1 Vendiendo

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Si quieres triunfar como publicista, nunca digas la verdad

La verdad es que sin Val no lo habría conseguido.

Mmmmm Val es la mejor con el ordenador. Y la más lista. Pero es mi amiga por esa y por muchas otras cosas. Y siento algo muy especial por ella 🥰.

Fue el sábado por la tarde. Estábamos en su casa, donde, como de costumbre, no había nadie. Val preparó la merienda (galletas con Nutella, te frío, ositos de regaliz y malvadiscos) y luego conectó el aparato y me enseñó la página de la que me había hablado.

—Adelante, hazlo —me invitó con una mano extendida hacia la luminosidad de la pantalla—, ¿o necesitas ayuda?

Le dije que no, pero me precipité. Durante un buen rato, estuve intentando escribir aquellas frases. Escribía tres palabras, borraba dos y me quedaba un buen rato mirando la que había dejado, sin saber qué hacer.

Nunca había pensado que escribir un simple anuncio fuera tan difícil. Pero había tantos requisitos que cumplir que terminé por bloquearme.

—Recuerda que tiene que ser claro, directo, sencillo, atractivo y cierto, pero sin pasarse —recordaba Val, la experta, a quien todo eso se lo había explicado una de las novias de su padre, que compraba de todo en aquella página: desde mascotas o pantalones de color naranja hasta los servicios de un pintor o un abogado.

Con tanta presión no había forma de avanzar. Entonces, Val dijo:

—Anda, quita. Déjame a mí, eres más lenta que un caracol lesionado —y ocupó el lugar frente a la pantalla.

Mi amiga no dudó ni un momento. Frunció el ceño, muy concentrada, agarró el ratón, borró todo lo que yo había escrito (que no era mucho, la verdad) y dijo:

—Vamos a decirlo de una manera que llame la atención. Ese es el secreto de la publicidad, ¿lo sabías?

Un palito parpadeante esperaba en la pantalla a que alguien comenzara a hacer algo.

—Primero hay que rellenar esto —dijo Val, señalando un punto de la página de internet que había abierto—: aquí donde dice «descripción del producto», ¿qué quieres que digamos?

Dudé de nuevo. Mi padre siempre dice que mis neuronas se colapsan cuando tienen que tomar decisiones. Tiene razón. Cuando tengo que elegir algo (incluso algo sencillo como si prefiero yogur o flan), comienzo a pensar en un montón de cosas, y me bloqueo. Como los teléfonos móviles cuando escribes tres veces una clave de acceso equivocada. Mi pantalla también se queda en blanco.

—¿Tú qué crees que deberíamos decir? —le pregunté a Val—. Tal vez, lo mejor sería dejarlo en blanco.

—¡De ninguna manera! ¿Cómo vas a venderla si no explicas cómo es? ¿O tú comprarías algo sin tener ni idea de qué hace?

—No... Supongo que no...

—¡Por supuesto que no!

A veces, la seguridad de Val me da un poco de miedo. Otras, me hace sentirme a salvo. Mi madre suele decir que todo el mundo tiene su carácter y que nadie debe avergonzarse por ser como es. Si fuéramos un fenómeno atmosférico, yo sería un día de primavera, en que no hace mucho frío ni mucho calor, no hay muchas nubes pero tampoco luce un sol espléndido. Val, en cambio, sería uno de esos días en que te mueres del sofoco. O tal vez una tormenta de invierno, con granizo, rayos, truenos y mucho viento. Ella es de las que llaman la atención; habla rápido corriendo, siempre se mete en líos, es la capitana del equipo de básquet, la delegada de la clase y la directora del grupo de teatro. Yo, en cambio, prefiero no tener que levantarme de mi silla ni para ir al baño, y lo que más me gusta es estar en la última fila de clase para no llamar la atención.

Cositas En Venta TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora