Gèrard Rodríguez

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13 Enero

Era una mañana fría de invierno en la ciudad de Barcelona, una de esas en las que solo te apetece quedarte en la cama refugiado entre mantas y dormir hasta que el cálido sol del mediodía te despierta acariciándote suavemente la cara. Una de esas mañanas especialmente duras para los estudiantes, que después de las vacaciones de navidad, tenían que volver a su rutina diaria de clases y estudio. Y es que, una mañana así podría deprimir a cualquiera, o quizás no.

En una casa en algún punto del barrio de Gràcia, cerca de la plaça del Diamant, la melodía de Bed I made, a voz de Allen Stone, sonaba llenando la habitación de Gèrard; que dormía plácidamente acurrucado en su cama segundos antes de que la canción le hiciese abrir los ojos. Con una sonrisa parecida a cuando vas a abrir tus regalos en la mañana de reyes, y totalmente inusual para un estudiante de segundo de bachillerato.

Se levantó de la cama; no apagó la alarma de su móvil, despertar con música era lo que más disfrutaba de las primeras horas de la mañana. Así que, al ritmo de la música, se empezó a arreglar, unos tejanos ligeramente rotos a la altura de las rodillas, una sudadera de color fucsia chillón y unas Converse. Se observó en el espejo, satisfecho con sigo mismo, solo le faltaban las gafas y decidió coger las marrones mientras sonaban las últimas notas de la canción.

Antes de salir de su habitación se arregló los mechones rubios que le caían en la frente, poniendo un poco de orden en su pelo revuelto, y miró el calendario que tenía al lado de la puerta, dónde tenía marcado con un rotulador rojo el día de la vuelta a clase. Por fin había llegado, a Gèrard lo de volver al instituto le hacia la misma gracia que al resto de sus compañeros, o sea, ninguna. Pero sí que había algo que hacía que quisiera regresar, la música. Llevaba mucho esperando para poderse apuntar al concurso y cada vez estaba más cerca de poder hacerlo. Cuando les dieron la noticia, había llegado a dudar si presentarse, nunca había cantado sólo en un escenario en esas circunstancias y le asustaba un poco la idea de hacer el ridículo. Pero había tenido tiempo para pensarlo, era una gran oportunidad que no podía dejar escapar si se quería dedicar a la música y pensaba demostrar que estaba hecho para ello.

Cogió la mochila, se metió los auriculares y el móvil en los bolsillos, y salió.

- Que pronto estás listo hoy, ¿No, Gèrard? - Dijo Iván, el padre de Gèrard, mirando el reloj de la cocina nada más verle entrar. - Llegas a levantarte unos minutos antes y te hubieses podido despedir de tu madre antes de que se fuese.

La madre de Gèrard, Mamen, trabajaba de Vocal Coach en una importante escuela en el centro, lugar en el que había trabajado prácticamente desde que él podía recordar. Gèrard y sus padres eran Ceutís, pero se habían mudado a la gran y ajetreada ciudad de Barcelona cuando él apenas tenía 2 años, después de que su madre recibiera una oferta irrechazable, no era sorpresa de nadie que contactasen con ella, después de todo era una de las mejores del país. Desde entonces, Gèrard había crecido allí haciendo de Barcelona su ciudad, aunque, en el fondo, una parte de él siempre pertenecería a Ceuta, y así lo demostraba su acento tan del sur, que en muchas ocasiones cuando era pequeño había provocado las risas de sus amigos.

- Supongo que tenía ganas de empezar. - Medio mintió el chico, que no tenía ganas de explicar el porqué de su buen humor, ya que le tomaría demasiado tiempo, y quería marcharse lo antes posible.

- Claro - Su padre le sonrió. - Por cierto, te he preparado el desayuno, algo ligerito y sano, que ya hemos engordado bastante estas navidades. - Gèrard miró a su alrededor, pero lo único que vio fue una manzana.

- ¿Solo esto? - Pues sí que era ligero el desayuno, pensó. - Bueno, gracias papá, hasta luego. - Cogió la manzana de la mesa y salió de la casa, no sin antes pasar por el pequeño patio que tenían. - ¡Blastoide! - Gritó de la nada al salir, y una pequeña tortuga salió a su encuentro después de oír a su dueño llamarla. Y es que Gèrard estaba orgullosísimo de decir que tenía como mascota una de las tortugas más listas del mundo, por no decir la que más.

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