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Narra Lya

"Pase lo que pase, te estaré protegiendo." Las palabras de aquel pelinegro me cayeron como un gran martillo en el estómago. En mi mente pasaba una y otra vez la imagen de sus bellos ojos azules mirándome con frialdad y a la vez calidez, parecía una de esas personas misteriosas que tienen más secretos que recuerdos; yo en cambio, creo que tengo más preguntas que recuerdos.
Mi caminata era lenta, mi corazón iba muy rápido y una mano agarraba fuertemente mi brazo, haciéndome ir en una sola dirección: hacia adelante. Volteaba cada vez más para encontrarme con la mirada del pelinegro, ya que, me llevaban lejos de él. Por una parte me era reconfortante encontrarme con Zedt, pero no soportaba la idea de que la herida del pelinegro empeorara.
— ¿A dónde lo llevarán?..— pregunté a Zedt algo exaltada por la caminata.
— No te preocupes por él.— dijo sin voltear a mirarme.
— Por favor, está herido.— supliqué clavando mis pies en el suelo para detenerme.— No podría soportar que después de tanto que le he ayudado, le pueda pasar algo peor, solo por no estar a su lado.—dije casi en sollozos. Él paró, me miró y se acercó a mí, tomó mi mentón y dijo:
— Si te digo que lo mantendré a salvo, ¿te dejas de preocupar?.
— ¿Lo prometes?...— pregunté mordiendo mi labio inferior con timidez.
— Lo prometo..— deslizó su dedo en mi frente para quitar un mechón travieso. Yo solo le sonreí aliviada, aquel chico iba a estar bien. Volteé por última vez mientras caminaba para poder observar al pelinegro, pero ya nos habíamos ido tan lejos que no pude ver, ni siquiera , su silueta.
Zedt me indicó el camino para seguir adelante.
Mientras caminaba, pude notar un bellísimo palacio que, por mi anterior despiste, no me percaté de que estaba ahí.
El palacio medía como doce metros y tenía bellas columnas y jardínes; estaba rodeado de una pequeña reja de hierro para separar al palacio del pueblo - bastante casual -.
— ¿Por qué me llevas al palacio?— le pregunté al rubio mientras nos acercábamos a la reja.
— Digamos que le conté de ti a un viejo amigo y ahora quiere conocerte.— dijo algo calmado.
— Espero que hayan sido cosas buenas.— dije algo nerviosa.
— No lo dudes...— afirmó con una sonrisa.
Nos acercamos a la reja del palacio, allí habían dos guardias altos y fornidos, llevaban cascos de guerra y uniformes con armadura; ellos estaban custodiando la reja con unas largas lanzas en las manos; me asusté un poco de su aspecto al principio, sin embargo, cuando llegamos, nos dejaron pasar y saludaron de forma castrense a Zedt, eso me sorprendió; era cierto que Zedt le sobraba el porte y la talla de guerrero, pero por su forma tan informal de ser nunca imaginé que fuera uno. Se refirieron a él como "Capitán" y le saludaron de una forma que me pareció algo graciosa.
— ¿Capitán, eh? Nunca imaginé algo similar.— le dije con gracia al rubio.
— No me quejo, comando las tropas, hago algunas cosas por aquí y bueno, seguro pronto llegaré a ser general como mi hermano....¿Eh? ¿Qué quieres decir con: nunca imaginé algo similar?— dijo arqueando una ceja con curiosidad. Solté una risa moderada.
— ¿Tienes un hermano? — pregunté.
— Si, supongo que es una de las pocas personas que me interesan, es lo único que tengo.— dijo.
No se me ocurrió nada para responderle, pero aseguro que nada de lo que hubiera dicho hubiese sido más consolador que "el silencio".
Seguimos caminando por los bellos jardínes, nunca había visto algo igual; un bello color verde los cubría, sus flores y frutos eran abundantes y la paz que transmitía le hacía efecto a cualquiera, dí un giro en mi propio eje mientras caminaba; aseguro que Zedt se estaba riendo de mi cara de asombro.
— ¿Nunca habías visto un jardín?  — dijo sacándome de mis pensamientos.— Éste siempre a sido el más hermoso que yo haya visto.
— Es muy bello....— dije mirándolo con ternura.
— Como tú.— susurró mirándome fijamente. Solté una sonrisa nerviosa.
— Creo que deberíamos seguir.— dije indicándole con el dedo.
— Si, claro...— dijo para luego soltar un largo suspiro.
Seguimos caminando hasta lo que parecía ser la entrada, ésta estaba adornada con dos grandes esculturas de lado y lado; habían algunas sirvientas en la entrada, estaban vestidas con túnicas blancas y accesorios como de plata, hicieron una pequeña reverencia que Zedt correspondió.
La entrada era realmente enorme y el salón principal lo era aún más, estaba adornado de un bello color blanco y tenía pequeñas estatuillas de los dioses griegos. En el centro había una bella alfombra de rojo color con greca dorada en los lados; al fondo se asomaban varios tronos, pero el que más destacaba era el del centro, era realmente enorme, digno de un rey.
— ¡Al fin han llegado mis invitados!...— exclamó la voz de un hombre a lo lejos. Salió de un costado y se paró enfrente de su trono, supongo que estábamos lo suficientemente cerca, pues Zedt, se detuvo y se arrodilló ante aquel hombre de cabello largo cobrizo. El hombre me miró y pasó a decir:
— Querida Lya, es un placer tener aquí tu presencia.— dijo alzando los brazos de forma elegante.
— E-El placer es todo mío, majestad.— dije haciendo una graciosa reverencia.
— Todos me han contado que buscas algo.— agregó. Su comentario me asombró.
— ¿"Todos"? — pregunté extrañada.
— Si. Buscas algo. ¿Un propósito? ¿Una razón de ser? ¿Una señal? ¿Respuestas?.— preguntó y me dejó en las nubes, podía asegurar haber ido al cielo y caer de cara contra el mármol de su palacio.
— ¿Cómo sabe usted todo eso?..— dije algo desconfiada de aquel hombre, me importaba un bledo que fuera un rey, sabe lo que quiero, lo que busco, lo que anhelo, eso es bastante extraño, amenos que fuera un profeta o ese tipo de personas que buscan cambiar la droga diaria de una masa de seres humanos.
— Te mostraré...— chasqueo los dedos y en el escalón donde estaba el trono, detrás de la cortina roja, retumbaba un sonido consecutivo: "clac, clac" como una vara siendo azotada contra el suelo. Miré a Zedt y él no me miró, solo tragó saliva y miró al frente; cuando volteé mi cabeza al epicentro del sonido, me encontré con una mirada opaca, lúgubre, sin embargo, conocida. Era aquella señora bajita y encorvada que me recomendó ir a la playa, aquella que me dijo que estaba bendecida de alguna manera.
— Hola Lya..¿Me recuerdas?— dijo la señora con una sonrisa sin dientes, yo me quedé con la boca abierta. ¿Cómo era posible algo así?. Una luz brillante rodeó el cuerpo de la anciana y la convirtió en una bella mujer alta y rubia. Llevaba un largo vestido rojo y el cabello largo hasta la espalda baja. — Es un gusto conocerte.
¿Qué acababa de pasar? Después de ver semejante espectáculo, sentí unas ganas inefables de vomitar en aquel momento. Y se ponía peor. Una morena salió de donde había salido la rubia. La vieja. La vejete que resultó ser rubia.
— Hola Lya. — me saludó la que parecía ser Nix. Me emocioné al instante.
— ¡Nix! Estás bien... — dije acercándome un poco a ella. — Tu herida. ¿Cómo es posible?.— balbuceé la pregunta, ella soltó una risita y dijo:
— Estoy bien Lya. — estaba tan distraída con Nix, que no noté una figura bajita asomarse al lado de la rubia.
—…¿¡Señor Félione!?. — exclamé con un grado de curiosidad abismal. — ¿Usted también está aquí?. — No podía ser un manzanero normal. No. Tenía que ser una persona disfrazada.
— ¡je,je,je!...— rió alegre para luego transformarse en un chico castaño de bella sonrisa, parecía tener algunos años menos que los demás.— Solo quería ser parte de la diversión. — dijo encogiéndose de hombros para sonreír con dulzura. No pude evitar sonreír.
— ¡Y solo falto yo!..— gritó Zedt para subirse al pedestal del trono junto con los otros chicos. Todos le miraron con recelo mientras el estiraba sus mejillas para sonreír.
Todo lo que pasó había sido muy confuso, fue una gran sorpresa descubrir todo aquello. Pero...¿Por qué todos estaban ahí? ¿Acaso me tendieron una trampa? ¿Qué es lo que querían de mí?.
El silencio me invadió, supongo que esperaba que ellos me explicarán qué era lo que pasaba.
— ¡¿No crees que aún faltan integrantes?!— gritó una voz desde la entrada, todo mi cuerpo se estremeció por el repentino sonido.
— ¡Caenon! Hermano. — dijo Zedt.
"¿Hermano?" susurré para mí y volteé con  leve finura la cabeza para contemplar a aquel chico pelinegro. "Caenon" ese era su nombre y su hermano era Zedt. Aquel chico que curé, que cuidé, que abracé, del que me preocupé...¿También es parte de esto?.
— Llegan tarde como siempre...— dijo la rubia. Caenon no dijo nada, solo siguió su camino hasta el gran pedestal y se paró al lado del castaño.
— ¿Así que tu eres Lya? Es un placer..— me saludó un moreno ofreciéndome su mano, le sonreí y le dí la mano con concordia. Después de todo había sido el único en hacerlo. — Mi nombre es Rafdale. — agregó con una sonrisa. Se separó y se dirigió al lado de Nix para luego tomarla de la cintura.
— Bueno soy Lya, pero todos parecen conocer bien mi nombre. — aclaré con algo de firmeza.
— ¡Todos sabíamos que vendrías! — exclamó una voz fuerte a unos metros detrás de mí. Luego caminó en frente de mi, hizo una reverencia al rey que se encontraba callado en una de las esquinas y se paró al frente de Caenon, parecía ser una pequeña rubia con una gran espada. — Yo les dije que vendrías Lya... yo lo ví, te ví flotando en aquel río. Soy Lacox, por cierto. Pero déjame empezar desde el principio.
Verás, nosotros somos conocidos como los Bendecidos o los Escorpiones Negros, somos un grupo de hombres y mujeres que recibieron el don o la trigésima parte del poder de los dioses griegos, las leyendas decían que los bendecidos cuidarían la ciudad de Félione, pues es la única que posee la mayoría de los seres fantásticos de la grecia mitológica. Gracias a un pequeño fragmento de piedra celestial recibimos los poderes de los dioses que la poseyeron antes que cualquiera; tú posees, al igual que nosotros, esa piedra Lya y eres la única que faltaba. Mi don de la profecía, me mostró que estarías en ese lugar a esa hora....—
— Por eso me enviaron a buscarte Lya. — interrumpió Nix. — Para asegurarnos de que eras tú la portadora de la piedra que faltaba.
¿Piedra? Solté para mí. No pude evitar bajar mi mano hasta el collar en mi cuello.
— ¿Pero cómo sabías en qué parte del Haliacmon estaría?— pregunté confundida.
— No lo sabíamos.— respondió el castaño.
— No lo sabíamos porque no estabas ahí, siempre estuviste en Laconia, a unos kilómetros de Esparta. — dijo la rubia del vestido rojo.
— ¿Qué? No. No, yo estaba en Metona. Todos los carteles, los barrios, lo bares, todos decían: Metona. — comenté ardorosa.
— Escucha, lo que viste, solo era parte de un hechizo, la verdad es que nunca estuviste en Metona; las personas estaban hechizadas a mi antojo, pues no queríamos que te lastimaran. — explicó la rubia alta.
Todo tenía mucho sentido, sabía que aquellas personas estaban un poco extrañas y perdidas, sus miradas eran febriles y sus auras eran pesadas.
— ¿La playa que vi con Zedt....?— pregunté en un susurro alto.
— Era solo un río de Laconia. — dijo Zedt.
— Luego aparecí yo...— dijo Caenon mirándome con sus bellos ojos luminosos desde lo alto del pedestal.— mi trabajo era seguirte y cuidarte para que nadie ni nada te hiciera daño. — lo dijo cruzando los brazos, "cuidarme" quizá se habían intercambiado los papeles. Solté una leve sonrisa. Sé que a cualquiera se le hubiera enredado la cabeza pero logré entender todo con facilidad y sonreía porque al menos mi propósito no era tan abrumador después de todo.
