¿Por qué? (parte 2)

276 16 21
                                    

Es difícil, pero no imposible, olvidar. Pero resulta que, ésta tarea es aún más complicada cuando lo que tenés que olvidar, o mejor dicho, a la persona que tenés que olvidar, la ves todos los días.

Es casi una misión imposible apagar tantos sentimientos de un día para otro cuando todo, todo lo que los hace crecer, sigue estando ahí, tan al alcance.

Me he quemado mucho por dentro intentando reprimir los impulsos más primarios, más casuales, más comunes si se quiere, en cuanto a relación de pareja se refiere, durante todo este tiempo ¿cómo controlar tantos sentimientos juntos cuando éstos no están listos para apagarse?

Me había acostumbrado muy rápido a correr a sus brazos cuando algo no se sentía bien, o cuando todo, también, se sentía extraordinariamente bien.

Porque sus abrazos siempre fueron mi refugio favorito para todo.

Me había acostumbrado muy rápido a buscar su mano por encima de la mesa llena de papeles, y tenerlas así, juntas, el rato que fuera necesario.

Me había acostumbrado muy rápido a buscar su mirada y su sonrisa en medio del caos, esas que siempre, siempre, lograban calmarme.

Me había acostumbrado muy rápido a sus besos furtivos, esos que llegaban en cualquier momento y lugar, siempre escapando por segundos a la mirada de los demás.

Me había acostumbrado muy rápido a tenerlo tan cerca a él, y ahora, tenía que olvidarlo todo.

Pero ¿cómo? si su mano sigue estando ahí a centímetros de la mía, si sus ojos y su sonrisa están ahí todo el tiempo, esperando a que las encuentre, si sus brazos a veces me abrazan pero es tan rápido que siempre, me quedo con ganas de más. Y sé, que no significan lo mismo.

Cómo acostumbrarme a no tener de nuevo todo lo que alguna vez fue mio, cómo dejarlo ir y olvidarlo si está ahí, al alcance, todo el tiempo.

Creí que lo olvidaría y dejaría de quemarme, de alguna forma, el día que entendí que todo eso que alguna vez fue para mi, ahora era para alguien más.

Pero no, obvio que no fue así. Sólo quema más, todo quema más.

Cómo acostumbrarme a su distancia y lejanía, si después de todo, me llega su mensaje que me hace temblar y dudar de hasta en qué año estamos.

"También te extraño"

Y el mundo se me vuelve a dar vuelta, porque esperaba de él todo, menos ese mensaje a mitad de la madrugada.

Esperaba de él la indiferencia, la frialdad y la ignorancia tal vez también a mis palabras más profundas y sinceras después de tanto tiempo, y sin embargo, me las devolvió.

¿Cómo dormir después de cambiar el escenario?

---//---

-Te amo- lo escuché decir al teléfono apenas entré y, como si fuera la primera vez que lo escuchaba, sentí un baldazo de agua helada caerme encima. El mundo volvió a dar vueltas y por un momento creí caerme con él.

Entendí, entonces, que no aguantaba más, que no podía seguir con esto más tiempo. Es un peso demasiado enorme el que carga mi corazón como para seguir fingiendo que no está ahí.

Y es que duele, todo duele todo el tiempo, y no hay nada que lo haga calmar. Y seguir fingiendo que no duele, que no afecta, que me es indiferente su amor por alguien más, ya no es una opción valida para mi.

Necesitaba una tregua, un descanso de tanta presión por no caerme, por mantenerme entera y en pie delante de todos, delante de él.

Los papeles de mis manos se cayeron directo al suelo al igual que las primeras lagrimas. El ahogamiento interno por fin había encontrado una excusa para salir.

Él me vió, su rostro cambió de inmediato y creo, colgó su teléfono. Yo solo pensé en salir de ahí rápido.

Agradecía que ahora las cosas también habían cambiado dentro del canal, estábamos prácticamente aislados al resto del equipo. Nadie me vió salir corriendo, nadie lo vió a él salir detrás de mi.

Leí varias veces por ahí, que cuando uno llora, no siempre lo hace por lo que acaba de pasar, sino que, se van acumulando cosas internamente, esas cosas que nunca terminamos de digerir y que cuando pasa algo, casi minúsculo en comparación, todo se desmorona y es igual a una gota que rebalsa el vaso.

Y así me sentía. No estaba segura de estar llorando por el te amo a alguien más, sino más bien, por un montón de cosas más.

Y es que es muy difícil, y se gasta mucha energía también, en intentar olvidar a alguien, cuando el corazón no está listo para olvidar. Y el mio claramente no lo estaba.

El sofá de mi camarín, ese que me salvó en tantos descansos, ahora era mi único amigo en este lío del corazón. Llorar sobre el parecía ser el único remedio que iba a encontrar.

Porque existe una distancia que me impide ir a correr a los únicos brazos capaces de cobijarme en este momento, esa distancia que se instaló entre nosotros gracias al miedo.

Pero también existe ésta otra distancia, ésta nueva que nos obliga a todos estar lejos de todos. Esa que nos es impuesta por una fuerza mayor a todos sin distinciones ni excepciones.

Esa misma, y la otra quizá también, sea lo que lo hace replantearse y dudar a él sobre qué hacer ahora que entró a mi camarín y no puede abrazarme, como yo quisiera que lo haga.

No puedo saber lo que ocurre por su mente en este momento, pero me gustaría saber, solo por saber, cuál de las dos es la que hace más peso para que no se acerque más a mi.

No sé cuántos minutos pasan pero ninguno dice nada, y aunque yo no me esté guardando ninguna lagrima, hago el intento por controlarme y decir algo finalmente

- Esto es un martirio- alcancé a decir entre sollozos, porque así lo siento y porque me pregunto ¿a qué vino? ¿por qué vino? ¿qué pretende hacer? - Estás ahí, sin decir ni hacer nada, no te pedí que vinieras, pero ¿por qué lo hiciste? - pregunto ya algo cansada de la situación

- Está ésta distancia - empieza a decir- Ésta maldita distancia que nos obligan, o recomiendan, tener. Ésta maldita distancia que no viene sola, sino acompañada de caos - su mirada baja al suelo, da un paso al frente y cuando creo que ya no va a decir nada más, sigue - Ésta maldita distancia que te obliga a llorar sola, mientras yo estoy acá, parado pensando en que lo único que quiero hacer es ir y abrazarte, como antes, como siempre.

- Ésta maldita distancia tan absurda que te hace quedarte parado ahí, sin respetar el metro y medio, pero con las manos en los bolsillos-

- Ésta maldita distancia tan absurda, que estoy a punto de romper -

Se acercó cada vez más, lentamente y midiendo cada paso, pero sin dudar. Y quizá, quizá este sea el acto más estúpido e irresponsable que hayamos hecho jamás y en estas condiciones, pero lo necesitaba, lo necesitaba mucho.

Me abrazó y yo lo abracé a él, y todo lo demás, dejó de importar en ese instante.

Porque sus brazos siempre fueron mi refugio favorito, y siempre lo serán.

Porque en sus abrazos encuentro la calma para el caos, cualquier tipo de caos, incluso, los que desata el propio corazón.

Y porque aunque el mundo se terminara mañana, siempre lo elegiría a él para terminar así.

Aunque él no me elija, y aunque yo lo sepa.

Quizá Donde viven las historias. Descúbrelo ahora