Pasaron días desde que hablé con Álvaro en el hospital. Hacía ya dos semanas que me confesó varias cosas que para una pareja normal habrían sido motivos suficientes para la ruptura; sin embargo, yo no era como el resto de parejas. No habíamos roto, aunque, tampoco estábamos en nuestro mejor momento.
El cinco de septiembre me fui al hospital en autobús. Puedo asegurar que normalmente faltaba menos de tres veces al año y que ninguna de esas veces se le podían considerar pellas, pero sabía que tenía motivos más que suficientes para saltarme la clase de matemáticas. En esos instantes, Álvaro era lo más importante. Mientras estuve en el autobús, tuve que preguntarle a David qué hospital era. Teniendo en cuenta, que había un hospital en el pueblo y más de diez seguro en la ciudad. Afortunadamente, se encontraba en el pueblo, así que, no tardé nada en llegar hasta allí. Ahora entendía las condiciones del amor. No es estar en tanto los momentos buenos como malos, sino, la preocupación inexplicable que te quema por dentro y soportarlo.
Por fin llegué a la parada del autobús. Salí y, sin importarme la gente que me estaba viendo, comencé a correr sabiendo que el hospital estaba a unos trescientos pasos, pero me quemaban las ganas de estar a su lado abrazarle y que me reconociera con una de sus frases con humor ácido que tanto necesitaba en aquellos momentos. Corrí hasta llegar a la entrada. Veía a cinco parejas, tanto un padre con su hijo como dos abuelos de la mano. Eran cinco casos que me separaban de poder abrazar a Álvaro y vi cómo la impaciencia se apoderaba de mí tan rápidamente y lo mostraba mordiéndome las uñas y moviendo las piernas como si hiciera días que no iba al baño. Por fin llegó mi turno.
- ¿En qué habitación se encuentra Álvaro García?
- En la segunda planta. Al salir, la segunda a la izquierda.
No me dio tiempo a darle las gracias cuando mis piernas ya corrían hacia el ascensor. Apreté al número dos. Abrí la puerta y estaba allí, tumbado en la cama y despierto pero con la mirada cansada, aunque siempre con un brillo pícaro que le caracterizaba hasta, parecía ser, en los peores momentos.
Entré cautelosamente y me percaté de que su padre no estaba allí. Me daba mucha lástima que tan siquiera en los peores momentos que estaba pasando su hijo estaba allí. Sabía que no podía hacer nada por él, pues eran sus problemas que tan siquiera yo sabía cómo arreglar. Supongo que tanto él como yo pensamos en la posibilidad de poder apretar un botón y que toda su situación cambias. Pero sabíamos que aquello no era posible porque posiblemente las cosas ocurrían por una razón.
Pensando todo esto, alargué la mano hasta donde estaba la suya y fui entrelazando mi mano con la suya hasta que se juntaron formando sólo una.
- Hace tiempo que no duermo tan cómodo. Me siento en la casa del rey.
- Ya pero, ¿qué sería de un rey sin su reina?
- Siento decirle, su majestad, que la comida la ha remplazado.
Hacía mucho que no disfrutaba de una buena comida si le llegaba a gustar la comida del hospital. No pude evitar reírme y asentir. Me alegraba de tenerle delante mía.
- Que susto me has pegado, menos mal que sigues igual que siempre.
Le acaricié el pelo, me sentía cómoda y se notaba que él también.
- Oye, ¿qué te ha pasado?
Noté como me agarraba de la mano con mayor fuerza que antes y me dedicaba una gran sonrisa. Al menos, la que mejor podía dedicarme en esos momentos.
- Dijimos que en las buenas y las malas, ¿no?
Asentí con miedo a la respuesta que iba a obtener, pues aquella última frase y el largo e incómodo silencio que nos separaba de ella, me hacía dudar de la seguridad con la que asentí antes.
ESTÁS LEYENDO
El pueblo
Детектив / ТриллерMaría, una chica de 18 años, vuelve al lugar de donde provenía donde guarda antiguos amigos, secretos, mentiras...