— ¿Y de mí te acuerdas?— me cuestionó el moreno de acento árabe.— "Está muy escuálida". — dijo imitando la voz de aquel guardia calvo que utilizó la palabra "escuálida" sabía que no era normal.
— ¡Cómo olvidarlo! — exclamé con una leve risa.
— Hey, …¿recuerdas mis manzanas?— preguntó el castaño. Asentí levemente.
— Aquellas manzanas que te "vendía", estaban hechizadas, ellas satisfacen el apetito de un individuo por un día completo... Increíble ¿Verdad?.
— Vaya por eso es que no tenía ni una pizca de hambre. — dije analizando las palabras del castaño.— Y...¿Las heridas de Nix y Caenon? ¿Fueron ciertas?.— dije súbitamente.
— La herida de Nix fue parte de un teatro para intentar que fueras a Esparta a salvarla, pero ella nunca dijo: "búscame en Esparta" así que ese plan falló. En fin. La herida de Caenon, fue un total accidente del hechizo de control mental, los sujetos fueron programados para ser agresivos pero algo falló y arremetieron a Caenon. — recalcó Lacox.
— Lo importante es que gracias a ti mi herida no empeoró. — expresó Caenon sobando su hombro...¿sano?.
— ¿Cómo es posible que ni siquiera tengas un rasguño?— pregunté mientras caminaba a aquel pedestal para tocar el hombro y la cara de Caenon. El cerró los ojos y apretó mi mano en su pecho.
— Estoy bien. Todo es gracias al domo.— dijo sonriendo levemente.
— Lya, en éste preciso momento te encuentras en Félione, una ciudad al suroeste de Esparta. Una ciudad en el medio de los bosques, oculta gracias a un gran domo imperceptible para los demás.— explicó la rubia caminando hacia mí. Yo apreté con fuerza la mano de Caenon, sentí que con eso estaría a salvo.— Ahora verás todo a nuestro modo.— tocó mi frente con primor y una luz blanca me cegó totalmente, luego recuperé la visión y miré hacia afuera del palacio. Solté a Caenon y caminé hasta la entrada del palacio, noté algunas criaturas volando en el cielo, pero no parecían ser aves específicamente. El relinchar de los caballos, llamó mi atención y observé los jardínes, allí estaban varios caballos alados de diversos colores siendo cuidados y cepillados por mujeres de cabellos densos, orejas largas y pieles pintadas de colores llamativos.
— ¿Qué es todo ésto?.— dije en un susurro alto.
— Es Félione. — dijo suavemente Caenon tomando mis hombros por detrás; por tal gesto, dí un leve sobresalto que me hizo percatarme de que los siete individuos estaban detrás de mí.
Me enamoré perdidamente del paisaje que contemplé, aquellos hermosos seres dóciles al contacto, aquellas grandes bestias que convivían con los humanos y las mujeres con la piel pintada de diferentes colores; nunca vi algo igual, ni en el más quimérico de los sueños.
Por otro lado me asustaba la razón de estar ahí, sentía que no estaba ahí precisamente para conocerme. A la chica que no tiene recuerdos.
— Bueno, creo que no me buscaban por simple curiosidad ¿O si?. — me dirigí decidida hacia ellos. La mayoría se miró con preocupación y caminaron al interior del palacio. Caenon me invitó a seguirles.
— Tienes razón Lya, no te buscamos por un simple capricho.— respondió Lacox.
Nos dirigimos a los altares de los dioses, cada uno tenía una estatuilla, ya que, eran demasiados, además iban en pedestales dorados con pequeñas velitas de diferentes tamaños y colores; en las paredes estaban pintadas las imágenes de varios dioses juntos iluminados por una solo luz, más adelante se encontraban los retratos de otros dioses, sin embargo, no pude reconocerlos.
La rubia alta empezó a decir:
— Se acerca una guerra Lya.
—...¿Qué?.— pregunté arqueando una ceja.
— Tuve una visión Lya. — respondió Lacox muy rápido. Yo le miré confundida y antes de que pudiera decir algo, ella me explicó: — Verás, tuve dos visiones: en la primera logré ver cómo Félione se quemaba con azufre y brea, lo sé porque cuando me vi al espejo, era yo quién tenía la antorcha y caminaba sobre los huesos de mis amigos, familiares y seres queridos. Una sensación de culpa me invadió en aquel sueño, tanta, que morí ahogada en lágrimas.— dijo casi en sollozos. Por el tono de su voz, cualquiera podría asegurar que no estaba mintiendo.
Yo miraba sus ojos cristalinos que se ocultaban de mi, su cara se había puesto muy roja; sin embargo, cambio ese semblante automáticamente a uno firme y seguro.
— En el segundo: estaba rodeada en un campo de flores de todos los colores, aromas y formas. No puedo negar que el aire a gloría y el gozo divino en mis poros, eran una droga para mí. Estaba feliz. A unos metros de mi se encontraba Félione totalmente intacta, brillante y majestuosa como siempre; no pude evitar las ganas de llorar, al ver que todo el pueblo estaba bien.  Volteé y grité: "gracias" a una figura femenina que iba corriendo a unos metros delante de mi, su cabello castaño revoloteaba salvajemente contra el viento y sus pies parecía querer seguir corriendo hacia adelante. Luego la castaña voló a la cima del palacio y cubrió Félione de flores silvestres....— relató Lacox con un suspiro.— Lo más difícil para mí fue interpretar aquellas visiones, pero....al final si supe lo que pasaba: los dioses no querían que fuéramos a la guerra sin ti Lya. — culminó la pequeña rubia de armadura y espada.
Su predicción fue acertada, en cierta parte, yo quizá tenía que ver con la disipación de la guerra. Y si fuere así...¿Qué es lo que tendría que hacer entonces?
— Escuchen, sé que tal vez sea la portadora de ésta piedra, pero soy totalmente principiante en el área de la guerra. ¿De qué les servirá una chica que no sabe pelear en su ejército?.— aclaré encogiéndo mis hombros. Me sentí un poco presionada, ya que, me asustaba la idea de pelear o empuñar algún arma.
— Lya, nuestro deber como portadores nos demanda ser: "defensores". ¿Cómo podremos serlo si ni siquiera sabemos combatir? Fácil. Entrenamos, nos preparamos y nos enfrentamos a cualquier adversidad.— expresó Caenon.
— …¡Es cierto! Además, una gran porción de nuestros habitantes se preparan desde hace varios meses para ésta guerra.— agregó Rafdale.
— Creo que no me entienden...— dije subiendo el tono de voz.
— Lo hacemos Lya. — musitó Nix.
— No, no lo hacen... Solo se preocupan por ustedes mismos, ni siquiera se han preguntado cómo me siento ante todo esto. — dije algo angustiada. Qué gran dolor de cabeza. Caenon me tomó por los hombros, me miró y me dijo:
— Lya, escucha. Toda esa gente, todos esos seres que viste afuera, tienen esperanza y tienen fe en que nosotros les mantendremos a salvo; te hemos esperado, ellos te han esperado. No los defraudes. — habló Caenon con paciencia.
Todos me miraron buscando aprobación, mi cara se descompuso ¿Qué pasaría si por mi culpa la gente del pueblo terminaba herida? ¿Yo sería capaz de tener tal osadía para combatir?. Maldita guerra. En las guerras mueren muchos hombres inocentes con una palabra clavada en sus cabezas: "patriotismo" aquel sentimiento de proteger su tierra, el lugar donde residen; además de la fe, ellos están convencidos de que estos portadores los salven. No quería que por mis tontas ganas de salir corriendo de aquel lugar, muera gente, pero...¿A dónde podría ir? "Recuerda que desde que abriste los ojos, no has tenido más vida que ésta que te están ofreciendo."
Antes de que pudiera abrir la boca, una voz femenina interrumpió mis pensamientos.
— Buenas tardes mis superiores.— volteé encontrándome con la mirada de una mujer de piel colorida; ella hacía una reverencia mientras, nosotros la mirábamos en silencio, ahí continuó:— ....Su majestad el rey, me pidió que llevara a la superior Lya a su recámara.
