30 DE SEPTIEMBRE DE 2019

53 3 0
                                    

Ya habían pasado los días y la situación seguía igual. Fui a visitar el descampado cuando no había nadie, lo cual, fue bastante difícil, pues ahora siempre estaba lleno. Ya no olía a césped, este se volvió amarillo. El pequeño paraíso que vi algún día se había convertido en un lugar igual que el resto que componían al pueblo. Lo único que había cambiado respecto al 5 de septiembre fue que, un día después, Pablo vino a visitarme a la salida del instituto. Me paré en seco. No sabía si, en ese momento, debía echarle de allí o irme abrazada a él de aquel lugar. Aunque me cruzaron aquellos pensamientos por mi mente como un rayo, solamente necesitaba a alguien que me abrazara sin juzgarme. Necesitaba un abrazo sincero que me ayudara a sentirme protegida por sus grandes brazos. Al sentir aquel abrazo, no me ayudó a olvidarme de todo lo que había pasado con Álvaro, pero, al menos, me hizo sentir querida y que podía sobrepasar aquello. Solamente me fundí en aquel abrazó. Aunque no lo vi, sentí las miradas de David, Carlos y Carla. También sentí la mirada de decepción de Sofía sobre mí. Pero lo que de verdad sentía, fue el enfado que ardía en Álvaro y deseaba ser desatado. Álvaro siempre fue muy impulsivo. Nunca supo contar hasta diez. Me despegué rápidamente de Pablo. Traté de localizar a Álvaro, pero no estaba. No lo podía creer. No pude evitar que por mi mente se cruzaran dudas de si él ya habría logrado olvidarme. Me sentía mal pensando aquello. De alguna manera, sentía que Pablo no merecía aquello.

- Amor, ¿estás bien?

- Sí, sí. No te preocupes.

Después de ese momento, comencé a tratar de olvidar a Álvaro, lo cual, se volvió más difícil porque los siguientes días no vino a clase. No pude evitar que me picara la curiosidad y otros sentimientos que no quería admitir que sentía hacia él. Así que recurrí a David como él hace tiempo recurrió a mí.

- Hola David.

- ¿Qué tal María?

- Bien. Oye, tú no sabrás lo que le ha pasado a Álvaro, ¿no?

Me miró como hace tiempo me miró. Una mirada de empatía y tristeza, pero esta tenía un sentimiento más. El enfado. Era capaz de distinguirlo.

- No.

Fue un "no" tajante y seco. Por eso era obvio que detrás de ese no se escondía un sí. Sólo tenía que buscar la manera de hacerle decirlo y tener sus palabras como prueba definitiva de que sabía dónde estaba.

- Mira David, entiendo que no me lo quieras contar y que no seré de mucha ayuda, pero sólo quiero saber si se encuentra bien.

- ¿Qué tú no serías capaz de ayudarlo? Si tú no puedes nadie podrá. Pero debes saber que Álvaro no es la persona que conociste ni la que yo conocí. Cambió en cuanto te fuiste. Traté de ayudarle a superarte, pero hay cosas que aunque trates de olvidar siempre volverá a ti. Y eso le pasaba constantemente a Álvaro. Dejó de interesarse por nada o nadie que no fueses tú. Siempre pasaba por el descampado para ver si algún día volverías con él. Poco a poco, dejó de hablar con todas las personas que conocía incluyéndome a mí. Se fue con otra gente y nos dejó de hablar. Solamente aceptó volver a hablarnos cuando supo que podría volver a verte. Nadie cumplió lo que pactamos los seis. Nadie menos tú y él.

- No sabía que...

- Mira María, entiendo que te quisieras escapar de lo que pasó, pero éramos una familia y fuiste tú la que la rompiste. Así que has llegado un poco tarde para preocuparte por Álvaro.

Y dicho esto, cogió su comida y se fue. Entendía perfectamente que pensara así. Y no podía evitar que dijera eso y que pensara así. Pero él sabía que de todos fuimos Álvaro y yo los que más sufrimos. Por otro lado, sí que había algo con lo que estaba de acuerdo con él. El pacto fue una tontería que hicimos hace tiempo y se veía que los que mejor sobrepasaron lo ocurrido hace dos años fueron los que lo incumplieron. Aún así, deseaba arreglar lo que provoqué junto a Álvaro. Pero, para ello, le necesitaba a él a mi lado. No tenía la menor idea de dónde se encontraba en esos momentos.

Pablo vino una hora después de lo que había pasado, como siempre, en la salida del colegio y como siempre fuimos al bar al lado del colegio y me cogí una falta naranja y él un gatorade. Como siempre, me contó sobre su día de trabajo. Me alegraba que en esos días tan difíciles para mí, tuviese a alguien que me cuidara; sin embargo, me mataban la ganas de contarle todo por lo que tuve que pasar el año pasado y cada día estaba más harta de tener que ocultárselo, pero sabía que era lo correcto.

Mientras me contaba su día, yo sonreía y trataba de escucharlo con todas mis fuerzas. Pero, como dije antes, ya no las tenía. Aunque mis ojos le estuvieran viendo a él, mi mente pensaba en las palabras exactas de lo que hablé con David hace unas horas. Volvimos a su furgoneta con dos helados. Me compró uno de vainilla. No entendía cómo me podía conocer tan bien habiendo pasado tan poco tiempo juntos. Aunque no le podía prestar toda mi atención en aquellos instantes, le trataba de dar todo de mí cuando lo besaba, aunque, tenía la sospecha de que él también sentía que me pasaba algo.

Con el traspaso de los días, observaba curiosa lo que David me había insinuado. La felicidad que ellos cuatro se veía que tenían y que tanto anhelaba. Efectivamente tenía razón. Y observando con detenimiento, podría decir que Carla y David seguían juntos a pesar de sus diferencias y Carlos soltero, pero él no creía en el amor desde que le conocí. Pero a Sofía la veía distinta, por ella sí que sentía pena porque sentía, al igual que yo, una innegable cantidad de vacío que nos impedía ser feliz qué tal vez podía ser llenada por el perdón. Y en ese momento lo vi claro. La espina fue en ese momento que no desapareció, sino que fue sacada y sabía que en cuanto hablase con ella volveríamos a ser como antes, o por lo menos, volver a estar juntas.

Así que, hoy fui con la bici como tantas veces había hecho antes a la calle Olivares, 23 y llamé al timbre. Me reí porque era algo que con los años no cambiaba pues seguía roto. Por ello, llamé a la puerta y me respondió la voz de Pilar, como siempre.

- Hola María, cuanto tiempo. ¿Quieres pasar?

- No, no te preocupes. ¿Está Sofía?

- Sí, ahora le pido que venga.

Esperé un rato que se me hizo eterno, pero mereció la pena porque vi asomar el pelo planchado y las botas que Sofía llevaba hoy.

- ¿Qué quieres?

Con qué buen pie comenzó la conversación.

- ¿Puedes venir a la casa de siempre para hablar, porfa?

Vi la cara con la que trataba ocultar las ganas que tenía al igual que yo de hablar.

- Mamá, vuelvo a las dos para comer.

Llegamos a la casa.

- Sofía, sé que la he cagado, pero quiero rectificar todos los errores que cometí hace dos años y para ello te necesito a mi lado porque siempre estuviste a mi lado. Aún recuerdo cómo queríamos ser las dos dependientas con la caja de registrar rosa que tenías en tu casa. Y aunque seamos el aceite y el agua encontramos la manera de volver a juntarnos. Por favor, perdóname.

- ¿Te lo has ensayado?

- ¿Se nota?

Por primera vez la vi sonreír hace mucho tiempo. No fue una risa pero me conformaba porque sabía que era más verdadera que la sonrisa que me dedicó en el parque.

- Venga, anda. Ya te echaba de menos.

Nos fundimos en un verdadero abrazo. Y por primera vez en aquellos días, me olvidé de todos los problemas que me habían afectado tanto últimamente.

El puebloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora