Capítulo IV

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Casi una semana ha pasado desde que llegamos a Milán, debo reconocer que la ciudad es hermosa,  sus monumentos, galerías, catedrales, sus calles que remontan a tantos años atrás guardando en ellas historias fascinantes. Durante estos días nos hemos abrazado a la idea de disfrutar total y plenamente nuestra estadía; creo que ninguno de los dos ha tenido deseos de hablar, ambos queremos dejar atrás lo ocurrido, esperando que los kilómetros de distancia puedan eclipsar las preguntas que estoy segura él tiene, pero que no estoy preparada para responder.
 
Nuestra primera visita fue al Duomo di Milano, nunca me arrepentiré de seguir el instinto de Sebastián cuando dijo que esa debía ser la primera visita, lo dude, no sé si por el torbellino que he vivido no deseaba visitar una iglesia, pero fue revelador. Estar entre tanta gente, caminar por la gran plaza sin sentir esa sensación de que me persiguen, de que me observan y que en cualquier momento todo desaparecerá y volveré a estar en ese asqueroso deposito, el no tener miedo y poder disfrutar de cada segundo a su lado, me demostró que a pesar de lo frágil que es la vida, todos tenemos escrito el día en que nacemos y el día en que moriremos, pero mientras esto último ocurre debemos tropezar, caer, aprender, superarnos, sostenernos con uñas y dientes a algo para que podamos continuar…  Sí, ese día parada en la entrada de la catedral de Milán sentí una paz indescriptible y agradecí a Dios por permitirme continuar, le di gracias por no abandonarme en los momentos que creí perder toda esperanza; pero más que nada agradecí a ese algo a lo que me aferre sin ser consciente y está logrando me levante, “el amor”.
 
A pesar de la suave brisa que ha empezado a hacer, decido sentarme en la terraza al aire libre una cafetería para así poder disfrutar de la maravillosa vista que me otorga la Galleria Vittorio Emanuelle II, a donde hemos venido hoy; es un centro comercial grandísimo, sus tiendas, restaurantes y visitantes vestidos con abrigos o bufandas por el otoño, logra que todo a mi alrededor exude elegancia y clase. Llamo al mesero para pedirle me traiga un croissant y un café, cierro los ojos unos segundos y suspiro - portodaslasputashadas nuevamente estoy sola -. Sebastián me dejo dentro de una de las tiendas y salió diciéndome que debía responder una llamada, ya ha pasado más de media hora y aún no lo veo por ninguna parte - Venga que no es la primera vez que pasa en estos días -. Suspiro recriminándome internamente porque siento es mi culpa, que lo que me pasó lo ha alejado - ¡abuelita ayúdame! - Sé que debemos hablar, que le tengo que contar lo que paso para que el pueda entender y decidir si seguir a mi lado o si por el contrario no. Pero tengo tanto miedo a su reacción, a lo que pueda pensar, a decepcionarlo por no ser la Leona que él seguramente espero que fuera. Suelto lentamente el aire limpiando una lagrima que se me escapo y respondo la llamada de mi nuevo móvil al sentir que vibra sobre la mesa.
 
Respondo sabiendo  es él, ya que no le di a nadie el número así como me lo pidió cuando me lo regalo, yo también pensé era lo mejor ya que viajaríamos y estaríamos desligados del trabajo y tantos problemas que quedaron en Washington, pero ahora me arrepiento porque no solo no le di el numero a mis amigas si no que tampoco se lo di a mis padres ni a mi hermana. ¡Merde! debo tranquilizarme y tratar de que no note la tristeza en mi voz. Hago mi mejor actuación diciéndole el lugar en donde me encuentro para encontrarnos, luego de escucharlo decir que en cinco minutos nos vemos y terminar la llamada, comienzo a comer decidida a instalar y reabrir mi cuenta de Instagram, estoy segura que esos cinco minutos se convertirán en diez como ha pasado últimamente. – ya, basta. No puedo dejar que este tipo de tonterías me afecte tanto – una vez más me reprendo mentalmente dejando a un lado el croissant, tomando solo el café.
 
