Mis ojos se abrieron con respectiva lentitud, suficiente lentitud para darme cuenta de que estaba entre cuatro blancas y relucientes paredes y con una luz cegadora sobre mi cabeza, razón por la que con la misma rapidez que me desmayé, volví a cerrar los ojos. Tras unos segundos, estiré mis brazos y traté de recordar la posible razón por la que estuviera ingresada en el hospital. Lo recordé todo tras observar el reloj enfrente mío que, al contrario del de mi abuela, no era viejo y defectuoso. Durante mis 4 minutos, procesé todas las aventuras que habían tenido lugar desde hace menos de veinticuatro horas. Dos suaves golpes de nudillos en la puerta me hicieron volver a la cruda realidad. Era una enfermera de metro sesenta y pico de aspecto cuidado pero amable. Seguramente, hubiese sido ella la que me cuidó durante esa noche. No me equivocaba. Me dijo que vinieron mis padres hace unas 4 horas, en cuanto se dieron cuenta de que no dormía por propio placer sobre el frío suelo. La enfermera dijo que fue un simple golpe de calor muy extraño. Eso después de darme los buenos días con la misma sonrisa que me atendió. Y yo con la misma sonrisa le di las gracias por todo lo que hizo. Me dio un desayuno con toda su buena intención; sin embargo, no probé bocado. Prefería ver a mis padres primero y decirles que fue un susto y que estaba bien. Les di un abrazo y se calmaron cuando les comuniqué que estaba bien. Pero conociendo a mis padres y a mi abuela, dos palabras que salían de mi boca no eran suficiente así que les dediqué la sonrisa más verdadera que les podría haber dedicado en ese momento. Entonces ya me correspondieron con una corta y aliviada risa. Volviendo a casa (el hospital se situaba en la ciudad más cercana porque el pueblo no tiene ningún servicio médico), les dije las aventuras que corrí anoche (exceptuando el salido sueño que nunca debí tener) y que el reloj estaba defectuoso. A lo que respondió mi abuela:
- No había pasado eso en los 20 años que lleva ese reloj en la casa y no seré yo quien me deshaga de él.
Tras el fallecimiento de mi abuelo, mi abuela decidió deshacerse de todo objeto que le pudiese recordar a él excepto la casa y aquel viejo reloj tallado en madera de roble que mi abuelo tanto apreciaba. Por eso mi abuela nunca acepta que desprecien ni su preciado reloj ni la casa en la que habitaba. Por eso traté de remediarlo lo más rápido que pude:
- No te digo que te deshagas de él, sólo que lo lleves a reparar.
- Solamente digo que no creo que esté roto.
- Pero, abuela...ayer...
- Ayer, ¿qué?
- Bueno, me dormí con el sonido que anunciaba las 5 de la mañana y me desperté con el mismo sonido.
- Tal vez se te pasara un sonido.
- No es posible. Yo...
- ¡He dicho que no!
No dije nada más tras ver la cara de desaprobación de mis padres y la de desilusión mezclada con tristeza de mi abuela. Aún con la más pesada tristeza que tuvo mi abuela en aquel viaje, no soltó ni una solitaria lágrima por aquellos ojos ausentes de la realidad y transportados a un pasado no muy lejano. Cuando entramos en casa, a pesar del silencio durante todo el viaje, todos decidimos mirar mis sospechas mirando y traduciendo la hora de aquel reloj. Las once y cuarenta y dos. Miré mi móvil. Las once y cuarenta y dos. A pesar del enfado, todas las miradas recayeron sobre mis hombros. Estaba segura de lo que vi a aquella hora y traté de defenderme, pero lo único que conseguí fueron m iradas de preocupación y dudas y, sinceramente, no quería trastornar más las cosas así que decidí evitar esa conversación cuanto antes y subir al cuarto que tenía asignado en aquella casa. La casa solamente inspiraba los aromas del pasado y no lograba oler otra cosa. Después de aquella conversación no pude evitar pensar también la posibilidad de haberme equivocado, pero en el mismo tiempo que tardé en pensar en esa propuesta, se disipó de mi cabeza porque mi meticuloso orden es tanto mi virtud como mi perdición. Por eso sé que a la hora que me dormí escuché 5 toques y cuando me desperté en el móvil marcaban las cinco y treinta y dos. Volviendo a mi casa llegué a la conclusión de que no podía pasar un mes y medio en aquella casa que sólo me provocaba sudores fríos, malestares y extrañas coincidencias. Comí rápido y salí al bosque situado detrás de mi apartada casa. Era frondoso y húmedo y ayudaba entre aquellas tres horas de calor intenso. Me encontré al pastor del pueblo paseando a su rebaño. Me alzó la mano y se hizo notar con su acostumbrado grito potente como saludo. Le correspondí con la mirada. Pero cuando giró la cabeza me di cuenta de que el saludo no había acabado allí:
- ¿Como andamos, María?
- Pues con un bocadillo de jamón.
Se oyó el tintineo de las trece ovejas que apresuraban su paso hacia donde yo estaba sentada y el bastón de Antonio que lo acompasaba. Antonio era el mejor amigo de mi abuelo. Siempre que lo veía me esperaba con un queso o un jersey hecho por su mujer. Pero sabía que cuanto más tiempo durara la conversación, más se me retorcería la espina que tenía clavada, pero al menos no tanto como con Sofía. Cada segundo que pasaba con aquel hombre golpeaba sobre mis recuerdos, mi pasado... Pero no supe la realidad del sufrimiento hasta que me mandó su más sincero pésame por mi abuelo a toda mi familia. Yo lo acepté de buena gana en aquel instante sin saber lo que me ocurriría más tarde. Volví a casa con dos horas de margen para enfriarme y dedicar una amplia y falsa sonrisa que ocultaba la faceta que sí expresaba lo que sentía en aquellos instantes. Dos horas habían pasado desde la discusión y diez desde que acabé en el hospital; sin embargo, los recuerdos me pisaban como si acabasen de ocurrir hace un instante. Cuando decidí cruzar el jardín como aquel primer día y mirar a mi abuela a los ojos sin sentir una punzada de culpabilidad, grité:
- HE VUELTO.
Vi la cara de preocupación de mi madre y la aparente serenidad de mi padre que trataba de ocultar el mismo sentimiento de mi madre. Sin embargo, mi abuela mostraba un simple y honesto sentimiento de alivio. Comprobé que finalmente un experto en relojes antiguos y remotos había decidido acabar en mi casa para comprobar la funcionalidad del reloj. Sus caras mostraban algo que mi sexto sentido era incapaz de detectar. Tras unas miradas silenciosas e incómodas, vi como mis padres desviaron su mirada hacia el mismo lugar. El reloj del abuelo. Este seguía golpeando cada segundo con su rígida mano de metal cubierta en oro. De repente, sentí a qué se debían aquellas miradas de desaprobación que no lograba comprender. Miré mi reloj analógico de pulsera y después observé con detenimiento el reloj. Era sin duda la misma hora, minuto y segundo que mi reloj marcaba. No podía comprenderlo. Para rematar mis dudas, aquel extravagante señor de gafas pequeñas y redondas de unos, fácilmente cuarenta y pico años, notó aquel silencio incomodo que inundaba la sala tratando de contemplar el momento oportuno para anunciar su retirada.
- Bueno... todo está en perfectas condiciones, no deben preocuparse de nada, el reloj tiene algún defecto estético. Necesita algún bañado en barniz pero ningún aspecto que mencionar acerca del funcionamiento.

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El pueblo
Mystery / ThrillerMaría, una chica de 18 años, vuelve al lugar de donde provenía donde guarda antiguos amigos, secretos, mentiras...