VII

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Magnus no se durmió de inmediato como lo hizo Alexander, no, él cerró los ojos y relajó su respiración hasta el punto en que daba profundas inhalaciones.

Media hora después seguía ahí, no se alteró en lo más mínimo, ni su postura cambio, seguía siendo el mismo cuerpo laxo y tendido en la cama de no ser porque sus ojos se encontraban abiertos en el segundo siguiente.

Estaba totalmente despierto y sin intensión de dormir pronto, observaba al chico enfrente suyo, podía ver sus pestañas rozar sus pómulos, podía percibir su respiración y el subir y bajar de su pecho.

Para él, era su más grande logro cumplido el tener a su chico al fin, en su casa, porque era de ambos, durmiendo en la misma cama, a tan solo una caricia de distancia.

Ya se encargaría de doblegarlo, de hacerle entender que no había otro camino que no los incluyese juntos, que no tenía nada de valor que extrañar, sería sutil y paciente, el cambio no se daría de la noche a la mañana, claro que no.

Magnus estaba conciente de todas las posibilidades, la madrugada aclaraba su mente para enfocarse y planear con meticulosa precisión como ya lo había hecho antes, ahora que sabía que proceder así le daba resultados perfectos él proseguiría.

Ya podía sentir la victoria en la punta de la lengua, hormigueaba en su piel como una sensación cálida y excitante de un triunfo futuro que sabía con certeza que se daría.

Él pensaba que era una persona con una capacidad de amar que ya no se encontraba en ningún lugar, su manera de querer a Alexander era única y exótica como el más raro espécimen extinto.

Había empezado a amarlo cuando no tenía a nadie a quien amar y que se preocupase por él, Magnus solo podía multiplicar todo el cariño con que Alexander había sostenido su cabeza en ese callejón hablándole dulcemente al oído para que siguiera conciente.

Magnus había acumulado años de un anhelo por la presencia del chico de ojos azules, ahora era un reactor sobrecargado de adoración y sumisión a punto de estallar, y él quería que cuando al fin liberara todo lo que tenía dentro, Alexander estuviera listo para recibirlo y corresponderlo.

Se tomó su tiempo para ver a Alec, los mechones de cabello negro que ya se imaginaba acariciando, pasando y enredando sus dedos en la suavidad de las hebras como si fuese obsidiana fundida.

Sabía que esa piel hermosa, lechosa y perfecta era la más suave que llegaría a sentir en toda su vida, podía ver el resplandor de la luna al pegarle al cuerpo de su arrebatador chico, casi brillaba de forma etérea con un aura antinatural.

Y el contorno de su cuerpo no podía ser comparado con el de una guitarra como si fuese una vulgar mujer, no, no había nada que igualase las curvas de Alexander que subían y bajaban y fluctuaban en los puntos exactos y con proporciones precisas.

Alexander era terrible.

Un desastre en potencia que podría suponer salvación o destrucción, quizá sería ambas sin termino medio, los resultados podían variar pero Magnus celebraría ambos con gozo y placer.

El moreno estiró su mano, casi rozó su mejilla, mantuvo las llemas de sus dedos despegadas apenas unos milímetros de la piel de su chico y trazó un camino imaginario por los labios, la frente, sus párpados.

Se detuvo y regresó su mano a un costado de su cabeza, si Alexander creía que tenía alguna posibilidad de escapar de las garras de Magnus no podía estar más equivocado.


















Cuando Alexander abrió los ojos no estaba en su húmedo y tétrico departamento de siempre, no, estaba en una habitación cálidamente iluminada, con los colores más deliciosos que uno querría ver al despertar.

Las estaciones del Estocolmo #malecDonde viven las historias. Descúbrelo ahora