31 DE OCTUBRE DE 2017

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Hacía ya un mes que acepté la decisión de Álvaro. La decisión de no contárselo a nadie, la decisión de soportar las miradas que nos juzgaban de los policías al pasar y, sobretodo, la decisión de cargar con aquel acto encima de mis hombros hasta que, por lo menos, me hubiese ido del pueblo. Aquellas decisiones eran las que nos hacían de base de la estructura de nuestra relación. Cada día nos hacíamos más fuertes, no fue un simple golpe sino que era constante. Cada día, la fortaleza que descubrimos que teníamos hace unos días, se volvía más y más fuerte.

Fueron cinco días después cuando la novia o amante del padre de Álvaro denunció su desaparición. Allí se volvieron los nudos más intensos entre nosotros, pero era justo aquello lo que lo volvía incluso más fuerte. Cuando le preguntaron a él, este dijo la verdad más real y verdadera que podía contarse en aquellos momentos.

-    ¿Qué está desaparecido? No lo sabía, perdonen.

Aquello era mentira y las lágrimas que soltó posteriormente también lo eran.

-    Mí padre trabaja como camionero, así que, hay días en los que llega muy tarde y otros en los que tan siquiera llega.

-    ¿A qué te refieres con eso?

-    Mi padre tenía algún día que otro en el que por cualquier razón no llegaba a casa durante algunas noches, normalmente por el trabajo.

-    De acuerdo. Una cosa más.

-    Dispare.

-    ¿Sabe de alguna persona con la que su padre pueda tener una relación y que nos ayude con el caso?

-    Mi padre es un hombre solitario, no tiene muchos amigos. Aunque... tiene una novia en estos momentos. La he visto pasar por casa alguna vez.

-    ¿Cómo se llama?

-    Si no me acuerdo mal, Claudia...Hernández.

Durante los días, fueron descubriendo de qué Claudia Hernández se trataba. También la llevaron a interrogar cómo era de esperar. Esta dijo que era lo único que tenía además de su hijo de veinte años. Aparentaba estar triste. Eso, sin duda, era lo más duro en aquellas declaraciones. Ver cómo otra gente sufre más que tú por la muerte de alguien. En este caso, su padre. Cuando salió, dio a Álvaro un fuerte abrazo. Él lo aceptó a buen agrado, pues sabía que en el momento que se descubriera la muerte de su padre lo mandarían como un caso de orfanato y, tal vez, en algún futuro, Claudia fuese la única salida que tendría.

Salimos de allí dispuestos a tomar un helado como recompensa por los grandes actores que estábamos hechos. Sin darme cuenta, los días transcurrieron con respectiva rapidez. O al menos eso ocurría antes de que, quince días después, se diera por concluido el caso. Mandaron un informe pero Álvaro no lo quería ver. También lo llamaron para ir a comisaría pero él no quería ir. La culpa lo reconcomía, sabiendo que alguna persona en la calle que no hubiese cometido delito alguno acabase entre rejas por su culpa. Ese tipo de culpa era el que lo agotaba y entristecía. Pero el amor que teníamos y compartíamos podía con la culpa que lo llenaba.

En ningún momento lo dieron por huérfano, lo cual, no tenía explicación, supongo que las visitas frecuentes de Claudia se podrían considerar como una madre. Nunca fue una madre como tal, pero fue algo más que su padre y eso para él bastaba. Incluso hubieron algunas noches en las que dormía en su casa y, en verdad, dormiría más en esa casa si no fuera por lo que pasó.

Fuera como fuese, una cosa estaba clara. Debía estar allí para él. Sabía que mucho no podría arreglar, pero tenía que estar allí para él. Era lo mínimo que podía hacer. También pasaba algunas noches con él mirando las estrellas aprovechando que todavía no hacía tanto frío como para dormir dentro de una casa. Me enseñaba todas las constelaciones. Su favorita era Orión, el cazador. Le gustaba porque él creía en el destino y decía que él era un luchador como él y que él se hubiera percatado en ella, era obra del destino. No se podría decir si era verdad o mentira, pero era lo que le ayudaba a seguir siendo como era.

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