s i e t e

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Sábado.
12:30h.
26 horas de atraco.

Era el turno de vigilar los rehenes de Nairobi, Berlín y Londres.

Londres se había alejado un poco emocionalmente de Nairobi. Tenía que estar al 100% al plan para que nada saliera mal y no la pillaran, al menos no a ella, y con Nairobi siempre en su cabeza nada iba a salir como ella quería. Además, si se alejaba ahora podría ir haciéndose a la idea de que no la vería nunca más.

Se escuchó un disparo. Londres miró a Berlín en busca de una solución, por otra parte, Nairobi miró a Londres para asegurarse de que estaba bien. Ambas chicas habían alzado el arma, por instinto; Berlín tenía los brazos detrás de la espalda. Estaba demasiado calmado.

—¿Qué coño ha sido eso? —la voz de Arturo se escuchó por encima de los gritos.

—Nairobi, todos tuyos. —dijo Berlín. Empezaba a andar para ir al lugar de donde venía el ruido.  —Londres, conmigo.

—¿Qué?

La propia Nairobi estaba asustada y cargándose en todo. Pensaba en su hijo y en que no lo recuperaría si algo salía mal.

—¿Qué ha pasao? —volvió a preguntar Arturo.

—¡Tranquilos, joder! Tranquilos. Un poquito de endereza, coño que si no de aquí no salimos vivos, ¿eh? Hay que echarle un poquito de cojones. —Nairobi intentaba mantener a los rehenes bajo comtrol.

Londres andaba detrás de Berlín, arma en mano. El mayor iba con su pistola, pero sin llevarla en la mano.

Abrió la puerta del baño.

—Me cago en la puta. —murmuró Londres. Se asomaba por encima del hombro de Berlín aunque no quería ver la escena. No se creía lo aue estaba viendo. No veía a Denver capaz de eso.

Denver tenía a una mujer tirada en el suelo. Todo estaba lleno de sangre. La puta regla se había ido otra vez a la mierda.

—Dos disparos... ¿Te falta puntería o es que te ponen nervioso las rubias?

Berlín entró al baño, Londres lo seguía desde atrás. Sólo podía pensar en Moscú y lo chungo que sería para él enterarse de que su hijo había matado a una persona.

—Si se te agarra a la rodilla y te suplica que no la mates, no es fácil. ¿Por qué no la has matao tú? —Denver agarró del mono a Berlín, acercó su cara pero pronto se alejó. —Eres un cabrón de mierda. No te quieres manchar las manos de sangre, pero sí manchas las mías.

—Si vuelves a ponerme la mano encima, eres hombre muerto. —Berlín se acercó a examinar el cadáver de Mónica. —Hay una cantera de carbón en el sótano. Tírala dentro. Ya después le das una limpieza a todo esto.

—¿Pero está muerta de verdad? —preguntó Londres. Estaba asustada. Nunca pensó que iba a ver un cadáver tan de cerca. —Me refiero, que a lo mejor no está muerta y podemos salvarla. Tal vez los tiros no han sido letales y podemos reconducir las cosas y llevarla a una habitación a ella sola para que no diga nada.

Londres intentaba salvar el plan. Si había sangre iba a ser difícil quedar de héroes delante de la gente, quedarían de asesinos y si eran unos asesinos a Nairobi no iba a recuperar a su hijo.

No tenía remedio, por mucho que quisiera apartarse y olvidarla sus pensamientos siempre volvía a ella de una forma u otra y aunque en la isla de Lana nunca fuera a estar Nairobi quería que fuera feliz con su hijo en cualquier parte del mundo.

—No digas tonterías, vámonos.

Londres le dio una última mirada a Denver antes de cerrar la puerta y dejarlo solo con uno de los mayores marrones de su vida. ¿Por qué mataría Denver a una mujer? Incluso si fuera una razón de peso, ¿cuál sería una razón de peso para matar a una mujer? Además esa era una de las embarazadas que había allí y Denver era sensible con el tema embarazos y niños.

Londres| La Casa De Papel » NairobiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora