4· LAS VEGAS - II

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Habían pasado tres días desde que vagaba por las calles. Y en ese momento, justo en ese instante, Scarlett estaba esforzándose en no caerse de culo en un váter público mientras hacía pis, acuclillada. Se sujetaba poniendo las manos en las paredes del cubículo, frunciendo el ceño, pensando "vamos... vamos... hace frío, joder..." y aquello lo único que hacía era agobiarla más. Unos minutos después, ya respiraba hondo, relajada. Se limpió, se ajustó la ropa interior y la falda y estaba a punto de subir el pestillo cuando sintió que una voz dentro de su cabeza le decía "no". Se asustó. La había escuchado... Dentro de su cabeza. Y sintió que debía obedecer. Sin rechistar. Se mordió el labio inferior... Quizás las drogas que tomaba no eran tan puras como le decían. Quizás se estaba volviendo esquizofrénica paranoide. Estaba pensando en todo aquello cuando su propia mano sin que ella lo quisiera, cerró la tapa del inodoro. Y la voz en off volvió a decirle sin sonido "siéntate". La chica de nuevo, obedeció y se sentó. Quería saber... qué coño le estaba pasando. Definitivamente tanto trauma la había vuelto loca. Y de pronto escuchó voces roncas fuera de la cabina. Alguien la estaba buscando. Hablaban de una chiquita europea, delgada, con aspecto de virgen. Y pedían una gran suma de dinero por su cabecita en una bandeja de plata. Viva o muerta. Se cubrió la boca con las manos, esta vez sí de manera voluntaria, y cerró los ojos, tratando de controlar su miedo a ser atrapada, a acabar como acabó su difunta querida mamá. Empezó a contar mentalmente "un, deux, trois...", como si contara ovejas antes de dormir. Y podía escuchar el rumor de una risa burlona, la de la voz en off, reírse de ella mientras la rubia contaba. Frunció el ceño, molesta por la indiscreción. ¿Qué era aquello, acaso no podía tener intimidad ni en su propia mente? Aquel pensamiento debió parecerle divertido a la voz, pues se rió con más descaro. Scarlett tragó saliva y se preguntó si todavía era demasiado pronto para salir del retrete. Una fuerza interior no la dejó levantarse. Evidentemente, sí, era demasiado temprano para ir a ninguna parte. Aquello estaba cerrado, oscuro, y olía mal. Y su nueva compañera de cerebro parecía encontrar aquello encantador. Si tan solo hubiera alguna manera de...

— "Scarlett, Scarlett... Petite, no me temas... Soy tu amiga... Yo te protejo, llevo haciéndolo desde que naciste, pero aún no habíamos podido conocernos" —Le "dijo" la voz sin voz mientras le acariciaba la nuca a la francesa con un tacto suave, muy agradable—.

— "¿Quién... Quién eres...? ¿Y por qué no te veo?" —Respondió de la misma forma la joven, intentando esconder su miedo. Estaba cagada de miedo.

— "Es mejor que me veas con tus propios ojos, petite. Pero para eso tendríamos que salir de aquí... Al no ser..."

— "Oui...? Te escucho. O como se diga".

— "Siempre has tenido un humor encantador" —Rio bajo—. "Cierra los ojos... vas a dormirte".

— "¿Aquí?"

— "Aquí, sí. No te preocupes... No notarás nada, tan sólo deja que te acaricie un poco más..."


En cuestión de segundos, la francesa dejó de ser consciente de su cuerpo. Se quedó dormida profundamente en una letrina de obra neoyorquina. Ya no olía a nada, ni tocaba nada, nada le dolía. No tenía miedo siquiera.

No supo con certeza cuánto tiempo había estado inconsciente, sólo que se despertó con unas caricias en la mejilla que le resultaban familiares. Se esforzó en abrir los ojos y pudo divisar una figura de mujer, de blanco, con el cabello recogido en una trenza hacia un lado. Era...

— ¡... Mamá! ¿Eres... eres tú? —Era imposible. Su madre estaba muerta. La vio morir delante de sus propios ojos. El asesinato. El entierro a escondidas. El duelo. Era imposible. Y a la rubia se le notaba en la cara que estaba más que perpleja. Emocionada, por supuesto. Pero había una expresión de escepticismo que no podía quitarse del rostro. La contraria debió notarlo, pues la amabilidad y el cariño que trataba de transmitirle... Se convirtió en seriedad automática.

La Fuga de la MusaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora