Día 9: No quiero amar

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—Amor, llevas encerrado ahí todo el día. —Me llamó mi mamá, ni siquiera había bajado a desayunar y ya eran pasadas las 3 de la tarde. No dejaba de pensar en lo sucedido. Quería explicarme a mi mismo mis propios sentimientos, pero eran eso, sentimientos.

Los sentimientos a duras penas tenían nombre. Y había muchos que no lo tenían. Son tan profundos y confusos, me altera no poder entenderlos.

—¿Podrías al menos comer algo, cariño? —Pidió mi madre a través de la puerta. —Encerrarte todo el día no ayudará en nada, cariño.

—No quiero nada. —Exclamé con mi voz opacada por las sábanas, debido a que estaba acostado boca abajo.

—Cameron Evans, abre la puerta ahora mismo. —Me reprendió —O la echo abajo.

—Argh —Refunfuñando y maldiciendo tuve que abrir la puerta. Cuando la abrí me giré hacia mi cama y llegando a ella me dejé caer de nuevo.

—Hijo, tienes que comer algo. Llevas todo el día aquí. —Sermoneó mi madre. —No me obligues a quitarte tu teléfono, el Wi-Fi, tu computadora, y tu consola.

—Ya no me importa nada. —Gruñí entre mis sábanas.

—Definitivamente estás mal como para que no te interese el internet. —Apuntó mi mamá —¿Que sucedió, bebé?

Suspiré pesadamente y me giré. Está vez mirando perdidamente el techo. Mis ojos perdidos más allá de lo que veían, mi mente concentrada en cada uno de los pensamientos que vagaban en mi cabeza.

—Nada, supongo. —Refunfuñé.

—Cameron Evans, baja ya a comer. —Ordenó mi mamá y mientras salía por la puerta continuó. —Tenemos que hablar.

Y salió por la puerta en dirección al comedor. Desde abajo la hoy exclamar:

—¡Cameron, es en serio!

Gruñí exasperado, y lentamente me incorporé en dónde estaba. Aún mas lentamente baje las escaleras y me dirigí a dónde mi mamá estaba. Una vez llegué me dejé caer sobre una de las sillas y posé mi cara sobre la mesa como niño enojado.

—Come algo y tratemos de hablar. —Dijo al momento que puso un plato con el almuerzo que había preparado delante de mí. Me incorpore, y tome la cuchara sin ganas. Removí un poco la comida y ni siquiera pensé en comerla.

—Cameron, come. —Dijo mi madre severamente.

En un suspiro que denotaba mis ganas de hacer algo, lleve la cuchara a mi boca y al fin comí. Me dió igual, solo no quería enojar a mi madre.

Cuando ya había acabado me tendió un vaso de zumo de mora y lo dejo frente a mi. Llevo el plato donde había comido al lavaplatos, y posteriormente se sentó delante de mi.

—Cameron, hijo, ¿que es lo que sucede? —Indagó mi madre preocupada. —Llevas así desde ayer cuando llegaste de la escuela y no probaste ni siquiera un bocado de la cena. No me vengas con que no es nada.

—No, mamá, no es nada.

—Cameron, sí es algo, y como tu madre sé que pasa algo. —Acerco su mano hacia mi y en un reflejo la aparte, pero al pensarlo mejor me dejé hacer, y permití que tomara mi mano. —¿Tiene que ver con Harry?

Desvié mi mirada al instante. Me sentí avergonzado, ¿como lo había sabido?

—Es Harry, ¿No es así? —Volvió a indagar.

Asentí nervioso. Aún con la mirada dirigida a otro lugar. Con su otra mano tomo mi cara e hizo que la mirará directamente.

—Tienes que hablarme, ¿esperas a que adivine todo? —Dijo preocupada bajando de nuevo su mano. —¿Y bien? ¿Pelearon?

Treinta Y Un Días: Juego De NoviosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora