31 DE AGOSTO DE 2019

185 5 0
                                        

Desde que llegué al pueblo, aprendí a ver todo como un vaso medio lleno, si no, a saber, que es lo que me habría pasado ahora. Por ello, las pesadillas fueron desapareciendo y podía mirar al pueblo sin ningún tipo de miedo que me cegara. Traté de mirar para delante sin mirar los errores que me llamaban por detrás. No pude evitar tener alguna recaída de por medio, pero nada que no lograse superar al día siguiente. O eso era lo que creía...

Todo comenzó con un aparente día más. Se trataba del 31 de agosto, cinco días antes de que comenzara el colegio y seguramente la causa de la vuelta de mis pesadillas. Pero me acostumbré a no pensar en los cinco pasos que tenía que dar antes de caerme, sino, en el paso que estaba dando sin saber las consecuencias que ocurrirían cuatro pasos después. Me desperté a las siete y media como acostumbraba y mi abuela ya tenía preparado mi pan tostado con aceite de oliva y sal y mi zumo de naranja. Salí a correr un rato con el aire golpeándome en la cara suavemente. Me ayudaba a conservar el frío para el resto del día. Esa mañana decidí escuchar la playlist de Bad Bunny. Me ayudaba a correr más eficaz y rápidamente. Volví a casa una hora después. Ese día, a las ocho y media, encontré a mi padre ya preparado para salir a trabajar y esperándome para coger su preciado Peugeot rojo e ir al pueblo. Me duché lo más rápido que pude y a las nueve y media, una hora después, ya estábamos en el trabajo de mi padre. Ese día hacía más calor que de costumbre. Mi padre fue a hablar con sus amigos y yo fui corriendo detrás de Pablo tratando de asustarlo. Cuando estuve detrás de él grité "buu". Se dio la vuelta, sonrió y me cogió en brazos. Me soltó cuando vio que no me reía. Sabía que lo que Pablo quería no era lo que le podía dar pues, aunque tratase de olvidar todo mi pasado siempre había recuerdos que me hacían volver a él y uno de ellos era volver a una relación. Eso pensaba desde que comencé a hablar con él. Pero una cosa estaba clara. Cuando hablaba con él, sentía que me amaba por cómo era, por mis virtudes y por mis defectos, simplemente, me amaba con todo su corazón. Se notó que tras la falsa sonrisa que mostraba se escondía una gran decepción debido a mi rechazo. Así que cuando él pensaba irse, le cogí del brazo, él se giró mirándome sorprendido. No había que decir nada, nuestras miradas lo mencionaban todo. Él me cogió en brazos y poco a poco nuestras caras se fueron acercando hasta que podíamos sentir nuestras respiraciones. Nuestros labios se rozaros en un beso corto, cálido e intenso. No tenía claro lo que hacía, tan siquiera lo pensé, pero supongo que en eso consiste el amor, ¿no? En ese momento supe que la espina que en algún momento sentí se había esfumado como por arte de magia. Sabía que la gente alrededor murmuraba opiniones y recuerdos a nuestro alrededor. No me importaba y se veía que a él tampoco. Aquel día decidimos pasar la mañana fuera del trabajo. Sentía como una llama ardía dentro de mí. No sabía si más tarde se convertiría en una hoguera o simplemente se extinguiría. Nos montamos en su furgoneta y nos largamos de aquel lugar del que sentía la mirada consecuente de mi padre, la de comprensión de muchos otros, pero sobre todo la de excitación que rodeaba a todo mi cuerpo que poco a poco se fue apoderando de mí sin poder hacer nada por evitarlo.

Paró la furgoneta en frente de un aparente parque natural dividido por un pequeño pero largo río que posteriormente supe de su fría temperatura. Subimos un poco más arriba de este paisaje quedándonos en un saliente de la montaña que daba a aquel río. Fácilmente, podríamos estar hablando de cinco metros de altura. De repente, comencé a temblar sin alguna razón aparente y sentí como mi cara iba perdiendo el color. Pablo, como siempre, notó que algo iba mal. Me cogió suavemente de la mano y me dijo lo más dulce que pudo:

-    Mírame a los ojos.

No voy a negar que en ese momento lo que más me apetecía era refugiarme en sus ojos azules así que levanté lentamente la cabeza para mirarle y compadecerle con una sonrisa tratando de hacer ver que no me asustaba la idea de saltar desde aquel saliente cayendo en aquella agua congelada que bañaba el río con su suave corriente y su humedad.

El puebloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora