Todo había cambiado con el beso

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Capítulo 7.
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Se detuvo fuera de mi apartamento minutos después.
-Te invitaría a subir, pero ya estaremos juntos tiempo de sobra un año.
Él asintió con la cabeza.
-Buenas noches. Estaremos en contacto. Mandaré la empresa de mudanza por tus cosas cuando estés lista. Haz lo que quieras con la boda y comunícame cuándo y dónde, que allí estaré.
-Vale. Nos vemos.
-Nos vemos.
Entré al apartamento, cerré la puerta y deslicé la espalda por el marco de madera hasta caer al suelo. Me eché a llorar.

YOONGI.
La vi entrar en el edificio y esperé a que se encendiera la luz de su apartamento. Solo el ronroneo del BMW acompañaba al silencio de la noche.
La irritación que me invadió al escucharla admitir sus motivos me inquietaba, pero ¿qué más me daba? Me acababa de dar la excusa perfecta para mantener distancias con ella. Sus padres habían conseguido que experimentara un peligroso anhelo. Y aunque, había logrado reprimir dicha emoción a toda prisa, seguía enojado por el hecho de conservar la tenue esperanza de conseguir algún día, una familia normal. Quizá y se debía al aspecto de  esta noche. A su pronta sonrisa, al gesto relajado de sus carnosos labios. Me había costado la vida misma no inclinar la cabeza para saborear lo que se ocultaba tras ellos. Me moría por introducirle la lengua en la boca y tentarla hasta que entrara en mi juego. Sus ajustados jeans se ceñían a su trasero y acentuaban el contoneo de sus caderas. La camisa rosa que llevaba debería haber sido recatada, hasta que la vi inclinarse hacia delante y logré ver el sujetador rosa palo de encaje que le cubría los pechos. La imagen se me grabó a fuego en el cerebro y me impidió concentrarme durante el resto de la noche. De modo que había pasado toda la velada, intentando que se inclinara para poder echar otra ojeada, justo como un adolescente cachondo. Cuando vi encender la luz de su apartamento me alejé de ahí a toda prisa.
Hervía en furia. me perturbaba hasta el punto de retorcerme las entrañas. Al igual que su familia. Recordé lo cariñosa que había sido su madre cuando era pequeño. Recordé la culpa que me asaltaba al desear que mi propia madre desapareciera y me dejara con María. Recordé el antiguo dolor de sentirme fuera de control, en un mundo que no estaba ideado para que los niños estuvieran solos. Recordé todas las cosas que juré no desenterrar en la vida. Matrimonio. Hijos. Relaciones que solo provocaban dolor que nadie se merecía. Había establecido barreras para que no pudiera ver la menor debilidad. Si llegaba a sospechar que la deseaba, las reglas cambiarían. No era mi intención que esta mujer con cuerpo de sirena tuviera poder sobre mí.
Pero todo había cambiado con el beso.
Solté una maldición muy soez cuando recordé que jadeó y puso los ojos como platos. La dichosa camisa se había abierto lo suficiente para poder contemplar su maravillosa piel cubierta por el encaje rosa. La hubiera apartado de un empujón, pero ella se aferró a mis brazos al escuchar a su madre. Así que no había culpa. Solo había hecho lo necesario para seguir manteniendo el engaño. Hasta que su húmeda y cálida boca se abrió para mí. Hasta que su dulce sabor me embriagó los sentidos y el arrebatador aroma a vainilla me hizo enloquecer. El beso se tornó exigente. Rudo. Apasionado. Me estaba volviendo loco. Lo mirara por donde lo mirase. Sin embargo, ella no debía de saberlo jamás. Tras ese beso me aseguré de adoptar una expresión impasible, aunque la erección me hubiera dejado en evidencia. Me daba igual. No rompería las reglas. Un año sería suficiente. Ojalá siguiera de una pieza cuando dicho año acabara.
...
Me giré para observar a mi flamante esposa, dormida. Había apoyado la cabeza en la puerta de la limusina. Se había quitado el tocado bordado con pedrería, que yacía arrugado en sus muslos. Los risos negros caían alborotados, ocultándole los hombros. Olvidada, la copa de champán descansaba en el portavaso, ya sin burbujas. En el dedo anular llevaba un diamante de dos quilates que relucía bajo los últimos rayos del Sol de la tarde. Había separado sus labios voluptuosos, y de un sutil color rojizo, para respirar... y cada vez que lo hacía, se escuchaba un delicado ronquido.
era mi mujer.
Tomé mi compa de champán y brindé en silencio por el éxito obtenido. Por fin era el dueño absoluto de BigHit Industries. Estaba a punto de aprovechar la oportunidad del siglo y no necesitaba el permiso de nadie. Todo había salido a pedir de boca.
Bebí un buen sorbo de DomPérignon y me pregunté el por qué me sentía tan mal. Mi mente insistía en rememorar el momento en el que el sacerdote nos había proclamado marido y mujer. El momento donde esos ojos color caramelo me habían mirado rebosantes de pánico y terror mientras yo me inclinaba a darle el tradicional beso. Y en ese momento, donde esos labios temblorosos me habían devuelto el beso. Sin pasión. Me recordé quesolo quería el dinero. Su habilidad de fingir que era inocente me resultaba peligrosa. Reí por mis pensamientos y brindé de nuevo antes de apurar el champán. El conductor de la limusina bajó un poco el cristal tintado.
-Señor, ya hemos llegado.
-Gracias. Aparca en la parte delantera.
Mientras la limusina enfilaba la estrecha avenida de entrada. Desperté a mi esposa con delicadeza. se removió, resopló y volvió a quedarse dormida. Contuve una sonrisa y estuve a punto a hablarle. Pero me detuve. Para retomar con facilidad mi viejo papel de torturador. Me incliné hacia adelante y le grité. Hice que su nombre resonara entre las ventanas del vehículo.  se enderezó del asiento de golpe. Abrió mucho los ojos mientras se apartaba el pelo de las orejas y contemplaba su vestido blanco con bordados plateados, como si fuera Alicia en el País de las Maravillas.
-¡Dios! Sí ha sido real. Lo hemos hecho.
Le entregué sus zapatos y el tocado.
-Todavía no. Pero estamos de luna de miel. Si estás de humor, será un placer complacerte.
Ella me miró echando chispas por los ojos.
-Lo único que has hecho es aparecer el día de la boda. Si hubieras tenido que organizar hasta el último detalle en tan solo siete días, estoy segura, que ahora mismo estarías derrotado.
-Te dije que podía casarnos un juez y ya.
Escuché su resoplido.
-Típico de hombres. No mueven ni un dedo, y cuando se les recrimina, se hacen los inocentes.
-Roncas.
Me miró boquiabierta.
-¡Yo no ronco!
-Sí que lo haces
-No. Alguien me lo habría dicho.
-Estoy seguro de que tus amantes no querían que los echaras a patadas de tu cama. Estás muy gruñona
-No.
-Sí, lo estás-. La puerta de la limusina se abrió y el conductor le ofreció el brazo para ayudarla a bajar. Me sacó la lengua, y salió con vehículo con la misma altivez con que habría hecho la reina Isabel. Contuve una carcajada y la seguí. se detuvo en la acera, y la observé mientras contemplaba las líneas curvas de mi casa, similares a una vida de Toscana. Alta, con una vista dotada de discreta elegancia y un prado verde y floreado que se extendía sus pies y la rodeaba por completo. abrió la boca como si fuera a comentar algo, pero la cerró de nuevo - ¿Qué te parece?
Ella ladeó la cabeza.
-Es impresionante- dijo-. La casa más bonita que he visto en la vida.
Su evidente entusiasmo me complació muchísimo.
-Gracias. La he diseñado yo.
-Es como esas mansiones antiguas italianas de las películas.
-Eso pretendía. Pero te prometo que tiene agua corriente y todo-.meneó la cabeza y me siguió al interior. El suelo de mármol y los altos techos parecían a una catedral. En el centro del vestíbulo estaba la enorme escalinata de caracol, alrededor de la cual se disponían las distintas habitaciones. Tras darle propina el conductor, cerré la puerta-. Vamos, te lo enseñaré todo. A menos que antes quieras cambiarte de ropa.
se agarró la vaporosa falda y se levantó la cola del vestido lo suficiente para poder caminar, Por debajo se asomaron sus pequeños pies descalzos.
-Tú adelante.

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