, la policía encontró varios cuerpos en un almacén abandonado en el barrio de la Luz. Parece haber existido una confrontación entre bandidos y policías federales en el local. Según el comisario Orlando Canhoto, que investiga el caso, varios agentes habían hecho una operación para combatir el tráfico de órganos. En el lugar, no encontraron sobrevivientes; había solamente algunos cuerpos de bandidos y policías muertos. El nombre del jefe del Departamento ella oyera a Samuel pronunciarlo cierta vez: Orlando Canhoto, el hombre que disparaba con la mano izquierda y de eso ella se acordó.

El Otro LadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora