El tiempo disponible para hacer las maletas a Las Vegas parecía haber pasado volando, Scarlett jamás pensó que un mes podía pasar tan rápido. Lo tenía claro: ella también iría con ellos. El vuelo sería de unas cinco horas aproximadamente, y al igual que Vernier, la familia disponía de su propio avión. Evidentemente, no tuvieron problema en pasar todo su equipaje de una ciudad a otra, pues nadie lo inspeccionaría. Estaba todo pagado. Se instalarían en el ático de un hotel del cual eran propietarios el padre, su pareja, la hija mayor y el hijo menor. Kurt y Scarlett vivirían por su cuenta, mantenidos, eso sí. Yo no pude seguirlos, pues la duquesa había decidido que ya no nos necesitaba y había reducido nuestros sueldos a niveles ínfimos para lo que estábamos acostumbrados. No me quedó más remedio que quedarme en Brooklyn en un primer momento y rezar por que la chica no cometiera ninguna estupidez. La prensa del corazón rumoreaba que el millonario y la heredera Vernier eran pareja, y esa idea me repugnaba, era un sentimiento del que no tenía pruebas si estaba justificado, pero tenía un mal presentimiento.
Lo primero que hicieron nada más pasar unos días en la suite nupcial de The Venetian y de visitar varios casinos, Kurt y su duquesa decidieron distraerse en un espectáculo de bailarinas. El alemán se dió cuenta de que a Scarlett aquello le provocaba un brillo en los ojos extraño, nuevo, como de fascinación. Faltaba poco para que su plan lograse su objetivo. En la limusina que los devolvió al hotel, la rubia aún tarareaba los temas que habían sonado de fondo en las coreografías de las bailarinas. El tatuado de cabeza rapada y ojos de hielo le acariciaba la mano, en silencio, sonriendo con picardía. Ella estaba colocada, viendo luces de colores, él estaba más que despierto, viendo cómo su presa estaba acomodándose en la trampa cada vez más.
Lo único que él lamentaba de todo aquello era que había comenzado a cogerle cariño a ese animalillo desprotegido e indefenso, claro que, no era una emoción profunda, sólo un sentimiento que desaparecería tarde o temprano. Como tenían costumbre, pidieron que les llevaran la cena a la suite, se ducharon, se pusieron cómodos y se tumbaron juntos. Para que ella no sospechara, él siguió con la actitud habitual: le decía lo mucho que le ponía, lo guapa que le parecía, que estaba deseando hacerle el amor o follarla cuando ella le dejara y que envejecerían juntos. Lo que Kurt no sabía era que Scarlett aprendía muy rápido, y que había aprendido mucho. Ella quería saber qué jugada le tenía preparada desde hacía tanto tiempo y el porqué, aunque este último detalle no era difícil de adivinar: Kurt estaba locamente enamorado del dinero.
Mientras veían un recopilatorio de espectaculares jugadas de fútbol americano, sin previo aviso, él la besó, intensamente. Parecía que lo hacía con rabia, pero ella no estaba segura del todo de si era sensación suya. Con rapidez, la desvistió, rompiendo el vestido minifaldero de color rosa que él mismo le había comprado. Ella se reía, fingiendo que aquello le divertía, cosa que era más o menos cierta. Esta vez, su "novio" hizo algo diferente: le cogió por las muñecas y se las ató a la espalda... con sus propia ropa interior. Scarlett no bajó la guardia en ningún momento. Sabía qué tenía que hacer si la situación terminaba siendo desagradable. Pero Kurt hizo algo que le rompió los esquemas: se levantó de la cama y a paso ligero, se fue de la habitación. Scarlett estaba confundida. Sin hacer demasiado esfuerzo, se desató y miró a su alrededor. A su espalda, había una nota. Se le cortó la respiración. La abrió con manos temblorosas y leyó "esto no será lo último que te quite, puta". Notaba que se estaba mareando. ¿Kurt era la misma persona que había entrado en su anterior piso para asustarla? Debía serlo, porque no le había contado el detalle de la nota neoyorquina. Tenía que salir de allí cuanto antes. Se levantó de la cama de un salto, yendo hacia el vestidor: vacío. Las maletas: desaparecidas. Cabrón hasta el último minuto, aunque según lo manuscrito, ese no iba a ser el último minuto. Scarlett estaba furiosa. La había estado adulando, la había asustado, le había hecho volverse dependiente de él, ¿y todo para qué? Aquello le parecía una broma pesada de muy mal gusto. Tenía que irse de allí cuanto antes. Como era lógico, todas las boutiques estaban cerradas, así que tendría que esperar hasta el día siguiente para conseguir algo de ropa. Abrió el minibar y se hartó de comer snacks y beber champán. Le daba igual, lo pagaba él. Tenía la sensación de que aquello había sido una advertencia, una amenaza, y no se equivocaba.
En cuanto le fue posible, llamó a Versace para que le trajesen cuanto antes ciertos pedidos que había hecho apenas unos días antes. Se puso los tacones y se fue de allí. El problema era que no tenía a dónde. Estaba en una ciudad desconocida, sola, sin teléfono móvil, sin documentación y sin efectivo. No quería usar la tarjeta de crédito, pues era de Kurt, y si la usaba, podría encontrarla en cuestión de minutos. Sólo se tenía a sí misma. No podía quedarse en el hotel, no podía ir a otros, no tenía amigos a los que acudir ni familia que fuese a buscarla. Era una jovencita rubia en apuros en Las Vegas.
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La Fuga de la Musa
Teen Fiction"Mujer, caucásica, rubia, de edad entre 25 y 30 años. Probablemente de nacionalidad francesa y se sabe que habla varios idiomas además del francés: inglés, italiano, castellano, ruso, alemán, japonés, quizás más. Su complexión es esbelta, y su fuerz...