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Era sábado por la tarde con olor a verano, el sol era tan tenue que si los rayos del sol cayeran directamente sobre su piel no le causaría quemaduras, el carro de los helados pasó lentamente con su melodía que provocaba que los niños enloquecieran, se encontraba jugando en la sala con sus soldados y unos cuantos tanques de hojalata, nuevamente los gritos e insultos se abalanzaban por toda la casa y el ring de boxeo era inevitable, aquella tarde fue diferente, su madre se cansó de vivir en el infierno como ella le decía, alistó sus maletas tomando la decisión de marcharse para siempre con su hijo en busca de la tan anhelada felicidad que no logro encontrar en ese hogar.

Bajo apresurada las escaleras, secó algunas lágrimas permanentes que rodaban por sus pálidas mejillas para combinarse con unas cuantas gotas de sangre que  salían de la parte izquierda de su labio.

-       Andreu ven vamos, ven apresúrate vamos.

Andreu se levantó y caminó donde su madre, un fuerte golpe se escuchó que provenía del segundo piso y en cuestión de segundos su padre se encontraba delante  de la puerta con una navaja suiza. Se quedó petrificado al ver a su padre amenazando de muerte  a su madre, corrió donde ella, se sostuvo con todas sus fuerzas en la pierna izquierda de su madre, su padre lo abofeteo y de un tirón lo alejo de aquella escena.

-       ¡Vete sola maldita zorra!, ¡mi hijo se queda conmigo! – vociferó con gran fuerza.

-       No me dejes – gritó Andreu, mientras le daba patadas y puñetes a su padre.

Lo arrojó contra el mueble, su madre huyó sin él, se sentía una cobarde por dejar a su hijo con un depredador al asecho, no sabía dónde ir, subió al primer taxi que encontró, le pidió que la llevara a un hotel, había sacado unos pocos ahorros que escondía perfectamente en un par de zapatos, para que su esposo, no sospechara. Se acomodó un pañuelo sobre su cabeza para  cubrir su labio partido y el morado de su ojo derecho, nunca imagino terminar así pero el destino es incierto y puede suceder cualquier cosa.

Andreu se levantó después de quedar inconsciente por 5 minutos, su cabeza le dolía al igual que su cuerpo, se encontraba desorientado, lo primero que buscó fue la puerta para ir en busca de su madre, al llegar a ella la encontró cerrada con llave, corrió de inmediato a la cocina para intentar huir por la puerta trasera pero se encontró con su padre, lo esquivo y disimuladamente camino hacia la puerta pero esta también estaba cerrada.

-       Déjame ir con ella – le dijo suplicando a su padre con algunas lágrimas en sus ojos.

-       Sube a tu habitación y deja de llorar.

-       Eres un bastardo – se atrevió a decir sin medir las consecuencias.

-       Cuida ese lenguaje muchachito – mencionó su padre.

No dijo más nada, subió a su recamara, sentía un dolor en su pecho por la partida de su madre, dándose cuenta que no encontraría algún remedio que lo ayudaría sanar, busco su almohada y se recostó en el suelo, la abrasaba fuertemente buscando algún consuelo en aquel objeto sin vida, el piso estaba helado, pero hacia caso omiso, lloraba en silencio recordando que horas atrás se encontraba desayunando con su madre y quizás nunca más la volvería a ver. 

La tarde del sábado se iba consumiendo lentamente hasta que la noche se instaló por completo, se había quedado dormido cuando se levantó su cuerpo estaba adolorido y con unos cuantos moretones.

-       Baja a comer – dijo su padre tocando la puerta de la recamara.

-       No tengo hambre, déjame solo.

-       Ok, no te quejes después, algún día tienes que salir de la habitación.

Su estómago rujía de hambre, escuchó un fuerte golpe en la puerta principal, el auto de su padre se encendió, se asomó por la ventana y lo que había imaginado era correcto su padre se había marchado, bajo de inmediato lo primero que se le cruzó por la mente fue huir de casa, corrió hacia la puerta pero estaba cerrada con llave, fue a la puerta de la cocina sin perder tiempo pero también estaba cerrada, se frustró y el llanto de nuevo lo invadió, comenzó a idealizar un millón de ideas para poder escapar de casa, recordó que en el estudio de su padre había un cajón repleto de llaves. Fue en busca de ellas, cuando abrió el cajón se llevó la grata sorpresa de que habían alrededor de cien llaves, tomó cuantas cabían es sus manos, se apresuró a probar una por una en ambas puertas, después de media hora exhaustiva sus esfuerzos no tuvieron resultados, dio mil vueltas por toda la casa buscando la manera para poder salir, todo estaba bien asegurado y era imposible. Fue a la cocina calentó dos rebanas de pizza en el microondas, después de eso se marchó a su recamara a dormir, se sentía impotente, se recostó quedándose dormido al instante.

Los meses estaban pasando sin reparo alguno, todavía soñaba que su madre venía a buscarlo para llevárselo con ella y nunca más regresar a casa, muchas noches en vela parecían interminables por el recuerdo latente, sus ojeras habían aumentado de tamaño, ya eran tres meses que no sabía nada de su querida madre.

El domingo se instaló, ya estaba cansado de estar encerrado en casa quería salir, pero no en busca de un helado o ir a ver una película, quería salir, para escapar de casa, su padre estaba completamente dormido había llegado a las seis de la mañana y el reloj marcaba las siete, se arriesgó a robar las llaves de su padre, sabía que tenía el sueño pesado, ingreso sigilosamente a la habitación de su padre, caminado en puntillas avanzo hasta la mesa de noche, encontró las llaves en el cajón, se apresuró  a tomarlas, salió sin hacer ruido, bajo las escaleras lo más rápido que pudo, sus nervios eran demasiados que mientras pretendía abrir la puerta las llaves se cayeron provocando un ruido fuerte. Sus manos temblaban, pero logro abrir la puerta, cuando lo hizo se echó a correr sin importar la dirección, cuando había llegado a la esquina alguien lo agarró por la espalda. Se sorprendió y lo único que se le ocurrió es dar patadas mientras gritaba.

-       ¡Suéltame!, suéltame, déjame en paz.

-       Cuanto lo siento, no te puedo dejar que huyas.

Esa voz la conocía, viro su cabeza y reconoció a Giovanni.

-       Por favor déjame ir – dijo Andreu llorando.

-       No puedo hacer eso, estaría exponiendo tu vida y la mía.

Lo llevó de regreso a casa, mientras Andreu intentaba soltarse, lo arrojó a dentro de la casa y cerró la puerta, su llanto aumento, para al finalizar calmarse, lo miró fijamente a Giovanni.

-       Te odio – mencionó Andreu subiendo las escaleras.

-       Yo te quiero, por eso no puedo permitirme que hagas esa barbaridad – comentó Giovanni

Frenó su marcha por un instante, pero en cuestión de segundos siguió subiendo las escaleras. Se encerró en su habitación a maldecir a todo el mundo por la injusta vida que le tocó vivir. Ahora las cosas se complicarían más, Giovanni iría con el chisme a su padre. Dejó de preocuparse en eso, ya no había peor castigo que estar encerrado en casa.

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