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Londres seguía furiosa. Ya no sabía si podía confiar en el Profesor, le había fallado. Había perdido la confianza en él.

Eso de consultarlo con la almohada, por lo visto, no le servía a Londres. Ayer por la noche se fue a dormir y se despertó al día siguiente igual de enfadada, o incluso más.

Pero ese no era el momento de pensar en el Profesor. Debían seguir con el plan.

Berlín, desde fuera, llevaba agarrada a Mónica del brazo. Empezó a dar el discurso, que habían escrito previamente, delante de los policías y en menos de los previsto entraron de nuevo. Los policías no habían atacado.

Por otra parte, dentro del museo...

—Venga, hombre, señoras, un poquito de brío por la mañana, eh, y de espabilamiento. —Nairobi animaba a las rehenes que estaban en el baño. Londres estaba también allí, para lavarse la cara e intentar despejarse. Oía a las chicas que había allí hablar –y llorar– pero no le importaba una mierda lo que decían. —Venga, venga, tira pal museo, pal museo, hala. Venga, hombre.

—¿Has acabao ya? —le preguntó a una de las estudiantes, que se quedó parada del miedo. —Venga, por favor, que yo también quiero asearme, ¿vale? —La chica se dio toda la prisa que pudo para dejarle el lavabo a Londres. —Gracias. Las que hayáis terminao irse pal museo.

Nairobi salió del baño y se quedó en el pasillo junto a Helsinki.

—Ay, Helsin. —lo señaló con el índice y empezó a bailar y a cantar. —Yo quiero pasta, pasta. Tú quieres pasta, pasta. Queremos pasta, pasta. Yo quiero pasta, pasta. —agarró a Helsinki del mono. —Ay, dios, Helsin. Helsin, la que estamos liando, pollito. ¿Tú sabes lo que estamos haciendo? —llevó sus manos a la barba del serbio. —¿Tú sabes que ahora todo el mundo, toda la prensa, todos los periódicos, la radio, se va a poner a hablar de nosotros porque somos héroes, porque esto no le ha hecho nadie?

Londres sonrió, secándose la cara con una toalla. Salió del baño para ver como Nairobi y Helsinki fantaseaban.

—Chavales, yo me voy con los rehenes. Tú te quedas con las del baño. —señaló a Nairobi y se fue.

Ahora estaba más contenta. Escuchar a Nairobi y verla con tanta energía desde tan temprano la animó un poco.

—Les voy a contar la verdad. Estamos encerrados y realmente no sabemos cuánto puede durar esto, —Londres escuchó la voz de Berlín al llegar al museo. Dejó su neceser junto al resto y saludó a Denver con un choque de puños. Ambos fueron junto a Berlín. —pero mientras no me vuelen la cabeza, yo voy a cuidar de ustedes. Mientras no intenten engañarme... o comunicarse con el exterior, todo irá bien. Si tienen alguna inquietud heroica, les aconsejo que lo olviden. Hay formas más agradables de enamorar a sus compañeras de trabajo. —Denver se rió y Berlín dio una palmada. Helsinki estaba de pie, callado y vigilando. Londres decidió ponerse al lado de Río.  —A partir de ahora nos organizaremos, les vamos a asignar algunas tareas para que no se me depriman. —Berlín iba paseando entre los rehenes. Paró en uno y lo miró. —¿Cómo te llamas?

—Pablo.

—¿Haces deporte?

—Sí, soy capitán de atletismo del colegio.

Berlín miró a Londres y a Río, que hacían gestos impresionados, en forma de burla.

—Pero que no te ha dicho que cuentes tu vida, hermano. Que te ha preguntado una cosa. Te limitas a responderla y después te callas la boca. —Londres lo miró. El chico le había caído mal. Se parecía demasiado al perfil de chico que ella odiaba en el instituto. Eso, sumando que seguía cabreada con Berlín y el Profesor daba de resultado que no se iba a quedar callada y que ese día iba a estar irritante e irritando a todo el que se cruzara por su camino.

Londres| La Casa De Papel » NairobiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora