Prólogo

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Suspiré y sentí caer una gota de sudor por mi sien. Apoyé la cabeza contra el muro y cerré los ojos intentando regular mi respiración. Estaba tan acalorada que parecía que el sol mismo estaba a mi lado, dándome un abrazo. Me arqueé sobre mí misma cuando una punzada caliente pinchó mis pulmones y me impidió llenarlos. Contuve las lágrimas y toqué mi herida abierta. Necesitaba saber cuan profunda era.

Gemí de dolor cuando sentí que mi estómago no podía estar más dañado.

La sangre bañaba mi, destrozada recientemente, blusa de diseñador robada. Los pantalones amenazaban con resbalar de mis piernas y caer al suelo. Eran dos tallas más grandes; pero cuando se necesitaban recursos nada venía mal.

Abrí los ojos cuando escuché pasos acercándose. No solo era una persona, sino varias.

Busqué desesperadamente con la mirada un escondite que cubriera todo mi cuerpo, pero solo había una manta blanca. Seamos realistas, no era normal una manta temblando entre sollozos con una gran mancha de sangre.

Los pasos estaban mucho más cerca. Sequé una lágrima rebelde que logró escaparse porque era fuerte, no podía permitirme llorar. Me pegué más al muro y puse todos mis sentidos alertas. Las sombras de varios hombres fornidos eran visibles.

Suspiré, intentando hacerlo audible.

Cuando solo estaban las opciones de la vida o la muerte y la primera era una remota posibilidad; solo quedaba acelerar el doloroso proceso.

Mi plan funcionó, un hombre me escuchó y me encontró con la mirada.

Llevaba una navaja en la mano, repleta de sangre. Lo identifiqué rápidamente como el hombre que me abrió por la mitad el abdomen. Una ira incontrolable me invadió y la adrenalina segó mi dolor momentáneamente.

Preparé mis piernas y logré encajarle una patada en la mandíbula.

Gracias Dios, si no me hubieses dado piernas largas, nunca lo hubiese conseguido.

-¡Atrápenla!- gritó otro tipo al ver a su compañero adolorido y con el labio sangrante.

No lo dudé, corrí lo más rapido que pude; lanzando chispas por los pies. Encontré una ventana abierta en una casa de tres plantas. Para mi suerte, solo estaba en la segunda así que no me costó nada treparme por el muro. Si la gente hubiera arreglado las rocas que sobresalían, yo ya estaría muerta.

Llegué a la ventana en el momento justo y me lanzé dentro sin pensarlo. Rogué en silencio no haber dejado un gran rastro de sangre por mi camino.

Me tiendí en el suelo para recuperar el aliento. La sencación de peligro se alejó poco a poco y el dolor regresó. Solté un grito ahogado cuando mi mano rozó el gran tajo. Malidita sea, podía contraer una infección si no lo desinfectaba.

Me puse en pie aunque me costó horrores.

Gemí de nuevo al dar un paso e intenté sostenerme de un muro blanco. Ahora había una gran mancha roja en el lugar donde estuvo mi mano. Maldije en voz baja cuando una escalera apareció delante de mí y era evidente que me sería imposible bajarla en ese estado. Tomé aire, cerré los ojos y dí un paso al frente.

Desgraciadamente, mi pie resbaló y caí rodando, soltando gritos e insultos hacia el mundo.

Cuando terminé de caer, me dolía el brazo de manera extraordinaria y no me podía poner en pie. Logré entreabrir los ojos y solo encontré mi cabello enmarañado tapándome la visión.

Esa fue la gota que colmó el vaso y me permití soltar el llanto que llevaba conteniendo desde hacía once años. ¿Por qué me obligaba a contenerlo?

She's a Fighter ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora