23 DE NOVIEMBRE DE 2019

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Qué decir de los acontecimientos a partir de ese día. Pasé el mayor tiempo posible al lado de Pablo dejando espacio limitado en el cerebro al caso de Álvaro. No tenía la menor duda de que Pablo estaba allí, en carne y hueso, podía tocarle, hablarle. Lo único de lo que me sentía culpable era de mirarle a los ojos y refugiarme en ellos como lo hacía con Álvaro. A veces, cuando su mirada se fusionaba con la mía sentía la mirada perdida de Álvaro sobre la mía, pero a parte de ello, no tuve ningún problema con eso.

Los días transcurrieron de manera que los pasé al lado de Pablo, hechizada por el encantamiento que me había echado, no me pude despegar ni un momento de su lado impulsada por una fuerza especial que me impedía separarme de su cuerpo, de su pelo, de su alma... y los pocos ratos en los que me despegaba de él era por el único motivo de que me iba a quedar con Sofía y contarle exactamente lo que pasa y, por ello, comenzó a crearse un bucle inevitable a mi alrededor. Por ello hice caso omiso a Álvaro. El bucle que se hubo creado a mi alrededor me hizo sacar de allí recuerdos como los que tuve con Álvaro. No tuvo espacio suficiente en mi rutina o en mi memoria para pensar en su desaparición, seguramente sólo sería una de sus otras desapariciones anteriores o eso me hicieron creer. En aquel momento hasta una rosa envenenada pasaría desapercibida ante mí, estaba hechizada.

Sofía era la única que lo notó y un día, por fin, trató de quitarme el hechizo que me habían conjurado, pero en ninguna película de fantasía es tan fácil quitar un hechizo tan potente.

- Oye María, ¿podemos hablar?

- Sí claro. ¿Qué pasa?

- Nada que... ¿no estás un poco rara?

- No, ¿por qué lo dices?

- No sé, si fueras tú, seguirías investigando sobre Álvaro y en vez de evitarlo, le plantarías cara.

- Mira, Sofía, no te metas en lo que no te incumbe.

- ¿Sabes qué pasa? Que esta no eres tú. La María que yo conozco empezaría a investigar la desaparición porque tu perfeccionismo no te dejaría pasarlo por alto.

Me sorprendió la forma en la que expresó aquellas palabras, pero mis ojos estaban tapados por una venda que me impedía ver las cosas con claridad.

- Pues vete a tomar por culo con otro, como haces siempre.

- Volvemos a lo mismo de siempre, ¿eh? Pues enciérrate como siempre en esa burbuja pero no me vayas pidiendo ayuda.

Y dicho esto se fue mostrándome el dedo; sin embargo, solamente con ello, delató su tristeza y furia en igual cantidad en su interior. No podía creerlo. Era tan egoísta. No me había preguntado por la salud de nadie en aquellos días. Me encerré en una burbuja de la cual sólo veía mi propia salud mental sin ver las que los demás albergaban, ni siquiera la de Sofía. Había olvidado mis momentos con mis mejores amigos por un chico del cual me acababa de enamorar. Ellos siempre apoyaron con buenos ojos aquella relación de la que sabía que celebró y el corazón les decía lo contrario. Vi como las hojas del árbol de su felicidad se fueron cayendo poco a poco como en otoño y no hice nada. La venda que me acababa de quitar de los ojos no me la volvería a poner nadie.

Comencé a anda. Esta vez las lágrimas no inundaron mis ojos ni recorrido mi rostro. Esta vez no. Quién iba a decir que una de las miles discusiones que mantuve con Sofía me haría ver con mucha más claridad las cosas. Aún así, no me apeteció en aquel momento ver a mi grupo, solamente me apetecía caminar. Caminé y caminé. Y caminé más. Anduve por todo el pueblo, en donde, comenzó a inundarse de un frío helado y penetrante, todo lo contrario a mis pensamientos en aquellos instantes. Impenetrables y tristes. Una pisada ras otra iban dando camino, pisadas que con el aire se borrarían dejando la tierra a su estado original, otra vez más, todo lo contrario a lo que pasaría conmigo. Recorrí todo el pueblo hasta que, al fin, se dibujó una rápida y pequeña sonrisa. Ya sabía que hacer y a quien acudir.

El puebloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora