Camino despacio, pensativo. Las mismas tres cuadras que cada lunes y jueves transito desde el Paseo Alcorta hasta el consultorio de mi terapeuta. He cambiado varios analistas.
Creo que este es el mejor. No. Les he mentido. También les miento a ustedes.
Este es el único que ha aceptado mi obsesión de fumar habanos en la sesión, a condición de que le convide uno. Un plus a la ya abultada suma que abono por cada sesión. Siempre tengo el último turno para poder luego airear el consultorio y que al día siguiente se disimule ese olor espeso y denso que persiste por horas en el ambiente, luego de mi partida.
Si, yo también a veces me pregunto, si no me logro conocer a mi mismo ni conozco a las mujeres, si no he ni por un instante pensado en una relación seria y ya tengo 37 años, si soy narcisista, egocéntrico, intolerante y tengo varios rasgos obsesivos - creían que no se eso de mi mismo, pero sí claro que lo sé- entonces, para que insistió en tener salvación y hacer terapia desde ya mis de 15 años con escasas interrupciones. No he mejorado nada de nada, no he modificado una conducta, no he crecido como ser humano, tal vez soy aún aquel energúmeno trepado a los glúteos de la pelirroja revoltosa.
O tal vez he empeorado. Me reconozco el único artífice de ello.
Les tengo una sola respuesta valida y de gran peso. Estoy solo, me siento solo, soy solo, transito solo, y todo lo que "no" me conecto, "no" siento, "no" sufro, "no" pienso, cada uno de los "no" de mi vida , también los vivo en absoluta soledad. Por eso le convido el habano a ese señor que por ahora no ha logrado ayudarme en la vida y que me cobra mucho dinero por escucharme de a ratos.
La rutina de compartir un habano me humaniza durante 50 minutos, dos veces a la semana.
Me recibe cada sesión con una media sonrisa. Muestra de que no ha visto la serie "Lie to me", de lo contrario creo que ensayaría otro gesto.
Tampoco necesita fingir, sigo concurriendo aún con las dudas que me genera su lenguaje corporal.
Me siento en un sillón, nada de diván. Invariable: cenicero, ventana abierta y café.
Siempre la misma pregunta En que habíamos quedado? Ha pensado al respecto?
Y la misma respuesta, no recuerdo en que habíamos
quedado, tampoco he tenido mucho que pensar al respecto.
Derivo de modo muy hábil el tema de conversación, y sorteo los obstáculos de sus conocimientos sobre la manipulación, y la llevo a los problemas con los empleados, a que se me pincho un preservativo o al nuevo modo de Porsche que pienso adquirir próximamente.
¿En que habíamos quedado? ¿Ha pensado algo al respecto?
"Luis, con franqueza creo que ni Ud. ni yo sabemos en que habíamos quedado y no lo tome como una falta de respeto. Yo no me tomo en serio, de modo que porque habría de hacerlo Ud." dije sin haberlo planeado.
Luis me miró con atención por primera vez en muchos años, en la que las respuestas fueron más o menos las mismas en cada ocasión. Su mirada me demostró que no era incapaz, como confieso que yo lo consideraba, sino que pensaba que yo no tenia remedio. Tal vez era un poco vago, pero este Tiago que acababa de hablar le interesaba más que el otro.
Hizo una mueca de enojo, que la interpreté contra si mismo.
El enojo contra uno mismo. El peor de los enojos. Al que más hay que temerle.
Porque el enojo contra si mismo, vuelve al que se tiene en frente, sobredimensionado por la ira de haber fracasado.
Pero Luis era inteligente, algo que comprendí luego, y se perdonó a si mismo, en vez de descargar su ira sobre mi.
"Mire Tiago, tiene Ud. un poco de razón, debo serle franco, Ud. me tenia aburrido, hace años que no logro mejoras en Ud. ni abordamos temas profundos ni podemos hablar de su madre, de su infancia, de su obsesión por las mujeres. Es Ud. un gran evasor. He querido dejar de atenderlo varias veces. Ud., creerá que no he tomado esa decisión por el abono que Ud. me paga por mes. Nada más lejano . No lo he hecho con la esperanza de que llegara este momento antes de que yo me cansara de manera definitiva y con la certeza de que otro analista se cansaría de Ud. mucho antes que yo.", dijo Luis.

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Yo, Tiago
Fiction généraleTiago tiene 37 años, es alto, musculoso, culto, exitoso. Su vida es perfecta. Fue muy bien educado Si no tiene pareja es por culpa de las mujeres. O no? La duda surgirá de manera paulatina de la mano de un psicoanalista perspicaz al que llegó sin...