La Batalla por el Reino Prometido

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Para hablar de la Formación del Imperio, de su fragmentación, de la Sagrada Guerra y de sus campañas en los intentos de volver a unificar lo que alguna vez fue un vasto gobierno que abarco más allá de las estrellas.

Debemos empezar con lo que fue su amanecer, con esas épocas de incesantes conflictos carnales donde los mismos apóstoles trazaron el curso de la humanidad a una Era de progreso, de enriquecimiento cultural, de triunfos y alianzas que sentaron las bases del Imperio más grande jamás visto desde la época de los Arcaicos, (Las tres razas alienígenas Cwezi, Anu Sinom y Anunnaki)

Durante el Ocaso de la Era del Creador, el Reino Prometido ardía con la intensidad de un millar de soles unidos a la par de una ola de destrucción sin igual, los terceros hijos (los Ángeles) libraban una batalla fratricida calle por calle en la defensa de su ciudad bajo dos bandos: Leales y Traidores, el primogénito del Sacro Inmortal Dios Creador, Blakael, envuelto en aquella oscura armadura y portando la profana Lanza del Destino, se atrevió a retar a su Padre en duelo asegurando su derecho de gobernar sobre los mortales y de reclamar el único poder prohibido: La Creación.

Los arcángeles estaban desconcertados, en medio de la cruel matanza, uno de sus hermanos también había cedido ante la corrupción, se trataba del propio Lucero el hijo de la mañana, junto a él, se encontraba la mitad de los ángeles que sin miramientos blandieron sus espadas en contra de los leales.

Los habitantes del Infierno se unieron a la lucha, así como las tribus bárbaras de vikijaris, los hombres cocodrilo, las pesadillas de la corrupción entre otras criaturas amorfas sin nombre cuya mera presencia estaba hecha por una densa niebla oscura, envuelta en rayos purpuras y finos trazos rojizos similares a la sangre.

Era sin duda una auténtica batalla que definió al bien del mal, que separo el equilibrio que tantas tumbas generaron para forjar Luz por encima de la Arcaica tiniebla del Caos, del Odio, de la Envidia y la Ira, los cuatro Dioses corruptos que se encargaron de destruir a los Arcaicos tras su despertar, siendo derrotados por el Creador y el Herrero durante el Amanecer de las Estrellas naciendo a partir de ese día La Nueva Oscuridad.
Breves son los escritos que nos relatan los acontecimientos, el más popular redactado por Molornet dentro del libro del Creador quien se convertirá en el primer Sacerdote de la nueva religión expresa:

“En plena calle nos reunimos, observamos el cielo arder con tanta intensidad que cegó a los hombres y mujeres momentáneamente, parecía como si el verdadero infierno descendiera del cielo y no ascendiera de la tierra como se creía.

La confusión reino sobre nuestros corazones, entonces vimos del hogar de nuestros salvadores caer cual diluvio una lluvia incesante de sangre, levanto una marea que arrastro casas, personas y animales, marchito las cosechas, enveneno las aguas y océanos tiñéndolos del mismo color como lo hizo con las hojas de todos los árboles.” Del Libro del Creador Capítulo V: La Traición del Alba y el Ascenso de la Sombra

Si bien algunos datos pueden ser víctimas de un sinfín de alteraciones de acuerdo a la conveniencia, pocos son aquellos que sobrevivieron al horror y la jerarquía celestial no estaba dispuesta a narrar los acontecimientos lejos de los vividos por los humanos que llegaron como refuerzo motivados por Melecan el líder de los Templarios utilizando los portales de energía verde para arribar ante la imponente “Puerta de luz” seguido de un ejército compuesto por las cuatro familias que sin miedo enfrentaron a las antiguas figuras a las que admiraban, a los despreciables alienígenas, a los salvajes y herejes Vikaris que habían decidió guiarse por meras promesas vacías de poder.

Por primera vez la humanidad, aquella raza creada a raíz del “Pan de la Vida” que fue mal juzgada y subestimada por los propios arcángeles, había puesto cese a sus guerras expansionistas en una búsqueda de salvar a su propio Padre y hermanos mayores.

Endebles, codiciosos, belicosos y caóticos, fueron poseídos por una insaciable sed de sangre combatiendo lado a lado de los leales haciendo retroceder a las fuerzas herejes.

Centenares de hombres caían, pero parecía que eso no mermaba su determinación ni mucho menos hizo decaer su fe, pese a estar frente a un escenario verdaderamente dantesco si tomamos en consideración la salvaje forma de luchar de los herejes, entonces, esas calles como algunos las describen “hechas de oro puro” era un camino pavimentado por cadáveres y con sangre suficiente para ahogar a un hombre.

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