10• Cometer.

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Marzo de 2021.

Los Ángeles, California.

Entrecierro los ojos con amabilidad a la chica que me sonríe detrás del mostrador. Ella me entrega las dos cajas y yo pago mi pedido con dinero en efectivo.

—Vuelve pronto —pronuncia a modo de saludo y me limito solo a asentir mientras me retiro del establecimiento.

Guardo ambos objetos en mi mochila y me encamino hacia mi casa.

Una vez allí, coloco los cartones sobre mi escritorio y me siento en la silla, para analizar detenidamente todo el itinerario que tengo anotado. Si todo sale bien, todo debería ocurrir exactamente de la forma que fue planeada. Miro la hora en mi reloj de muñeca, todavía tengo diez minutos. Me deslizo hacia atrás llevando la silla rodante conmigo para llegar al otro escritorio, donde está mi cuaderno. Lo abro para arrancar una hoja y me la guardo en el bolsillo, busco un bolígrafo en el vaso que Bonnie diseñó para mí, con el propósito de que lo use como lapicero y lo coloco en el mismo bolsillo que el papel. Repaso en mi mente todo lo que necesito para cerciorarme de que nada falte, y entonces mis ojos se pierden más allá, en el retrato de Bonnie, Brent, Cian y yo. Aquel día que los niños quisieron pintar nuestras caras. Recuerdo aquel día con tanta nitidez que podría haber ocurrido ayer, aunque ya pasó poco más de medio año. En mi garganta se forma un nudo, como cada vez que mi atención se topa con esa imagen, cuestionándome lo mismo de siempre: ¿es buena idea tener esa fotografía allí? ¿Me motiva o solo me hace dudar de si alguna vez lo lograré?

Presiono mis labios para acabar morderme el inferior con fuerza. Por supuesto que lo lograré. En ocasiones tengo ganas de mandar todo al carajo, porque odio que las cosas sean así, sin embargo, si todo esto no hubiese ocurrido, hoy no tendría oportunidad. Y tampoco podríamos hacer justicia por más de uno.

Me pongo de pie guardando la viva imagen de Cian en mi cabeza, su sonrisa me abruma de tal forma que hasta me desconcentra, pero hago mi mejor esfuerzo, no es momento de distracciones.

Agarro las llaves del auto y salgo hacia el pasillo directo al elevador para abandonar el edificio. A siete calles está mi auto, bastante nuevo, usado unas cuántas veces durante el último mes y no por mí. La verdad, me siento algo patético, pero es que aún no puedo superar ese miedo. Poco a poco cada vez que me adentro al vehículo, logro no ver aquella luz chocando contra mí. Aún tengo miedo de volver a causar algo como eso, pero a un inocente, y ya no por mí, sino porque incluso cuando era completamente anónimo, fui vigilado. Al, menos, lo que ya no existe más es la culpa por la muerte de Kim Dongjun, sobre todo luego de que supe quién fue su verdadero asesino.

La persona que alteró los contactos de los frenos de mi propio auto.

Me acomodo del lado del volante, agachando mi cuerpo para no ser descubierto, agradeciendo que la luz de la noche y el lugar exacto en el que el coche se encuentra estacionado, sea un punto donde se camufla bastante bien.

Mis ojos se posan en la esquina por la que se supone que están a punto de pasar mientras saco el papel y el bolígrafo de mi bolsillo. Entonces Mark Tuan, Kim Yugyeom y Bambam, aparecen; al confirmar su camino anoto rápidamente un número de teléfono, saco de la guantera del auto una grabadora y digo:

—Hecho.

La vuelvo a guardar, abro la puerta y salgo colocando la alarma, apresurándome para llegar a la esquina por la que desaparecieron y asegurarme de que se están alejando. Una vez los pierdo de vista, cruzo la calle y me dirijo diez calles más lejos, para acudir al bar en el que tengo que brindar la información.

El sitio es oscuro y se agradece, alguna que otra luz ocre, entre un rosa muy blanco casi blanco, son prácticamente imperceptibles, aptos para preservar la tranquilidad y el anonimato. Me acomodo en la barra y le dedico una mirada al cantinero, el cual está secando una copa, pero en cuanto se percata de mí se acerca sin decir nada.

Deuda Pendiente #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora