Capítulo 8.

56 10 11
                                    


Luke;

Aproveché mi tarde libre para salir a correr y despejar mi mente. Desde que me habían comunicado la sentencia del juicio, apenas había sido capaz de tener un poco de paz mental.

La preocupación y la ansiedad habían vuelto a mi vida. Aunque parecía que nunca se habían ido, reaparecían multiplicándose por el doble o el triple.

Esto era serio.

Todavía podía recordar la llamada de mi abogado cuando estábamos todos tomando algo una tarde de domingo. Me extrañó bastante que un día así, pensado única y exclusivamente para descansar, mi abogado me advirtiera de lo que se me iba a venir encima.

Eso solo significaba algo: problemas.

Fue justo en ese momento cuando ya me puse alerta. Menos mal que lo hice, porque así ya estaba preparado.

Entonces ahora, dos semanas después, se habían confirmado sus sospechas.

Llegué al apartamento, empapado de sudor tras varios kilómetros recorridos sin parar, y saludé a Charles desde la distancia ya que decía que seguro que apestaba a pescado muerto.

—Eres un gilipollas, yo siempre huelo bien —le dije antes de meterme en la ducha.

Sin duda, colocarme bajo el agua fría se convirtió en el mejor momento de mi día.

Ni siquiera puse música como sonido ambiente, solo necesitaba escuchar cómo las gotas caían y resbalaban por mi cuerpo a gran velocidad.

Me enjaboné, volví a disfrutar del agua, y finalmente salí de la ducha buscando una toalla que colocar en mi cintura. Cogiendo otra, la pasé por mi cabeza para quitarle algo de humedad a mi pelo.

—¿Qué vas a cenar? —preguntó Charles tras golpear la puerta del cuarto de baño.

—Ni idea —respondí, la verdad era que no tenía ni hambre—. ¿Qué vas a hacerte tú?

—Pues... no sé.

—Puedes entrar, eh —abrí la puerta y lo encontré tras ella con un cigarro en la boca.

—Es que me pone cachondo verte en pelotas —bromeó, soltando el humo por su boca.

—Normal, yo también lo haría —le seguí el rollo—. Qué pena que esta toalla te impida tener unas maravillosas vistas.

—¿Así te comportas con tus conquistas? —rió—. Porque es patético.

—No tengo ninguna conquista, eso sí es lo patético —admití.

—Carter, sin duda esta es tu época de sequía —agitó su cabeza.

—¿Ahora llevas el calendario de mi vida sexual? —salí hacia el pasillo y caminé hasta mi habitación, que estaba al lado.

—No, pero como ya no me hablas de ninguna chica tendré que suponerlo.

Saqué de mi armario una camiseta blanca sencilla y unos pantalones de chándal y los lancé sobre mi cama.

Hasta encontrarnos. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora