1. D

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El sol apuntaba con fuerza a mi rostro, mis ojos estaban empañados; por fin podía mover con delicadeza los dedos y con paciencia la cabeza para contemplar, aún aturdida, a una joven morena que me miraba con curiosidad. Ella, al verme, saltó de felicidad, sonriendo victoriosa. ¿Qué era lo que pasaba? Estaba muy confundida como para saberlo.
— ¿Dónde estoy?— pregunté aún aturdida.
Aquella joven me miró y se sorprendió al escucharme hablar. —¿Quién eres? — Recuperando mis alientos.
— Tranquila, no te haré daño.
— ¿Quién eres? — insistí. Ella parecía no querer responder.
Después de unos segundos por fin dijo:
— Mi nombre es Onixiti y es un placer conocerte. — dijo con dulzura. Onixiti, es aquel típico nombre hermoso de una princesa egipcia. — ¿Cómo te llamas?— la pregunta hizo que mi cerebro aumentara su temperatura, tal vez por el sol ardiente en mi rostro o porque ya había empezado a funcionar correctamente.
¿Cómo me llamo? Mi nombre. ¿Cuál es?.
Un rayo de iluminación llegó muy repentino.
— "Malya"— dije en un susurro, ella me miró con curiosidad y ahí fue cuando solté.— Me llamo Lya. — busqué un diminutivo.
— ¡¿Qué tal?! Es un lindo nombre.— bastante animada.
— Gracias. — dije levantándome con algo de esfuerzo. — ¿Cómo fue que terminé aquí?..
— Pues...no es muy común ver personas flotando en el Haliacmon.
—¿Haliacmon?
— Si, el río. Los dioses te trajeron a mí.— dijo algo dramática.
— ¿Dónde estoy?.
— Pues solo te diré que estamos cerca de Macedonia y muy lejos de Esparta. — dijo antes de mirar el horizonte con melancolía.
— ¿Macedonia?.
— Si. Cerca de la ciudad de Metona.
Ojalá hubiera tenido un mapa, o un espejo para ver mi expresión, debió ser espantosa, era difícil no entrar en pánico en esta situación. No recuerdo quién soy o de donde vengo. Solo mi nombre.
—¿Sucede algo, Lya?— me miró algo extrañada la morena a mi lado.
— No, no es nada.
— Muy bien.— dice ella algo preocupada. El silencio no nos invadió, más bien, nos envolvió un sonido bastante arrullador, el río me cantaba melodías graves y suaves, era como si me quisiera decir algo.
— ¿Cuánto tiempo llevamos aquí?— la pregunta invadió mi mente. Debería hacer una lista.
— Dos días y medio. Eso esperé para que lograrás despertar.
— Es mucho tiempo ¿no lo crees? — salió de mi boca sin previo aviso.
— No te iba a dejar morir en este rió. No me lo perdonaría jamás.
Al escuchar eso me alegré sabiendo que la persona que tenía a mi lado se había ganado un poco de mi confianza. Pero también pude notar en su expresión que algo le atormentaba, quizá un viejo y desgarrador pasado que la carcome. O quizás no.
Luego de esa charla ella se levantó y se dirigió a una muy confortable cama de telas y paja.
— ¡Ven! Hice una para ti también. — dijo sonriente.
Fue una agradable compañía. La noche cayó y juntas nos dedicamos a hacer una fogata para calentarnos.
— Oye, Lya...— volteé lentamente hacia ella, parecía perdida, de mirada vacía y fría, a pesar de su actitud tan animada. — ¿de dónde vienes?.
El silencio me acurrucó, también sentí un gran nudo en el estómago. Era otra buena pregunta, ¿de donde vengo? La verdad no lo había pensado con detenimiento, solo sé mi nombre, no sé de dónde provengo, o mi familia, o quién era. Parece que el esfuerzo que realizaba mi cerebro por buscar respuestas era en vano, todo otra vez era blanco y borroso.
— Lo digo, porque parece que no conoces Macedonia ¿O si?.— Lo dijo algo divertida, quizá para aliviar mi cara de aturdida.
— La verdad es que no lo recuerdo, ni a mí familia, ni de donde vengo...— tragué aire para aliviar el nudo de mi garganta.— no recuerdo cómo llegué aquí o mi vida. Tampoco recuerdo a mis amigos...o si alguna vez tuve.
— ¡Yo seré tu amiga! — exclamó la morena, lanzándome una sonrisa. — No tengo amigos, tampoco casa, ni a dónde ir. Así que...creo que estaremos bien ¿No crees?.
— Supongo. — dije muy cálida.
— Por cierto, eso que llevas en el cuello...¿Es real?. — me extrañó su pregunta. ¿Qué llevaba en el cuello? Bajé con delicadeza mi mano, sentí lo que parecía ser una piedra en un collar, ¿Cómo llegó ahí?.
— Vaya..no sentí que lo llevaba. Quizá, esto me ayudará a conseguir respuestas, ¿Qué dices?.
— Eso creo. Solo te diré algo, esa gema es muy bella, nunca se la des a nadie.
— ¿Crees que me la haya regalado mi familia?— balbuceé la pregunta.
