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REMUS NO QUERÍA VER NI EN PINTURA A SOPHIA, a la chica que tanto había buscado hasta por debajo de las piedras cuando desapareció. Y ahora, que estaba allí buscándolo cada que podía, él era quien desaparecía. Pero Remus no era el único que se estaba ahogando en pena. James y Peter también lo hacían, aunque un poco menos drástico, por suerte para la rubia, Sirius era lo suficientemente descarado como para que no le importaba si lo había visto desnudo o gritando como niña por una mordida que a día de hoy le seguía reclamando por arruinar su hermosa piel.
Pero a Sophia no le interesaba nadie más que el lobo que de encerraba en los baños cada vez que la veía siguiéndolo.
—Yo... No podía ir a mi cuarto, si Lily me encontraba lo notaría al instante, en cambio, mis compañeras de cuarto jamás hubieran agarrado un zorro. A pesar de saber lo tontos que son los leones tenía la esperanza de que alguno se diera cuenta.
Sophia se desquitaba con Sirius, dándole todas las explicaciones que deseaba darle al castaño, arrancaba el césped bajo sus manos. Era un hermoso día de verano que ambos chicos disfrutaban bajo el sol.
—¿Y por qué no dormiste afuera?
La mirada que recibió era tan claro como las palabras. ¿Eres idiota? Él solo alzó sus manos, declarándose inocente por una pregunta tan tonta.
—Ya no se que hacer, tonto Black... lo he intentado todo, lo he acorralado, encerrado, le he gritado y le he intentado hablar con toda la tranquilidad, intente decir que no tenga pena... Ya me quedé sin ideas.
Los ojos grises brillaron al escuchar sus palabras.
—Viniste al mejor.
Sophia no tenía idea de porque había aceptado. Sabía que Sirius tenía un maní por cerebro, pero estaba tan desesperada que incluso acepto su ridículo plan.
____
—Esta viniendo.
La voz de Peter resonó entre los dos alumnos. Las mejillas de Sophia ardían por la estupidez que iba a cometer por llamar la atención de un chico. Sirius desapareció de su vista, corriendo lejos junto a Pettigrew, acomodándose tras una enorme estatua, aún así, vio los brazos de Potter hacer la señal que indicaba que Remus estaba allí, haciendo que se recueste en el mar de sangre falsa y su rostro firme como una piedra. Su varita estaba a un metro de distancia, como si hubiera sido desarmada y finalmente fue capaz de escuchar los pasos tranquilos de Remus.
