20• Confesión.

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Vísperas de navidad, año 2000.

Es una noche tan fría como de las que casi ya no hay. En la chimenea flamea el fuego que mi padre ha estado intentando prender por varios minutos, siendo que incluso desde arriba parece soplar el viento, apagando la pequeña llamada a cada intento que él logra. Yo me fascino al verlo molestarse por algo tan tonto, pero es que se está congelando y la frustración lo acongoja. Él me dedica una mirada desaprobatoria debido a mi carcajada, pero lo ignoro. Me deslizo por el sofá hasta que mis pies tocan el suelo y voy en busca de mi madre.

Ella está con Kochakorn hablando de esto y aquello cuando atravieso el umbral de la cocina.

—Oh, cariño —dice mi madre—, lleva esto a la mesa, la comida estará lista en seguida.

Obedezco, tomando el gran recipiente que contiene la ensalada, con el deseo de poder agarrar el otro también porque no tengo ganas de hacer un segundo viaje, y suspiro, porque desearía tener manos más grandes.

Llego a la mesa a colocar la ensaladera en una de las puntas, me subo a una silla y la coloco más al medio justo cuando mi padre se pone de pie, satisfecho de haber podido mantener el fuego ardiendo justo cómo lo quería. Él me sonríe, con cierto aire de orgullo, demostrándome que pudo lograr aquello de lo que yo me estaba burlando.

—Yo iré en busca del otro recipiente —me señala, viendo que estoy batallando por llegar al centro de la mesa—. Tú dile a Dongjun que vaya en busca de los niños.

Creo que mis ojos brillan. Adoro cuando puedo acompañarlos mientras los cargan, todavía estoy esperando el día que me dejen cargarla a ella sin temor a que la deje caer. Nunca lo haría.

Me bajo de la silla como si se tratara de una carrera, dispuesto a ir en busca de quien mi padre pidió, pero entonces frunzo el ceño, cuestionándome en dónde podría estar, ya que no lo he visto por largo rato. Busco por la planta baja, volviendo a encontrar a mis padres, a la Señora Kim y a Kochakorn. Los adultos apenas notan mi presencia cuando paso por su lado y entonces me dirijo a las escaleras para buscar en el piso de arriba. La puerta del baño está abierta, así que lo descarto en seguida. Me asomo a mi habitación encontrando a nadie en ella y cierro la puerta, porque nunca me gusta cuando está abierta, y lo pienso un poco, porque no recuerdo haberla dejado así. Me encojo de hombros y entonces llego al cuarto de mis padres; frunzo el ceño porque no estoy muy seguro de lo que estoy viendo, la luz es tenue y esa pequeña sensación de terror me recorre el cuerpo me impide mostrarme.

Tengo miedo.

Él tiene su pantalón desabrochado y está tocándose, mientras acaricia con delicadeza a mi hermana pequeña, quien está acostada sobre la gran cama de mis padres. Con la yema de sus dedos toca su minúscula mejilla y baja lentamente hasta sus piernas, haciendo presión justo donde está la unión de ellas. Y entonces vuelve a subir hasta acariciar el cabello de aquella bebé de tres años.

—¿Qué estás haciendo? —pregunto entonces, adentrándome a la habitación.

Dongjun voltea, alterado, teniendo frente a mí su miembro en la mano. Está pálido y arregla su ropa en seguida, yo trago saliva y doy un paso hacia atrás cuando él quiere acercarse. Se lleva un dedo a los labios indicándome silencio, cuando cree que me estoy ganando su confianza amaga a querer agarrarme, logrando tomar el borde de mi pulóver, pero estoy tan aterrado que mi primer movimiento es quitármelo para que se lo quede. Por algún motivo que no termino de entender el corazón me late en la garganta y entonces salgo corriendo escaleras abajo para buscar a mis padres.

Deuda Pendiente #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora