Capítulo 6: Dioltas

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Odiaba fingir, tener que mostrar algo que no era verdad, la hipocresía desmedida. La amabilidad no iba con él, no era su estilo; y allí debía poner buena cara y brindar pleitesía a todos los jodidos Dannads. Sus tripas parecían que fueran a arder ante la impotencia de aquella maldita situación, de aquel inhóspito y fraudulento palacio.

Suspiró hastiado, al mismo tiempo que se agarraba desesperado el cabello castaño, todavía no había sido capaz de conseguir ni una mísera pista de quién podría haberle arrebatado su memoria; no obstante, sí que era consciente de lo cobarde que eran los señores de aquel lugar.

«¡Seres magnánimos!» No pudo evitar que una carcajada sarcástica saliera de su garganta, se reía él de esa afirmación. Sobre todo cuando usaban su poder para violentar y abusar de seres más débiles, que se encontraban en una situación de inferioridad. Cuando se tiene una posición de subordinada, o de esclava no puedes negarte a lo que tus señores te pidan. ¡Muy valiente por su parte!, si.

Sin embargo, no eran muy cuidadosos con los secretos, y él, un hombre que había estado toda su vida negociando con ellos, era lo que más valioso que podías poseer. Después de estar un mes investigando, había escuchado rumores interesantes sobre algunos de los Dannads; y de alguna de las féminas también.

Las personas solían ser muy descuidadas cuando se sentían seguras e intocables, y aunque solo dejaban pequeñas pistas, si sabías observar serían evidentes.

Dioltas escrutaba el jardín con detenimiento, su posición era perfecta para contemplar a las mujeres de esa elitista raza —encontrándose en una planta más elevada, apoyado en una de las columnas— y él no pasó por alto aquella oportunidad; sin embargo, dudaba que alguna de aquellas refinadas y frágiles féminas fuera quién le había usurpado sus recuerdos.

Mas, debía asegurarse de ello y no dejar ningún cabo suelto, sobre todo después de la exagerada reacción de una de ellas.

¿Cómo podían ser felices sin aspirar a nada más?, simplemente permaneciendo como muñecas a las que exhibir, bufó molesto por aquella actitud tan pasiva que parecían haber aceptado con facilidad.

Cuando perdió la memoria, fue a dar con todo lo contrario de lo que allí podía ver, aunque era verdad que una mujer era una mujer y él jamás había hecho ascos a su compañía, sobre todo si eran bellas; pero, no podía negar que las prefería fuertes y guerreras, como las que conoció durante su larga en estancia en el desierto de Jaf, donde creyó hallar la dicha. Todavía recordaba a Uma, ella sí que era recia, una líder digna de seguir, y a la única que respetaba.

«¡Qué iluso!, y estúpido» Negó con la cabeza bajando su mirada metalizada hacia las baldosas blanquecinas, las criadas hacían un buen trabajando manteniendo aquel maldito lugar impoluto.

Al alzar la vista sosegado fue consciente de algo que le provocó recelo, una de aquellas insulsas mujeres, que no había despegado su ojos de su libro, se percató de su presencia y le observaba con temor; aún desde la distancia pudo contemplar su ceño fruncido y su mandíbula tensa, fue solo un segundo, pero había visto ese gesto tantas veces que le era fácil reconocerlo.

Se meció la barba castaña pensativo, era la misma Dannad que receló su presencia días anteriores, y su pavor era tal que sus piernas parecían temblar aun en la lejanía; sin haber hecho nada en su contra. De eso se estaba cuidando demasiado, no deseaba perder aquella oportunidad que le facilito Sajra, aquella vieja del demonio. Todavía sentía escalofríos al recordarla, a ella y a su amigo de fuego.

Tendría que mantener vigilada a esa mujer, puesto que era la única que por ahora parecía haberle reconocido y, seguramente, la culpable de su desgracia. Agarró furioso su empuñadora, a él no le importaba matar a otros más débiles —claro que no—, aunque no hubiera honor en sus actos; mas esa mujer tendría un as escondido y debería indagar más sobre ella.

El Legado de Ysbryd: Memorias de ArlanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora