X - El Donante

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En el Centro de Investigación, el grupo de supervisores de la CIR — Compañía de Innovación Robótica, cuya matriz estaba en Francia, vino a visitar personalmente la sucursal brasileña; quería hacer inspección de todos los proyectos que ya acompañaba por realidad virtual. El equipo se interesó, particularmente, por el programa AR-400 y sabían lo que representaría un trasplante de cerebro para la evolución tecnológica de la humanidad.

Estudios semejantes eran elaborados en otras partes del mundo, pero debido a los avances, los científicos creían que de allí podrían obtener resultados concretos. Ya habían conseguido crear ciborgs usando partes robóticas en humanos, pero poner un cerebro en otro hombre, o mejor aún, utilizar la ingeniería reversa poniendo partes humanas en robots sería la mayor conquista de la empresa.

La creación de tales máquinas posibilitaría realizar tareas en ambientes inapropiados para los seres humanos. Si los ciborgs aprendieran a pilotar naves espaciales, avanzarían por el espacio preparando planetas y satélites para posibles colonizaciones.

Algunas filiales también desarrollaban esos proyectos, pero los ingenieros brasileños estaban bastante más adelantados en las investigaciones. Silver Head era la prueba real de eso.

A pesar de la capacidad técnica de todos los investigadores en las diversas sucursales, había una característica que ayudaba al proyecto a avanzar más rápido en São Paulo, la facilidad de encontrar órganos en el mercado ilegal brasileño. En la nueva remesa que recibieron, un cerebro sano fue separado especialmente para el programa.

Paulo Nakayama seguía con José Rodolfo, además de otros ingenieros y los inspectores franceses, visitando todos los sectores del instituto. El gerente explicaba cómo las investigaciones se desarrollaban cuando el ejecutivo pregunto cómo andaba el proyecto AR— 400 y el trasplante de órganos humanos.

— ¿Puedes decirme si hay alguna adaptación de cerebros en personas de verdad? — indagó Jean François, responsable por el equipo. — Porque estamos intentando esto en otras partes del mundo y la sinergia entre nuestros equipos puede ser útil para la empresa.

— Señor Jean, tenemos un prototipo, incluso porque este es uno de los objetivos principales de la investigación. En breve, podremos presentarlo a su equipo y, si es posible poner piezas robóticas en humanos creando ciborgs, ¿por qué no insertar órganos vitales en los androides?

— Muy interesante — el ejecutivo francés prestaba atención en lo que era dicho.

— Ya testamos chips a base de silicio implantables en el cerebro de cobayas; estos harán la conexión entre las neuronas y los robots. También estudiamos otros materiales compatibles con interfaces cibernéticas avanzadas. Las asociaciones con los ingenieros de la empresa en otros países han rendido excelentes resultados en las reuniones semanales.

— ¿Pero, qué falta para hacer el programa AR-400 funcionar? — insistió el supervisor de los inspectores, ansioso por ver resultados. — Me he desplazado hasta aquí, señor José Rodolfo, a fin de coger los frutos — miró fijamente al gerente de operaciones del instituto. — Ya sé que el ciborg funciona bien y que podemos sustituir bastante mano de obra humana con él. Eso es bueno, pero las otras sucursales también llegaron casi hasta esta etapa. Nosotros queremos ahora unir los esfuerzos para restaurar los cerebros con pensamientos de los que ya murieron o hacer que nuestros robots actúen como seres humanos.

— ¡Esto sería fantástico!

— Imagine cuánto los millonarios de todo el mundo pagarían para ver a sus hijos vivir de nuevo. Una nueva vida con un cuerpo cibernético que copie su real apariencia.

— Pero doctor Jean, es muy difícil conseguir a alguien con las características necesarias para participar del proyecto. Además de eso, cuando surge una posible cobaya, los parientes no nos autorizan por no creer en la posibilidad de salvar a sus hijos o piensan que vamos a utilizar sus cuerpos en experiencias.

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