— ¿Ahora?..— preguntó Zedt con fastidio. La mujer asintió y se quedó esperándome en la entrada. Ni siquiera me dí cuenta que el rey se había ido de la gran habitación.
— Será mejor que vayas a descansar.— aclaró la rubia alta posando su mano en mi hombro. Yo asentí.
— Mañana será tu entrenamiento.— dijo Caenon mirándome a los ojos, asintió levemente a los demás para pasar a retirarse. Todos lo observamos mientras se iba; Lacox, fue detrás de él sin decir una palabra.
— Mañana tu y yo entrenaremos juntas Lya. — dijo Nix abrazándome fuerte. Rafdale, quién la acompañaba, sacudió su mano con una sonrisa en gesto de despedida, yo le sonreí.
— Adiós Lya. — se despidió Zedt.
— Nos vemos luego Lya. — dijo el castaño sonriente, la rubia a su lado solo sonrió y ambos desaparecieron.
Me volteé hacia aquella mujer.
— Espera Lya...— dijo Zedt. Me giré hacia él.
— ¿Qué pasa Zedt? — pregunté yo al notar su nerviosismo.
— Bueno, yo...— paró sus palabras y me miró nuevamente. — Es que...mañana me gustaría acompañarte a los coliseos de entrenamiento.— dijo persuasivo.
— ¡Ah, claro! Buena idea.— le sonreí con calidez, Zedt parecía otro de esos hombres que se creen rompecorazones pero al final terminan siendo todo lo contrario.
— Si, te veo mañana.—  habló rápidamente y se fue a toda prisa.
Yo me giré nuevamente a la mujer azul y caminé con ella por el palacio.
La estructura de éste era hermosa, las columnas con la vista al jardín eran un sueño, el canto de los pájaros era relajante y la fragancia embriagante de las flores era excitante. Definitivamente amaba ese aroma.
— ¿Cómo te llamas?.— le dije amablemente a la mujer, ella me miró desconcertada y luego sonrió con dulzura.
— ¿Yo? Bueno, soy Ornia menor. Pero no puedo dirigirle la palabra a un superior. — habló nerviosa.
— ¿Por qué?.— pregunté con molestia.
— Órdenes del rey. — dijo cabizbaja. Yo le dediqué una sonrisa, le dí la mano y dije:
— Llámame Lya. — ella correspondió y me dió la mano. — Oye...no quiero ser imprudente pero ¿Qué eres?. — ella se sorprendió por la pregunta.
— Yo soy una ninfa, descendiente de Ornia: ninfa de la primavera.
— Ya veo..— de seguro había pensado que era la única persona en el mundo que no sabía que ella era una ninfa. — Eres muy bella. — dije sonriente.
— Gracias... señorita Lya.
Subimos unas escaleras para llegar al fin a un pasillo en donde habían tres puertas. Ornia abrió la última puerta del pasillo, estaba decorada de blanco y tallada de dibujos de flores y frutos. Cuando entramos a la habitación no pude evitar sorprenderme; era realmente hermosa, tenía un gran ventanal con un balcón con vista al jardín, la cama era grande con telas de seda blancas cayendo del techo, sus sábanas eran rosadas y sus almohadas eran blancas y rellenas; había una puerta que daba con un pequeño estanque de baño, se veía delicioso.
— Es muy bello...— dije con asombro.
— Si que lo es, ojalá pudiera ver la del rey, son como cinco habitaciones en una.— dijo con gracia, tal vez para los demás, la habitación que se me otorgó no era tan grande, pero para mí era lo más hermoso que había visto.
— Muchas gracias Ornia. ¿Nos veremos luego?. — le pregunté tomando sus manos.
— Si, señorita. Si desea algo llámeme.— dijo para retirarse.
Empecé a inspeccionar esa bella habitación de cuatro por cinco con la mirada; encontré un clóset con algunos vestidos y túnicas, además de capas y capuchas. Me lancé sobre la suave cama y me estiré en sus suaves sábanas de seda para quedar horizontal en la cama.
Nunca pensé que algo así me esperaría, pero no me arrepiento de nada. "¿Cuanto tiempo me quedaré aquí? ¿En éste bello palacio?" Dije para mí.
"Creo que si me quedaré poco tiempo tengo que aprovecharlo."
Me levanté y fuí al estanque, me quité mis prendas y me sumergí en aquella agua dulce, supongo que me merecía un delicioso baño.
El agua estaba de lo más deliciosa, su temperatura era la adecuada. Era muy relajante.
" ¿Y ahora qué haré piedrita?"le pregunté al collar mientras lo tomaba entre mis manos. Dí un largo suspiro. "Aún tengo tantas preguntas que me carcomen, como: ¿Quién inició la guerra?. ¿Qué Dios me dió su bendición?, ¿Por qué me habrá elegido a mí? ¿Qué quieren de Félione?." suspiré. "No sé nada. Tal vez deba seguir tomándome esto con calma. Quizá sea muy ingenua como para creer todo eso a la primera, sin embargo, no tengo en qué más creer. Quién sabe, quizá todo ésto es un sueño de mal gusto, pero ¿Cómo saberlo? No sé cuántas veces me he pellizcado." Continúe para después hundirme hasta el fondo, cuando realicé aquel acto, un brillo pudoroso cubrió la piedra haciéndome quedar sumamente petrificada. Solté todo el aire que me quedaba, salí a la superficie y tomé mucho aire para aliviar el dolor de mis pulmones. ¿Qué fue lo que pasó?. Tomé con mis manos el collar y lo examiné, parecía que todo estaba en orden, así que, me decidí y me salí de aquel estanque; en el baño, había un diáfano espejo de plata, con el cual me ví de pies a cabeza el cuerpo totalmente desnudo y empapado, giré la cabeza en desaprobación, creo que era la primera vez que me miraba al espejo - o que observaba mis facciones, mis curvas, mi piel. -, de alguna manera no me sentí como yo, o mejor dicho, me sentí como una desconocida; aquella silueta, no era yo realmente, miré con desespero las palmas de mis manos como quien busca respuestas, y luego las posé sobre las mejillas de la mujer misteriosa delante de mi, reconociendo al fin que aunque quisiera traspasar el espejo para tocarla ella es la que se toca a sí mismas. Aparté la vista de mi silueta y me encaminé al armario, me puse un camisón de dormir bastante cómodo y avancé a la cama para, tal vez, al fin recibir un sueño ligero y reparador. Después de todo, mañana era mi primer día de preparación para la guerra - una guerra de la cual no tengo ni idea de cómo empezó -, no debía defraudar a la gente que me está brindando su hospitalidad. Tampoco debí haber sido grosera con ellos:
Recuerdo:"No, no lo hacen... Solo se preocupan por ustedes mismos, ni siquiera se han preguntado cómo me siento ante todo esto."
La verdad no sé nada sobre ellos, no debí haberlos juzgado de tal manera. Pero, todos parecían saber algo que yo no, algo importante, que quizá no debía saber aún. Hasta el mismo Caenon.
Dí dos vueltas sobre la cama. Y ahí caí en cuenta.
¿Qué portaba ese hombre para que me tuviera dando vueltas sobre la cama? Pregunta invasora. Quizá sea ese bruno cabello y esos netos y a la vez melancólicos ojos que me dejanban pasmada, o tal vez sea su apacible figura pasando a mi lado, su mero caminar y su tono de voz tan resuelto.
Solté un largo suspiro y toque con primor mis labios, cerré mis ojos y admiré la encantadora silueta del hombre herido que resultó ser un guerrero de una ciudad fantástica.
Ojalá hubiera experimentado algo parecido, para saber si es así como se siente estar enamorada.
¿Amor a primera vista? O quizás el tonto hecho de pensar en como me miraba, como me tocaba, como me hablaba y como me atendía con paciencia....¿Será con todos así?
Una respuesta positiva a esa pregunta sería lo necesario para no sentirme "obsesionada" con una persona que acabo de conocer y quizá solo es altruista. Pero no iba a descartar el hecho de que había algo en ese singular hombre que me era lúbrico e interesante.
Quizá solo debía remover esos pensamientos inefables de mi cabeza y pegar el ojo para dormir.

Gracias por leer. :)

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