— Quizá sea tu brújula, nena. Tal vez tengas un propósito.
— ¿Propósito?— dije mirándola con atención.
— ¿No lo crees? Un propósito en la vida...— suspiró levemente, miró a las estrellas. — Yo creo que todos tenemos un propósito en este mundo. Aveces me siento como alguien extraordinaria, que puede ver su vida como quien mira un teatro.— culminó su oración mirándome a los ojos.
Había algo de sentido lo que decía, también me sentía así. Única. ¿Quién no? De pronto, te olvidas de todo, despiertas al lado de un río y escuchas las increíbles palabras de una egipcia en Macedonia.
— Bueno iré a dormir. ¿Vienes?— dijo para luego señalar la graciosa cama.
— Me quedaré a ver las estrellas.
— Como quieras. Si me necesitas solo grita.— agrego guiñando uno de sus ojos claros.
Las estrellas parecían cálidas como el sol en aquel momento, brillaban como el río reflejado por la luz, como pequeñas gotas de diamantes. Yo las miraba con atención, como si quisiera preguntarles algo. ¿De verdad estoy aquí? O solo es uno de esos sueños que me perturban. Me dí un pequeño pellizco en el brazo, haciendo que saltara de dolor. Parece que no es un sueño después de todo.
El sol comenzó a hacer de las suyas, me despertó de inmediato la idea de estarme quemando, literalmente. Parece que me quedé dormida, en el mismo lugar donde estaba mirando aquellas hermosas joyas del cielo.
— ¿Qué tal? Al fin despiertas. Sabes pesqué algo de comer, para ambas.— era la morena, tenía un par de pescados en sus manos y me miraba con una sonrisa, luego se dió la vuelta y empezó a colocar la comida al fuego.
— Oye Nix.— dije, a lo que ella dió un leve salto. Parecía haberse puesto algo nerviosa.— ¿Pasa algo?.
— No nada.
El silencio nos invadió. Me levanté del incómodo suelo y caminé hasta ella, juro que estaba apunto de tocar su brazo.
— Mi...mi hermano me llamaba así. Nix. Era pequeño y frágil, lo cuidaba siempre.— dijo sin mirarme a la cara, sentí su respiración pesada y que su voz se quebraba con cada palabra.
— Yo... Lo siento, no quise incomo-..
— Tranquila, ya no importa. Llámame Nix.— interrumpió.
—…¿Puedo preguntarte algo?.
— Ya lo hiciste.— dijo divertida.
— ¿Cómo fue que llegaste aquí?.— pregunté ignorando su comentario anterior.
Ella, al fin, se dignó a verme y me sonrió con tristeza.
— Escapé de casa, de Egipto. Me vendí y luego huí.— dijo algo melancólica.— Pero ahora estoy contigo Lya. No te preocupes por mí.
Por lo visto no quería hablar de su pasado y tampoco le obligaría a hacerlo.
La tarde se nos hizo corta, Nix parecía sumergida en sus pensamientos, su comportamiento me intrigaba, pero parecía tener toda mi confianza, después de todo es la primera persona que conozco y recuerdo, con claridad.
Como por arte de magia, unos pasos hicieron retumbar la tierra, eran caballos.
— Lya, debemos irnos..— dijo Nix poniéndose de pié al instante. Yo la miré incrédula. — ¡Vámonos, Lya!.— una flecha atravesó su brazo. Yo me levanté de inmediato, mi mundo se detuvo por un segundo, corrí hasta Nix.
Pude observar que unos hombres armados, de lanzas, flechas y espadas, corrieron hacia nosotras; llevaban carretas tiradas de caballos y con varias personas adentro, algunas gritaban y forcejeaban, otras rezaban y otras solo lloraban.
— Ten...— me entregó una bolsa de monedas.— Corre Lya. — susurró ella, yo no entendía lo que pasaba.— ¡Corre Lya!.
No tuvo que decir otra cosa. Ella me empujó lejos, yo empecé a correr lo más rápido posible, al ver que Onixiti no me seguía me detuve y aprecié a lo lejos una imagen de la morena siendo capturada por aquellos bizarros hombres. En su mirada noté que me decía "sigue corriendo, no te detengas", ahí entendí el mensaje y lo hice. Fui tan rápida que los perdí en dos minutos escondiéndome en un gran bosque.
El sol ya estaba por esconderse y yo seguía caminando sin rumbo alguno. Solo repetía una y otra vez la imagen de aquella chica siendo capturada y lastimada, no podía perdonarme lo que había hecho, esa mujer salvó mi vida y yo estaba en deuda con ella, sin embargo no pude hacer nada para evitar que esos hombres se la llevaran.
Después de horas de caminata nocturna, mis adoloridos pies me llevaron a una ciudad que se veía oscura y fría, quizás por la noche o porque seguro estaba delirando. Me senté en el pórtico de alguna casa y allí pude pegar los ojos en busca de Morfeo, hasta que entre bostezos y parpadeos pesados, logré dormir. Dormir y soñar.

 "Los Escorpiones Negros" Donde viven las historias. Descúbrelo ahora