31 DE AGOSTO DE 2017

106 5 0
                                        



Estaba tumbada en la cama, mirando el techo y deseando que ese día llegara por fin. Desayuné tan rápido como pude y lo mismo hice vistiéndome, cogí la bicicleta azul y oxidada de mi padre para ir al pueblo, pero hubo una voz detrás que me retuvo por unos instantes.

-    ¿Dónde vas tan temprano, María? Poco más y ni tu abuela estaría despierta.

Inspiré y espiré hondo y supe que si me iba corriendo no lograría nada así que me giré lentamente y dije:

-    Buenos días abuelo. ¿Como tú despierto tan temprano?

-    Tu abuela me despertó para que cortara el césped y así lo he hecho. Todavía no has respondido: ¿dónde vas?

-    Me voy al centro del pueblo, a comprar. Mi abuela y Sofía me han dado unos recados – mentí - .

-    Sofía ya se ha convertido en toda una moza, ¿eh? Me acuerdo todavía cuando erais así de canijas. Me acuerdo de cuando...

Desde pequeña, sin importarme el momento ni la situación, me encantaba escuchar las sabias y experimentadas anécdotas de mi abuelo. Cada palabra que salía de su boca la expresaba como en la historia que contaba se sentía. Mi abuelo se sentó en uno de los escalones que comunicaba la casa con el jardín. Yo, atraída por su voz, dejé la bici a un lado y me senté a escucharle. Cada recuerdo que contaba, por muy aburrido que llegase a ser, se convertía en una aventura contada por mi abuelo. Soltaba una risa de vez en cuando y yo no pude evitar quedarme con la boca abierta. Lo único que podía sacarme de esa esfera que envolvía a mi abuelo y a mí sería algún ruido que la pudiese romper. Cómo no, así fue. Mis padres se levantaron dando pisotones y hablando con la abuela de que el calor no les dejaron dormir anoche. Mi abuelo también desvió la mirada. Para cuando nuestras miradas se volvían a cruzar, nos estábamos riendo.

-    Anda, ve a hacer lo que creas pero vuelve pronto para la hora de comer que tu abuela hará tortilla de patatas.

Mi abuelo y yo nos comprendíamos, no le contaba todo lo que me ocurría pero con sólo una mirada yo sabía que él lo descubría y viceversa. Le estampé un beso en la frente, me despedí y antes de perder de vista la casa observé cómo levantaba la mano en señal de despedida. Paré para ponerme los auriculares y escuchar mi canción favorita mientras veía a toda la gente salir de sus casas. Yo alzaba la cabeza en señal de saludo. Siempre me encontraba por el camino a Antonio, preparado para sacar a las ovejas, a Dolores sacando a pasear a su perro o a MariCarmen sacando a tender la ropa mientras cuidaba de sus tres hijos. Siempre me gustó el ambiente de aquel pueblo . Todos conocíamos a todos, sin excepción alguna. Paré en la calle Olivares número 23 y llamé a la puerta. Hace tiempo que el timbre no funcionaba.

-    ¿Quién es?

-    Soy yo

Se oyó el sonido de las llaves girando en la cerradura. Se abrió la puerta lentamente. Era Pilar.

-    Pasa, hija, pasa. ¿Has desayunado?

-    Sí, no te preocupes.

-    ¡Sofía! Es María, ha venido a buscarte.

-    Voy – dijo Sofía - .

-    Siéntate por favor.

Pilar siempre fue muy educada y amable conmigo. Me conocía casi tanto como mi propia madre. Me conoce desde que era un bebé. Mi madre y ella siempre fueron grandes amigas, tanto como su hija y yo.

-    Maríaaa.

Sofía y yo nos dimos un abrazo. Nos veíamos todos los días pero supongo que uno de esos nunca sobran. Me miró a la cara y me dijo:

El puebloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora