— Cami ¿estás bien? ¿Necesitas algo? — preguntó Isabel desde fuera de la puerta de la habitación de Camila. — Tu mamá está asustada… y a decir verdad yo también. Déjame entrar.
La chica se había encerrado ahí a llorar después de que viera a Joe atascándose de besos con Mia, una de las porristas de la preparatoria, llevaba en su cuarto más de siete horas, su mamá que había ya intentado en vano hacer que su hija saliera, había llamado a su prima, sabía perfectamente que no había alguien mejor que Isa para lograr que su hija se calmara. Ellas dos no solo eran primas, eran mucho más que eso, eran mejores amigas desde que tenían memoria; Camila siempre había estado para Isabel cada que su corazón salía roto de alguna relación, ahora era ella la que tenía el corazón hecho trizas.
— Estoy bien — respondió Cami entre sollozos.
— No, tú no estás bien. Por favor déjame entrar — reclamó Isabel, pero fue fallido su intento, Camila no abrió su puerta.
Pasaron unas dos horas de intentos fallidos por parte de Isabel y de Lisa, la mamá de Camila. Habían intentado de todo, desde frases bonitas por parte de la prima, hasta regaños y amenazas de castigo por parte de la mamá.
— Prima, no sé si estés dormida o si solo estés haciendo oídos sordos a todo lo que te hemos dicho, pero no importa, yo te entiendo, entiendo que estás molesta y que no quieres ver a nadie, pero déjame decirte que yo sé que eres muy inteligente y fuerte, eres más fuerte que esto, tú siempre has sido muy analítica y sé que sabrás como lidiar con esto. Ya es tarde y me tengo que ir, pero quiero que recuerdes que tienes mi apoyo incondicional y que yo creo en ti y en tu sensatez, también quiero que recuerdes que cualquier persona que no te sabe valorar es una verdadera idiota, porque no sabe lo que pierde. Te quiero. Nos vemos mañana. — concluyó la prima, para luego despedirse de Lisa y salir directo a su casa.
Camila había escuchado cada palabra de su prima y en cada frase había encontrado consuelo. Estaba segura de que lo superaría.
Más tarde, cerca de la media noche, su mamá tocó a su puerta y le indicó que dejaría su cena afuera en una mesita, cuando la chica salió por su comida encontró un plato con consomé de pollo, una bandeja con galletas y una taza de leche, era una amorosa cena como las que siempre le había hecho su mamá. También encontró una notita, la letra era la de su madre.
“Pequeña, sabes que no soy buena con las palabras, pero quiero que sepas que te amo y no me gusta verte sufrir, me siento impotente por no saber cómo ayudarte, de lo que estoy segura es que vamos a salir juntas de este problema.”
Cada palabra escrita en ese papelito la hizo sentir con fortaleza. Cuando se metió a su habitación prendió la luz y fue hasta su “baúl de tesoros”, sacó de ahí un libro que parecía un poco viejo, en la portada color roja se apreciaba una escultura griega y se leía “Leyendas de amor y desamor griego”, comenzó a hojearlo y se encontró con su historia favorita: Apolo y Dafne, la historia de un amor no correspondido. Se puso a imaginar como a su dios preferido se le había roto el corazón como a ella, se preguntaba si ¿él sentía el mismo dolor? ¿qué habría hecho él después de perder a su gran amor? De lo que si estaba segura es de que él lo había superado y ella también lo haría.
En menos de una hora ella se durmió con su libro entre los brazos, soñando en el gran dios del Sol, ella siempre se lo había imaginado de aspecto joven, muy guapo, con cabello rubio como el sol, largo y con rulos, con ojos color miel y con una hermosa sonrisa, aparte se lo imaginaba como un hombre perfecto, muy sabio, muy correcto, con un buen corazón; lástima que no había chicos como él en el mundo real.
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En sueños con Apolo
Fantasy- ¿Apolo? ¿Cómo el dios del Sol, la música y las profecías? - Sí, como él. Te sorprendería el parecido que tengo con ese dios"