- Pediste algo para mí.- Lo escucho preguntarme cuando me da un beso en la sien que me toma desprevenida.
- No pensé que vendrías tan rápido.- digo excusándome.- Cómo te demoraste tanto con la llamada que tenias que atender, pues…-.
- Vale, entiendo. No importa.- se adelanta a responder cortando mi disimulada queja-. Mañana saldremos para  La Toscana en Firenze, estoy seguro te va a gustar.- me anuncia con una emoción en la voz que yo no comparto.
- Creí que nos quedaríamos más tiempo aquí-.
- Yo tambien así lo pensé, pero surgió un asunto importante que debo atender-.
- ¡Oh! – merde no puedo ocultar lo cabreada que me he puesto -. ¿Entonces es un viaje de negocios?, yo podría esperarte aquí  o ir a España a visitar a mi abuela mientras tú atiendes tus asuntos -.
- ¿Por qué noto ese leve timbre de molestia en tú voz?.- me pregunta regalándome esa sonrisa ladeada que me desarma.
- No estoy molesta.- respondo a la defensiva volteando la mirada a otro lado.
- Bien, si no lo estás vamos a comer.- dice cerrando el tema sin siquiera discutir o tomar en cuenta lo que le dije.
 
El resto del día se me fue muy rápido. Para ser sincera cuando estoy con él, las horas se me pasan volando y reconozco que mi mala leche desaparece como por arte de magia. Al llegar al hotel como las noches anteriores, me vuelvo a sentir mal. Entrar al baño y cerrar la puerta, rompiendo la magia de una de nuestras costumbres desde que somos novios, me rompe el corazón. Puede que para muchos sea lo normal, pues bañarse juntos no es algo que todas las parejas hacen. - ¡Madredelamorhermoso! ¿qué estoy haciendo? – analizo sentada en el retrete mientras el agua se calienta. – No puedo seguir actuando de ésta manera, estoy segura él no entenderá nada, no debe saber porque hago este tipo de cosas ¡Joder, que la estoy cagando! - me pongo de pie frente al espejo y observo detenidamente mis piernas, brazos, abdomen y senos. Aún se pueden apreciar algunas marcas, bueno la verdad es que ya casi no se ven, tomo aire y camino resuelta a la puerta para invitarlo a bañarse conmigo – No debo sentir vergüenza – repito mentalmente cuál mantra para sentirme segura de mi cuerpo; no es que no este segura o conforme con lo que tengo, pero me avergüenza que él pueda ver las marcas que tengo y que saque conclusiones… - ya, está bueno Aimee, pareces una empollona. Hostia que ese hombre que está afuera iba hacer tu esposo hace un par de días atrás – Mi subconsciente me ayuda a dejar de debatirme y salgo ajustándome la toalla.
 
Lo busco con la mirada y al no verlo en la habitación salgo a la pequeña sala, veo sobre el sofá su cazadora y bufanda pero él no está; me acerco al balcón y ahí lo veo recostado de la baranda mientras aspira un cigarrillo y mueve el contenido ambarino de un vaso. Como si le hubieran avisado que estaba observándolo voltea y camina apresurado a mi encuentro.
 
- ¿Está todo bien? ¿Te ocurre algo?.- pregunta solicito luego de abrir la puerta corrediza, dejando entrar la fría brisa de la noche.
- Si, si, yo sólo …- de momento me bloqueo al escuchar su tono de preocupación, que en éste momento en vez de reconfortarme me dispara la mala leche -. Solamente venía a preguntarte si luego de bañarnos ¿quieres ver una película?.- digo lo primero que se me ocurre controlando las ganas de rascarme la cara.
- Si no estás cansada, por mi está bien nena. Ve a bañarte y luego buscas que te gustaría ver.- propone en tono conciliador.
 
Me lleve el diablo, pero será qué es gilipollas, uy… ése tonito me… !mecagoentoo¡ la cara me arde de lo molesta que estoy y las lágrimas pujan por salir al igual que mi macarra interna. Azoto la puerta del baño liberando un poco de frustración, es qué no sé da cuenta que a pesar de todo,  me estoy muriendo por qué mire con deseo, qué necesito sus manos me recorran y se lleven los malos recuerdos, qué me urge todo de él, que necesito su lado dominante, qué necesito al Lobo con todas sus ordenes y palabras sucias. Me baño acallando con el ruido de la ducha mi llanto, cuándo estoy totalmente calmada salgo con un pijama de short y camisa a rayas blancas y rosadas, a pesar de llevar gran parte de mis nalgas al descubierto y dejar los pantalones de dormir a un lado, no causo ningún efecto en él. Deja el mando del televisor sobre la cama, toma su móvil, da la vuelta quitándose la camisa, se acerca al lado de la cama donde estoy acostada, se inclina  y me deja un diminuto beso en los labios  antes de entrar al baño. ¡Porlosclavosdecristo! Será posible que tenga que pedirle lo qué necesito, lo qué deseo.
 
El sonido de la puerta al cerrarse me despierta sobresaltada, lo llamo dándome cuenta que es de día – ¡Oh mon Dieu! ¿En que momento me quede dormida? – salgo de la cama intentando recoger mi cabello en un moño tomate, voy a la sala y veo sobre la mesa el desayuno acompañado de una nota, la abro y leo.
 

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