CAPÍTULO 11

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–      A puesto a que no tienes ni idea de dónde te encuentras ¿verdad?– James me miró por encima de las diminutas gafas que llevaba puestas. La sala no tenía ni una sola ventana, ni ninguna otra salida.

No moví ni un músculo. Estaba tirada en el suelo y era incapaz de controlar mi respiración, tanto era así que al cabo de varios segundos empecé a sentir flato.

–      No te saldrás con la tuya– conseguí articular aquella frase con los dientes apretados a más no poder. Sentía como las venas del cuello me latían con fuerza. La rabia se expandía en mi interior aceleradamente

–      ¿Acaso no ves que ya he conseguido todo lo que quiero? – una risa perversa y que parecía salida directamente de la peor de las películas de terror retumbó en las paredes de la habitación– Oh, disculpa tienes razón aún no he conseguido todo, pero tranquila es cuestión de horas.

Aquel hombre, con el cabello color grisáceo oscuro repeinado hacia atrás con demasiada gomina y con el labio superior torcido hacia la derecha se había convertido en la peor de mis pesadillas.

–      ¿Qué pasará con mis hermanos? ¡Por qué no puedes dejarles en paz!– grité poniéndome en pie y lanzándome sobre la mesa en la que se encontraba sentado. Apoyé los puños con fuerza y un pequeño vaso con lápices volcó.

Sin pestañear ni siquiera un momento sacó lo que parecía una especie de bolígrafo del bolsillo delantero de su traje negro y lo pulsó. Noté una punzada en el estómago al instante que me hizo caer al suelo convulsionando. No veía nada, no podía parar de moverme incontroladamente mientras me retorcía de dolor sobre el mármol reluciente de aquella sala.

–      ¿Ves lo que puede pasar si no te comportas Calíope? Esto que tengo entre las manos es tan solo un juguetito, y puedo usarlo todas las veces que quiera.

Sentía como mis entrañas se retorcían una y otra vez.

–      Tan solo dura unos minutos, pero es eficaz. No sé si te habrás dado cuenta aun, pero posees algo que Odisea lleva luchando por conseguir durante décadas.

Le miré desde donde estaba, ahora era mucho peor, veía a tres James dando vueltas sobre el mismo punto, pero al menos la tripa me había dejado de doler. Sentía como las convulsiones se iban mitigando así que intenté apoyarme de nuevo en el escritorio para levantarme, aunque con poco éxito, este se tambaleo por mi peso y caí de nuevo.

–      No... no sé de qué estás hablando– tartamudeé intentando centrarme en un solo punto para no perder de nuevo el equilibrio.

–      ¿Sabes que tu abuelo te dio de beber Plomicuo durante dieciocho años y tú ni siquiera te enteraste? Richard podía ser muy persistente cuando quería conseguir algo, pero ¿experimentar con su propia nieta? Me pareció demasiado bueno para ser verdad... pero cuando te vi en la base militar, todos mis problemas encontraron solución. Tú eres esa solución.

Me negaba a creer las palabras de ese ser casposo y repugnante pero una parte de mi sabía que lo que decía tenía sentido, debía de haber una explicación a todo lo que me estaba sucediendo y después de haber matado a dos hombres con mis propias manos todo me parecía creíble, por muy duro que fuese, por muy irreal que pareciese.

–      Mi abuelo jamás me hizo daño.

–      Por supuesto que no, aunque he de decirte que arriesgó bastante tu vida. Llevamos experimentando con humanos desde hace un tiempo, sin embargo, todos han caído como moscas, claro que no sabíamos que la clave estaba en suministrarlo poco a poco y con espacios prolongados de tiempo entre cada dosis. Tampoco fuimos conscientes de que no todo el mundo puede tolerar esta clase de mineral en el organismo.

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