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Tercer curso; 1973
UNA SLYTHERIN JAMÁS PODRÍA PROFESAR SU AMOR A UN GRYFFINDOR, no solo era el pensamiento de Sophia, era el pensamiento común de cualquier serpiente. El orgullo de una no le permitía estar con alguien tan egocéntrico y despistado como lo eran los leones. Aún así, a pesar de esa regla tonta, no significaba que no se quisieran entre si. Habían pequeñas variantes dónde no podías evitar desviar tu mirada. Y es que los ojos verde esmeralda no podían separarse del joven de ojos chocolates. Ya era el tercer año de Hogwarts y Sophia no paraba de rondar a los alrededores de los merodeadores, aquel grupo de chicos que se hicieron grandes amigos con un interés principal. Remus Lupín.
La clase de transformaciones había iniciado, y Minerva Mcgonagall estaba ya frente a sus estudiantes, repitiendo unas palabras mientras movía con gracia su varita. Clase que los Slytherin y Gryffindor compartían. Todos miraron al pájaro sobre la mesa. Debían transformarlo en una copa de cristal y no era tarea fácil. En especial para alguien totalmente desinteresada en la materia como lo era la rubia de largos rizos. Ya era la tercer clase en la semana que nos intentaba hacer aprender pero sus alumnos parecían ser completos inútiles a excepción de unas pocas personas a quienes les dió puntos extras para sus casas.
-Hagan grupos de a cuatro, así podré explicarles más fácil y se ayudan entre ustedes. Dos de cada casa.
La voz severa de la mujer resonó en un aula donde las palabras mal pronunciadas y chispas volando de varitas por torpes movimientos salían. A mí lado se encontraba Lilyan Prewett, con un característico rojo en su cabello y ojos oscuros, su rostro estaba relajado y me dedico una pequeña sonrisa. Era una de las Slytherin más amigables que había conocido, curiosamente no me desagradaba, y mientras que no le molestará mi actitud desinteresada, nuestra amistad funcionaba. Ambas miramos a nuestro alrededor, queriendo aprovechar la pequeña libertad que raramente nos dejaba la profesora para elegir a nuestros compañeros. Era divertido ver una división clara entre las casas, todos parecían reacios a buscar compañeros de otra casa. Pero de a poco comenzaban a acomodarse, tener un perfil bajo ayudaba mucho, por ejemplo, ninguna serpiente quería siquiera acercarse a los merodeadores, quienes dos de cuatro alzaban su mentón con orgullo, mirándo a todas las serpientes, buscando a quien fuera digno.