8· LAS VEGAS - VI

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La noticia del éxito de la bailarina de piel de estrellas corrió como la pólvora entre el "gremio" de pintores, bailarines, el barrio en el que vivían Kat y Big y lo más importante, entre los clientes. Todos querían sentir algo parecido. Charlie no daba abasto, su teléfono no dejaba de echar humo. Era tal la movida, que necesitó contratar a cuatro secretarias para atenderlos a todos. A Scarlett le esperaban muchas noches de trabajo... Y de comida en la mesa. Para crear todavía más expectación, la estrategia del oriental fue que su musa estuviera desaparecida (o sea, en el piso, sin actuaciones) durante al menos dos semanas. Así podría encontrar la manera de no explotarla en exceso, pues teniendo setenta posibles clientes que querían un show cuanto antes...

La respuesta se la dió la misma Scarlett en una de las "visitas sorpresa" del trajeado. Ella estaba en su cama, con una enorme camiseta de algodón bastante vieja, acariciando a su gato. Era agosto, así que la atmósfera de la habitación era asfixiante y cargante a pesar de la instalación de ventiladores que Big había hecho lo mejor que había sabido. En el tocadiscos sonaba una versión en vinilo del álbum "Moon Safari" de Air. En esa reunión estaban los tres, colocadísimos y bastante sudados.

— Oye, Charlie. Creo que tengo una idea.

— Mientras no sea vestirte, te dejo hablar.

— Podrías llamar a uno de esos amigos tuyos de los que tienen escenarios y que me dieran un espectáculo.

— ¿Como una reina de las showgirls? Oye...

— Charlie, mírala. Mira lo que consiguió en su debut...

— Ya, ya lo sé Big, pero, ¿no te parece precipitado?

— Si me consigues un show... —Scarlett se inclinó sobre la oreja derecha del asiático y le susurró unas palabras mientras le acariciaba la mejilla. Quería comprobar si ella podía hacer uso de Null. Notó un débil pero material flujo de energía invisible que salía de sus dedos, como un cosquilleo interno, y llegaba al oriental—.

— Vaya... es un buen trato, sin duda. Lo pensaré. Veré qué puedo hacer... Pero primero, tenemos que ponerte nuestro sello. ¿Verdad, Big?

— Ostia, es verdad. Aunque deberíamos cambiarlo un poco.

— ¿Cuál es el que tenéis ahora?— preguntó Vernier con curiosidad, dejando de tocar al peliblanco y girándose hacia el guardaespaldas—.

— Es... El símbolo del dólar y el del yuan, entrelazados.

— Hm, oui, deberíais cambiarlo. Creo que yo tendría que llevar algo más elegante, ¿no creéis, chicos?

— Pide por esa boquita, mi pequeña gran mina de oro —dijo Charlie acariciándole la cinturilla de la ropa interior—.

— Quiero una flor de lis.

— ¿Una flor de lis?

— Quiero una flor de lis. O eso, o nada.

— Kat, no me gusta que te comportes como si tuvieras el control del negocio. Sobre todo... Porque tus ideas siempre son mejores que las mías. —el asiático la cogió por la cintura, le dió la vuelta y empezó a darle muchos picos en los labios, murmurando— mi princesa callejera... Qué haríamos sin ti... —La abrazaba, besándola, haciéndole cosquillas.

El guardaespaldas miraba la escena en silencio, preocupado. Charlie había dicho las palabras mágicas. Nunca iba a dejarla irse, nunca. No podía seguir viendo aquello. Se levantó de la esquina de la cama en la que se había sentado y salió de la habitación. Necesitaba fumarse un cigarro y tomar el aire, contradictorio, pero eso era lo que le pedía el cuerpo. Mientras tanto, Charlie seguía llenando de besos y caricias a su musa dorada, no podía separarse de ella ni estando a 40 ºC. Scarlett reía dulcemente, le encantaban los mimos y estaba realmente a gusto. Incluso el gato percibió que sobraba y salió de allí, avanzando a paso rápido, para quedarse tumbado en el suelo, muy cerca de donde estaba fumando el calvo barbudo, buscando refrescarse de alguna manera.

La Fuga de la MusaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora